A medida que internet se vuelve parte de nuestro hábitat cotidiano, y que las herramientas digitales nos facilitan o amenizan la vida de mil maneras, casi sin darnos cuenta caemos en una creciente dependencia de espacios, servicios y plataformas controladas por empresas privadas. Y de hecho, en internet, los espacios públicos cada vez más ceden terreno ante espacios privados manejados en función de intereses divergentes de los nuestros. Por su carácter cada vez más indispensable para el trabajo, el comercio, la educación o el quehacer político, sería lógico que internet sea considerada un servicio público, con las debidas regulaciones para asegurar el acceso, la privacidad, la equidad, la ética, etc. Pero poco se ha avanzado en este sentido.
Hoy, más del 50% del tráfico mundial de internet pasa por una u otra de las grandes plataformas manejadas por corporaciones transnacionales (la llamada bigtech), cuya meta central es expropiar la mayor cantidad posible de datos para generar ganancias. Y para ello están dispuestas a poner todo su peso económico y político para evitar regulaciones que obstaculicen esa meta. Entonces, vale preguntarnos: ¿Qué podemos hacer desde la ciudadanía para revertir esta situación? Para que internet sirva para la ciudadanía, para los pueblos, antes que para engrosar aún más las ganancias corporativas.
Es justamente la pregunta que plantea el libro: Internet for the People: The Fight for Our Digital Future (Internet para el pueblo: La lucha por nuestro futuro digital), de Ben Tarnoff (Verso Books, Londres y Nueva York, 2022). El autor parte de la idea de que, para construir una Internet mejor, tenemos que cambiar su forma de posesión y organización: “no para que los mercados funcionen mejor, sino para que sean menos dominantes”. En tal sentido, el libro se centra en resumir la historia de la privatización de internet, pues, ello “nos ayuda a ver cómo problemas que podrían parecer distintos están en realidad conectados: cómo las graves desigualdades en el acceso a la banda ancha, y la proliferación de la propaganda derechista en las redes sociales, son en realidad dos momentos del mismo movimiento.”
Tarnoff relata cómo internet fue desarrollado esencialmente con fondos públicos, habiendo nacido en cuna militar estadounidense para luego ser desplegado en el sector académico. Pero que, a partir de los años ‘90, cuando comenzó a masificarse en EEUU, la conectividad fue privatizada, permitiendo a unas pocas grandes empresas de telecomunicación (como AT&T, Sprint, Verizon…) repartirse la infraestructura, con lo que, ante la carencia de regulaciones, terminaron ofreciendo un servicio caro, distribuido inequitativamente y en muchos lugares de mala calidad. Como señala el autor: “en una Internet organizada por el afán de lucro, no todo el mundo puede obtener los recursos que necesita para elegir libremente el curso de su propia vida. Tampoco todos pueden participar en las decisiones que les afectan.”
“El autor parte de la idea de que, para construir una Internet mejor, tenemos que cambiar su forma de posesión y organización: ´no para que los mercados funcionen mejor, sino para que sean menos dominantes´”
En reacción a ello, centenares de comunidades en EEUU han desarrollado iniciativas de conectividad sin fines de lucro, bajo distintos modelos, ofreciendo un servicio de menor costo y a veces incluso de banda ancha de mejor calidad, y con condiciones para un control más democrático de la tecnología. En ciertos casos, como el Detroit Community Technology Project, éstas incorporan acciones para interconectar las comunidades más pobres mediante relaciones de ayuda mutua para sostener el bienestar social, económico y de salud. Y es que: “La privatización no sólo describe el proceso político por el que Internet se convirtió en un negocio, sino un proceso social donde el modo de interacción de las personas con Internet se manipuló en beneficio de las empresas. Los consumidores pasivos y aislados son el punto final rentable de este proceso”. En cambio, “La autodeterminación en la esfera digital, y las solidaridades que genera, ofrece un punto de partida para lograr la autodeterminación en todos los ámbitos de la vida social”.
Si bien estos proyectos comunitarios son aún minúsculos en comparación con las corporaciones dominantes de telecomunicación, éstas no dudan en emplear todo su peso económico y político para tratar de eliminarlas, logrando en varios estados hacer adoptar legislaciones que prohíben a las autoridades locales ofrecer servicios de conectividad. Sin duda temen el efecto demostrativo del “mal ejemplo”.
Ben Tarnoff concluye que una internet democrática tendría que surgir de un movimiento, lo que faltaba cuando ésta se privatizó en los años ’90. “No fue un fracaso de ideas -los activistas sí tenían ideas- sino de poder. Existían otras posibilidades, como un ‘carril público en la superautopista de la información’, pero no existía el instrumento para hacer realidad esas posibilidades: eso es, la masa de personas dispuestas a emprender acciones disruptivas para superar la oposición de la industria y de sus fieles representantes en el gobierno”.
“Ben Tarnoff concluye que una internet democrática tendría que surgir de un movimiento, lo que faltaba cuando ésta se privatizó en los años ’90”
Las plataformas: centros comerciales en línea
Se considera que internet está construida en capas, donde la infraestructura de conectividad está en la base de la pila y las plataformas están en las capas superiores. Pero en los distintos niveles, predominan hoy las grandes corporaciones. El modelo de negocios que surgió con las plataformas (nombre engañoso, para Tarnoff, puesto que da una ilusión de neutralidad a lo que en realidad son centros comerciales en línea), tiene que ver más bien con cómo monetizar los contenidos de internet, cuyo núcleo son los datos que recopilan y procesan mediante algoritmos. Al inicio las plataformas enfrentaron dificultades para generar ganancias, hasta que Google, y luego Facebook, introdujeron el factor publicidad. Crearon un modelo de negocio que depende del aporte (gratis) de los usuarios, y Facebook en particular se dedicó a captar su atención y participación al máximo, creando “cercos” para que se mantengan en la plataforma.
Justamente, lo que las plataformas pretenden vender a los anunciantes es la atención de los usuarios, al proporcionarles los particulares perfiles que revelan sus datos y usos de internet. No obstante, Tarnoff considera que esta pretensión es exagerada, ya que la atención revela ser esquiva, gracias a una creciente indiferencia, la proliferación de apps bloqueadores de publicidad, etc.; pero ello no impide que, para las plataformas, el negocio sea bastante rentable.
Fue en torno al año 2010 que se dio un salto sustantivo del modelo, cuando internet se desvinculó de la limitación de la computadora para estar presente siempre y en todas partes (con el teléfono móvil, los aparatos y sistemas de seguridad “inteligentes”, etc.). Con ello, internet “se volvió fluida, omnipresente, difusa… siempre estaba encendida: sujetada a la mano o a la muñeca o al bolsillo, entretejida en los hogares y en los lugares de trabajo y en las ciudades.”
Esta desvinculación hizo posible generar una “nube humana” por todas partes. Para estas empresas, “El objetivo es un mundo en el que la fuerza laboral pueda invocarse con la misma facilidad que la potencia informática, escalarse para satisfacer la demanda y luego desecharse: una nube humana de máquinas virtuales en la que las máquinas virtuales sean personas”.
“El modelo de negocios que surgió con las plataformas, tiene que ver más bien con cómo monetizar los contenidos de internet, cuyo núcleo son los datos que recopilan y procesan mediante algoritmos”
Una de las empresas que lo ha aprovechado con más éxito es Uber. Pero Uber también introdujo una nueva dimensión a la monetización de datos, siendo que, hasta ahora, no es rentable, y es incluso la empresa digital que más pérdidas ha generado; sin embargo, el valor de mercado de sus acciones sigue subiendo y recibe un constante ingreso de capital financiero, con la expectativa de que termine siendo rentable. “Los datos ayudan a Google y Facebook a vender anuncios y a Amazon a vender productos (y anuncios). Pero los datos ayudan a Uber a venderse a sí mismo, es decir, sus acciones. Los datos se convierten en dinero gracias a su interacción con la psicología de los mercados financieros.”
En suma, Tarnoff concluye que la digitalización no ha cumplido su promesa de revigorar el capitalismo estadounidense, sino que el legado económico de la internet privatizada sería “la creación de islas de súper-ganancias en un mar de estancamiento, la acuñación de varias decenas de multimillonarios en una época de salarios fijos o en declive, la hipertrofia de determinados mercados inmobiliarios en medio de la inseguridad generalizada de la vivienda.”
Hay variantes del modelo de negocio digital, pero en general, los centros comerciales en línea serían “máquinas de desigualdad”. “Más concretamente, reasignan la distribución existente de riesgos y recompensas. Empujan los riesgos hacia abajo y los distribuyen. Y las recompensas suben y se concentran en menos manos.” Y eso comenzando con el empleo. Para cada trabajador de programación, marketing, etc., hay decenas de trabajadores “en la sombra”, indispensables para que funcionen las plataformas, pero por lo general invisibles. Suele ser trabajo tercerizado, en países de bajo sueldo, en condiciones indignas, para realizar tareas monótonas como enseñar a los algoritmos a reconocer imágenes (un perro, un árbol), o incluso tareas estresantes como identificar imágenes de pornografía o violencia en las redes sociales. Con ello, “Los excluidos están incluidos, pero sólo a condición de que absorban la mayor parte del riesgo y renuncien a la mayor parte de la recompensa”.
La lucha por nuestro futuro digital
Con lo atractivo y útil –y cada vez más indispensable– que es internet en la vida cotidiana, no resulta fácil movilizar un movimiento por su reforma. No obstante, hay creciente preocupación en torno a cómo operan las corporaciones digitales, incluso entre los círculos de poder político en EEUU. Por lo general, se expresan dos tendencias: la primera busca redactar nuevas normas para el comportamiento de las empresas, o hacer cumplir las existentes; la segunda pretende reducir el poder de mercado de estas grandes empresas, entre otros mediante leyes antimonopolio, para que los mercados sean más competitivos.
No obstante, Ben Tarnoff pone a consideración una tercera opción: desprivatizar internet. “La desprivatización abre la puerta a un tipo de Internet diferente. Así como las redes comunitarias están desafiando el legado de la privatización en la parte inferior de la pila, se puede aplicar un enfoque similar en la parte superior. Los reformistas de internet quieren convertir los centros comerciales en línea en administradores más responsables de nuestra esfera digital. Una respuesta más realista, si se espera llegar a la raíz del problema, sería eliminarlos.”
En tal sentido, el autor subraya que eliminar los centros comerciales en línea requiere, ante todo, de imaginación. “No la imaginación en singular, sino en plural: la imaginación como proceso de experimentación colectivo y encarnado”, lo que exige que la tecnología deje de ser algo que se le hace a la gente y se convierte en algo que hacen juntos. Y ya existen numerosas ideas e iniciativas en este sentido. Se podría visualizar una “vía pública” en la nube, con una variedad de iniciativas cooperativas en diversos ámbitos. Por ejemplo, plataformas de la economía “gig”, o agencias de servicios de limpieza, bajo control de sus trabajadores y trabajadoras. Lo cual se potenciaría con políticas públicas que favorezcan tales iniciativas (leyes, becas, créditos, exoneración de impuestos, contratos, etc.).
En cuanto a los datos, el sector desprivatizado requerirá crear sus mecanismos para tratarlos. En tal sentido, el autor destaca la importancia de reconocer el carácter colectivo de los datos. “Los datos se generan colectivamente y acumulan valor colectivamente. Por lo tanto, su gobernanza debe ser también colectiva.”, o sea, que los usuarios deberían tener el poder de dar forma a los propósitos y condiciones de la producción de datos. Y cita a diversos autores que han desarrollado propuestas para crear “fideicomisos de datos” y “bienes comunes de datos”. Y añade: “Lo más importante es que la propiedad de los datos sea separada de su tratamiento: los usuarios podrían determinar en qué condiciones un servicio en línea tendría acceso a sus datos, y en qué condiciones se podría fabricar más datos”.
No obstante, las iniciativas creativas de este tipo enfrentan varios obstáculos: “En la actualidad, la creatividad de las comunidades que hacen el mejor trabajo… se ve limitada por su estrecha base social. Suelen atraer a determinados tipos de personas, generalmente aquellas con conocimientos técnicos y mucho tiempo libre. Elevar el nivel de creatividad implica hacer que estos espacios sean más amplios, más representativos y más integrados en la vida cotidiana.” Otro es cómo generar iniciativas que tengan las relaciones institucionales lo suficientemente sólidas como para que sean sustentables. Y sin duda el obstáculo más serio será la oposición de las mismas corporaciones tecnológicas, frente a lo cual Tarnoff insiste que será necesario pasar a la ofensiva de entrada; por ejemplo, para exigir medidas que obliguen a las empresas a aplicar la “interoperabilidad”, o sea, por ejemplo, que plataformas como Facebook estén obligadas a adoptar protocolos abiertos que permiten la interconexión con otras aplicaciones de redes sociales (lo cual rompería los cercos).
Entonces, dice, para avanzar en ese sentido será necesario construir un movimiento por la desprivatización de internet, orientado a desarrollar una internet organizada en torno a la idea de que debe primar el pueblo, y no la maximización de las ganancias. El autor nos recuerda que “Los movimientos se hacen tanto con creatividad como con coerción. Las masas en movimiento generan nuevas ideas… Pero también deben amenazar con la suficiente perturbación para que sus ideas sean tomadas en serio. Si bien los movimientos no siempre tienen éxito –lo más a menudo no lo tienen–, este doble carácter es la fuente de su fuerza: la combinación de la capacidad de imaginar un futuro diferente con la fuerza necesaria para lograrlo.” Y ello implica la necesidad de encontrar estrategias diferentes para las diferentes capas.
En nuestra región, Internet Ciudadana es una de las iniciativas en marcha que comparten esta visión: de la necesidad de construir una internet desprivatizada, con justicia social y control democrático, orientada a servir a los pueblos; donde los datos sirven para fines sociales antes que ganancia privada. Internet Ciudadana se propone contribuir a construir un movimiento en este sentido y a definir estrategias para avanzar.
Pero como dice Tarnoff, no será una tarea fácil: “Hacer posible que los ordenadores del mundo se comuniquen entre sí fue un logro técnico impresionante. Conseguir que esta conversación entre máquinas sirva para algo más que para la acumulación infinita será un logro político. Puede parecer improbable, pero también lo fue Internet.”
El artículo fue publicado en la revista Internet Ciudadana No. 8