“La muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida” dejaba escrito tiempo antes de ese 19 de mayo de 1895 cuando, en la localidad de Dos Ríos, la muerte encontró a José Martí sobre el campo de batalla, a caballo y con el sol en la frente.

Martí, el más universal de los cubanos, como alguna vez lo llamo Fidel, fue un revolucionario, poeta y periodista independentista de Cuba. Nacido hace 170 años, un 28 de enero de 1853, fue el ideólogo del asalto al cuartel de la Moncada y uno de los dirigentes más destacados entre los círculos conspirativos contra la dominación española.

Este año, el calendario y la memoria quisieron que la conmemoración del natalicio de Martí se hilvanase con los 70 años de la primera marcha de las antorchas. Gesta encabezada por Fidel Castro que daría inicio a las luchas contra la dictadura de Fulgencio Batista.

Conversamos con Raúl Escalona, militante y miembro del colectivo La Tizza y especialista de la Sociedad Cultural José Martí, sobre el significado del legado martiano a la luz de los actuales desafíos que atraviesa la Revolución. A 170 años del nacimiento de José Martí, ¿Que nos dice su pluma, su verba incendiada y su ejemplar heroísmo sobre nuestro presente? ¿Qué significa tener una mirada martiana sobre los desafíos de nuestro presente?

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– Gabriel Vera Lopes: Este año se celebran una serie de aniversarios importantes para la memoria histórica de Cuba. Entre estos se destacó el 70 aniversario de la marcha de las antorchas ¿Cuál crees que fue la importancia de esa movilización en la actual coyuntura cubana?

Raúl Escalona: Es una tradición. Eso es importante tenerlo claro porque no es una movilización que surge por un problema político actual, ni es el resultado de una necesidad imperiosa concreta del presente. Sino que constituye parte de una tradición que desde hace más de 50 años se realiza en la Revolución.

Inspirada en una marcha de las Antorchas realizada el 27 de enero de 1953. En víspera del centenario de José Martí, un grupo de jóvenes liderados por Fidel Castro convocaron a una marcha con antorchas, símbolo alegórico de la luz en medio de la oscuridad, para redimir la figura de José Martí, que en el año de sus centenarios estaba siendo mancillado.

Precisamente porque el 10 de marzo de 1952 el general Fulgencio Batista había dado un golpe de estado. Como señal de protesta, los jóvenes opuestos a ese suceso se movilizaron para redimir a Martí diciendo que la dictadura lo estaba negando y ellos iban a levantar la luz de ese pensamiento. La antorcha es ese símbolo, es un símbolo muy poderoso que efectivamente ha sobrevivido durante 70 años.

Entonces esta movilización siempre existe. Lo que coincide con ella son las causas de su actualidad. Creo que uno de los grandes símbolos en esta coyuntura ha sido efectivamente el de seguir defendiendo el proyecto de la Revolución y lo que representa. Pero esto dicho así es una abstracción: “el proyecto de la revolución y lo que representa” no está diciendo nada concreto. Y decirlo hoy, en un momento donde Cuba está teniendo cambios significativos en su estructura económica, en su estructura estatal a partir de la Reforma Constitucional de 2019, así como cambios generacionales en la dirección del Estado, marchar por la Revolución en el criterio que hemos defendido un grupo de compañeros comunistas dentro de las organizaciones políticas significa marchar por la línea histórica y, podemos decir, por el proyecto de alcanzar toda la justicia social.

Es decir, que, si existen estos cambios, no sean cambios que vayan en detrimento de la Revolución, que vengan a limitar u obstaculizar su avance. Sino que deben ser cambios que deben subordinarse al programa histórico de la Revolución. Que por determinadas coyunturas no puede seguir una marcha ascendente continua, sino que tiene que tener momentos de concentración para volver a expandirse.

Creo que la movilización del 27 de enero alcanzó en alguna medida ese sentido. Fue una gran manifestación popular de respaldo a la Revolución y no sólo a las medidas gubernamentales. Porque hay que diferenciar también lo que significa ambas cuestiones. La Revolución como gran proyecto histórico de justicia social, que inició como posibilidad real para todo el pueblo el primero de enero de 1959, pero que antes de eso tiene una historia y tiene un desempeño en luchas y en acumulados. La antorcha de Martí, sus ideales y lo que representa como acumulado histórico y mística fundamental de nuestra nación, tiene que ver con esa defensa. Valores que tenemos que seguir defendiendo, incluso con las transformaciones coyunturales o tácticas, sin abandonar nunca el carácter estratégico de la marcha histórica del pueblo cubano hacia la justicia social y la defensa de la emancipación plena del ser humano.

Nuestra América


– G.V.L: Haces una distinción entre la Revolución como proyecto y horizonte, por un lado, y las estructuras del estado y el gobierno, por el otro. De esta manera, el apoyo al proyecto de la revolución puede o no coincidir con un apoyo gubernamental. ¿Cómo distinguirías estos dos elementos? y a partir de ahí, ¿cómo crees que se puede pensar ese vínculo?

R.E:  Creo que uno de los autores que en los finales de su vida manejó estas tesis es precisamente Fernando Martínez Heredia, que hablaba de la relación entre el proyecto y el poder. Y creo que quien integró magníficamente este problema en su práctica política fue, precisamente, Fidel Castro. Si se analiza la historia de la Revolución desde sus instituciones como es el estudio de Juan Valdés Paz, entre otros autores que han trabajado este problema, se ve que existe una variación en estructuras estatales, en constituciones, en leyes. Vivimos en septiembre del año pasado lo que fue la transformación del Código de las Familias, que cambia con respecto a lo existente de los años 70. O sea, esas variaciones estructurales, esas variaciones de estructura del Estado, de concreción específica de la manera de organizar un proceso, podemos decir que es el poder. Así lo declara Fernando Martínez Heredia. Y siempre han existido variaciones del poder.

Pero existe efectivamente un proyecto. Un proyecto que es un poco más amplio, más trascendente, que logra materializarse y objetivarse en militancias concretas. Entonces la relación se tiene que dar siempre en cómo el poder permite realizar ese proyecto histórico. Un proyecto que consiste en borrar todas las discriminaciones, todas las explotaciones y todas las opresiones. Lo cual supone, incluso, salir del mundo colonial, lo que supone salir del subdesarrollo en determinado momento. El proyecto es ese. Amplio, utópico, cargado de sueños y deseos, pero también de dolores y sufrimientos, de necesidades muy concretas que se fundamentan en los horrores del mundo capitalista.

¿Cómo se realiza ese proyecto? Con la organización concreta de una sociedad: en los centros de trabajo, en los lugares de estudio, en los barrios y también en los ministerios. Pero no se puede abandonar la mirada de que el poder no existe para sí mismo, de que el poder no existe para realizarse ad infinitum. No, el poder existe como la forma en que el proyecto tiene que ir realizándose en la sociedad. Y esa es una tesis muy interesante de Fernando Martínez Heredia que debemos reivindicar.

Cuando hablamos de la Revolución nos referimos a esa idea trascendente y al nombrar al Estado y sus estructuras debemos hacer esa distinción, que es de método, porque la percepción colectiva se entremezclan todas las cosas. Efectivamente existe una estructura del Estado concreta. Pero existe una alegoría, una forma trascendente de organizarnos como militancias y como revolucionarios. Una forma trascendente que es la esperanza. La esperanza no tiene una forma estatal. La esperanza es un sentimiento que nos conduce a sacrificarnos. Ahí es donde radica el proyecto de la Revolución: la confianza en que precisamente ese sacrificio vale la pena y que efectivamente podemos llegar a un mundo mucho mejor.

– G.V.L: Hilvanando el problema del vínculo entre el proyecto y las fluctuaciones de poder durante estos más de 60 años de la Revolución, ¿Cómo crees que se vincula el proyecto de Martí con el proyecto emancipatorio de la Cuba?

R.E: El proyecto martiano es un proyecto “radical y armonioso” como él mismo lo denominaba. Armando Hart insistía mucho en esa idea. ¿Por qué? Porque en la independencia cubana, Martí, a diferencia de los revolucionarios anteriores a él, logra mirar más allá del momento exacto de la independencia. Es decir, además de observar la guerra como procedimiento político para lograr la independencia, Martí logra distinguir la guerra de la revolución.

En su concepción primero llegaría la guerra y luego vendría la revolución. Porque la revolución tendría un carácter de transformación profunda de las relaciones que se daban en la sociedad colonial. Por eso habló de una Segunda Independencia de América Latina. Es decir, había que sacarse a la colonia de la costilla porque entendía que el colonialismo español había quedado en nuestra tierra agazapado como un tigre -que es la imagen que usó en Nuestra América- y que ese tigre en cualquier momento podía salir y hacer mucho daño. Entonces, ahí hay una diferencia sustantiva en el proyecto emancipatorio martiano, que se distingue de los movimientos independentistas que solo que pretendían la independencia. Es decir, una diferencia sustancial con quienes pretendían que solo alcanzando la independencia nacional los problemas terminaban.

Martí entiende que en la república hay que hacer una revolución, hay que transformar estructuras sociales, hay que tomar el problema de los pobres de la tierra, hay que atender el problema clasista, hay que atender el problema racial. Ya desde su brillante prédica revolucionaria, como la denomina Fina García Marruz, él logra con el verbo encendido poner todos estos problemas ante el pueblo cubano en la inmigración patriótica y en los textos de Patria. Logrando hacer visible el problema del racismo, el problema del colonialismo y el problema de la pobreza. Hay en Martí un acumulado histórico que se trunca parcialmente con su muerte, pero pervive en determinados bolsones en la República cubana posterior.

Ese acumulado histórico está ahí: reside como herencia en una parte del pueblo y su intelectualidad. El Movimiento 26 de julio, el asalto a la Moncada y la Generación del Centenariolo reivindica. Porque precisamente esos problemas históricos que Martí detectó en su momento, que detectó en su tiempo, no solo que siguen existiendo, sino que se han agravado. La dominación imperialista sobre la que Martí escribió, no solo existía en ese contexto, sino que quizás estaba en su apogeo bajo la forma de una dictadura militar apoyada directamente por el gobierno de los Estados Unidos.

Entonces hay una reivindicación de la Generación del Centenario de esos problemas históricos que Martí planteó; no sólo como una guerra de liberación nacional sino como una revolución. En esta perspectiva -al decir del intelectual Luis Toledo Sande- es donde la autoría intelectual del asalto al Moncada atribuida por Fidel a Martí, cobra sentido. Incluso hoy sigue siendo autor intelectual de los nuevos combates.

La libertad no es suficiente si no nos sacamos, decía Martí, el colonialismo y todos estos problemas. La revolución reivindica eso. Por eso hay una canción que dice algo así como que Martí lo prometió y Fidel lo cumplió. Porque la revolución reivindica esa tradición, ese acumulado de historias.

¿Cómo nos podemos enlazar nosotros a ese proyecto emancipatorio martiano que es extraordinariamente adelantado para su época? Un proyecto martiano que logra detectar los problemas del imperialismo norteamericano sin denominarlo de esa manera y apunta que en Cuba se decidía el equilibrio del mundo y que sería la Isla el posible bastión sobre el cual avanzaban los Estados Unidos sobre América Latina.

– G.V.L: Y en esta actualidad, donde no solo la revolución atraviesa importantes cambios, sino que también pareciera que la revolución es asechada por una crisis de envergadura. ¿Cómo se enlaza hoy la revolución como proyecto con ese proyecto martiano?

R.E: Yo creo que la relación es muy directa, la revolución no es el cumplimiento de un programa o de una acción concreta. La revolución es un movimiento de actualización constante, de ampliación constante de un programa político que logra detectar nuevas causas y combatir por ellas. Que logra incorporar nuevos problemas y combatir por su solución. Sin abandonar nunca la actualidad del pensamiento martiano.

¿Acaso podemos decir que ya no hay racismo? No, hay racismo en Cuba, existe racismo estructural y que también la Revolución, como una Revolución concreta, reproduce en determinadas instancias.

¿Podemos decir que se acabó el colonialismo? ¿Podemos decir que no somos sociedades colonizadas cultural y económicamente? No podemos decirlo. Y es ahí donde siguen estando los combates fundamentales que Martí pensó en su época como acumulados históricos que regresan. Claro que no podemos pensar con las mismas palabras, ni con las mismas estructuras, con las que pensó Martí. El enlace en que se encuentran esos proyectos históricos está en el origen mismo de la Revolución cubana.

En esas encrucijadas se juega la continuidad del proyecto martiano. Precisamente en decidir si el sacrificio que se ha emprendido durante ya casi 65 años debemos continuarlo para poder alcanzar una verdadera emancipación o si abandonamos el impulso del pensamiento martiano y traicionamos a Martí. Esa es una encrucijada continua de la revolución como proceso real: preguntarse si valen todos los sacrificios y avanzar o si abandonar el proyecto nacional revolucionario patriótico.

“La revolución no es el cumplimiento de un programa o de una acción concreta. La revolución es un movimiento de actualización constante, de ampliación constante de un programa político que logra detectar nuevas causas y combatir por ellas”

– G.V.L: Señalabas que en la concepción martiana el problema de la independencia política tiene una relación con el proceso de la emancipación social. El pensamiento de Martí se encuentra muy atravesado por lo que tradicionalmente podemos llamar “la cuestión social”. En este presente que por momentos pareciera ser tan adverso, ¿A que sujeto se les presentan esas encrucijadas de la revolución que señalas?

– R.E: El sujeto depositario sigue siendo el pueblo si de lucha se trata, como diría Fidel en “La Historia me absolverá”. Incluso es una relación mucho más compleja: porque hoy los sujetos en donde se intersecan las opresiones, ese sujeto quizás entienda que su enemigo inmediato, que quien este causando su opresión más cercana, es el gobierno del país. Que la escasez pudo haber sido provocada directamente por la ineptitud del gobierno. Pero habría que preguntarse, y yo creo que la política y la historia siempre nos inquiere sobre esto, si los enemigos del gobierno son los aliados de ese sujeto. Es decir, si la sustitución del gobierno por sus enemigos actuales -que podemos identificarlos con la derecha pro-imperialista que conspira y que promueve el fin de la Revolución- van a ser los que van a solucionar efectivamente las demandas de ese sujeto popular.

Una reflexión que no puede prescindir de entender que efectivamente ese sujeto popular está sufriendo de una manera descarnada los efectos de la crisis, los errores de la burocracia y los errores del gobierno. Que también sufre los errores no provocados por el enemigo. Existe eso.

Entonces, hay que preguntarse si los enemigos de la revolución son los verdaderos ejecutores del programa de soluciones que necesita el pueblo. Martí sigue hablando de ese oprimido: con los oprimidos hay que hacer causa común. Ese sujeto popular cubano que está sufriendo todos los efectos de esta crisis es nuestro aliado, el principal aliado de los comunistas. Pero cuando el efecto de la crisis se acrecienta y una parte del sujeto popular identifica al gobierno como el principal responsable, efectivamente hay una fractura. Algo se rompe.

En ese punto es necesario entender que hay algo que el campo de la revolución no ha logrado explicar. Hay algo que el campo de la revolución no ha logrado hacer para colocar un matiz en esa situación tan difícil, en esa situación tan grotesca.

Entonces yo te diría que sí, que ese programa que tú le denominas de naturaleza social, ese programa tiene que seguir siendo el adoptado por la Revolución, tiene que seguir siendo el objetivo de la Revolución. No de una manera asistencialista, sino de una manera profundamente liberadora. Pero hay que pensar siempre si los enemigos de lo que representa la Revolución ahora mismo van a resolver o se plantean la solución de las dificultades que tiene el sujeto popular. O si, por el contrario, la ejecución de ese programa que pueda dar soluciones a los problemas acuciantes de nuestro pueblo sigue siendo un punto de mira del programa del gobierno y de la Revolución. Efectivamente ahí le va la vida a la Revolución: en conservar su base social, que siempre han sido los más humildes.

Foto: Pedro Pablo Chaviano – Imagen de Raúl Escalona

G.V.L.: – Toda acción política implica una pedagogía. Martí es un gran pensador de la pedagogía. En ese sentido, ¿Qué vinculo se puede estrechar entre ese sujeto que sufre y la práctica pedagógica revolucionaria?

RE: Yo creo que Martí es un pedagogo de su propia vida. Es un pedagogo en su propia práctica política porque no sólo era capaz de convidar con el convencimiento de la palabra sino con el convencimiento de sus actos. Martí era el primer militante de su prédica.

Una imagen de esta pedagogía es su actitud cuando fracasa el plan de la Fernandina. Él siente que sobre él iban a venir acusaciones de ese fracaso lo cual le causa una enorme desesperación. Uno de sus biógrafos lo narra, siente una desesperación tan grande que eso, lejos de derrotarlo, le da más impulso y logra rearmar casi que milagrosamente la revolución y logra emprender la tarea de llevar a los principales generales a Cuba. Eso es una enseñanza pedagógica también. Es decir, en un momento donde parecía que prácticamente los esfuerzos de años de recolectas de dinero del Partido Revolucionario Cubano se habían perdido. Es un momento de desesperanza absoluta para el movimiento revolucionario independentista. La reacción de José Martí no es de hundirse en la depresión, sino la de redoblar la apuesta, de apurar la marcha.

Por eso a veces la imagen de ese Martí poeta, de un tipo melancólico, que casi que está en la esquina oliendo flores y se muere de amor, es una imagen un tanto distorsionada. Ese momento es bastante duro, luego del esfuerzo de tres años parecía que de pronto se desaparece todo. Sin embargo, lo que hace eso es insuflarle más energía y en un tiempo muy corto logra reunir un dinero y traer la guerra a Cuba y a los principales generales con unos recursos escasos.

Ahí hay una pedagogía revolucionaria muy intensa. Que nos dice que en los momentos de más dureza política no sólo hay que empeñarse en la causa que uno defiende, sino que hay que hacerlo con astucia. Una pedagogía que nos dice que hay que ser parte del sufrimiento. O sea, sentir en carne propia lo que significa un fracaso. Creo que eso es algo que necesitamos. Martí era capaz de transmitir ese sentimiento de desgarramiento que significaba para un cubano no estar en su país, de no tener una patria; y era capaz de transmitirlo no debido al uso de una técnica “comunicativa”, sino como parte de su propia vida, porque él sentía ese desgarramiento.

Nosotros, y cuando digo nosotros no solo me refiero a los revolucionarios cubanos, sino al pueblo cubano y los dirigentes cubanos, debemos ser capaces de transmitir lo que significa el desgarramiento del bloqueo, el crimen de no poder construir en relaciones de igualdad con el mundo el proyecto de Nación por el que apostamos, y que ese proyecto sea saboteado a cada minuto en una guerra sin bombas.

Porque el bloqueo no solo hay que transmitirlo en cifras. El bloqueo hay que transmitirlo en el desgarramiento que significa. El principal crimen del bloqueo es lo que nos imposibilita de hacer: la esperanza que nos quita, el aciago que representa la escasez. El pueblo cubano debería ser un pueblo que piense de la manera más sublime las formas de emanciparse y, sin embargo, el pueblo cubano es un pueblo que por causa de la escasez tiene que vivir pensando en cómo y qué comer muchas veces. Eso no nos quita lo sublime, pero nos resta tiempo para construir el futuro que queremos. Y esa circunstancia hace que como Martí, tengamos que redoblar los esfuerzos y sacar de donde hay, porque si en aquel momento había que llegar a Cuba así fuera en una cáscara de plátano, hoy debemos sostener la esperanza de la Revolución en las más difíciles situaciones, y debemos hacerlo de manera sincera, razonable y testimonial, no con panfletos y discursos vacíos que no dejan entrever ninguna esperanza.

Ese desgarramiento hay que transmitirlo y la pedagogía política martiana puede contribuir mucho. Supongo que escucharlo debió haber sido mucho más impresionante. De hecho, precisamente hay un testimonio de un tabaquero que le preguntan “¿Y usted entiende algo de lo que dice Martí?”. Pues bueno, la escritura y la oratoria martiana es extraordinariamente enrevesada. Y el hombre responde “no, no entiendo lo que él dice, pero cuando lo escucho, siento deseos de morir por él”. Es un testimonio que recoge Fina García Marruz en su libro “El amor como energía revolucionaria en José Martí”.

La pedagogía política era él mismo. Era la vida misma de la Patria hablando y sufriendo todos los desgarramientos. Entonces nosotros de esa pedagogía política martiana tenemos que asimilar lo que significa la revolución y transmitir lo que significa la revolución desde ese sentimiento profundo. Porque la Revolución no es sólo un problema de cuchillo y tenedor, retomando a Rosa Luxemburgo. La Revolución es una experiencia subjetiva que consiste en salir de relaciones alienadas, salir del malestar al que nos reduce la sociedad capitalista. La Revolución tiene que ser eso también, tiene que ser un sentimiento desgarrador del mundo viejo para convertirse en un sentimiento renovador: una experiencia de vida gratificante del mundo que estamos viviendo. Vivir en la causa. Y si uno es un dirigente, ser el primer militante de la esperanza. Martí lo hizo a cabalidad y es una de las causas por la que hoy estamos hablando de él aquí, porque fue un hombre sincero.

Tumba de José Martí
Tumba de José Martí

– G.V.L: Asumir el desgarramiento de las injusticias así como mantener una práctica dialógica y pedagógica con quienes sufren, pareciera una capacidad ajena a las prácticas de las burocracias estatales. ¿Qué lugar ocupa la burocracia, así como las practicas burocráticas en la actual cubana, en su crisis y en la revolución como proyecto?

No podemos decir que hay una clase social burocrática. Pero sobre todo hay que marcar que la burocracia es muy heterogénea. Un hijo de obrero puede llegar a ser el más dogmático primer secretario del partido. Porque del pueblo no solo emergen flores también emergen espinas. Pero en ese proceso es el pueblo educándose a sí mismo.

Si uno va a las direcciones del Poder Popular, a las direcciones del Partido o del Gobierno, no va encontrar privilegiados ni gente con apellidos complejos. Van a verse Pérez y Rodríguez y gente de extracción popular. Gente que cumple sus funciones bien o lo hace mal. Por eso la importancia de la pedagogía y se puede explicar por ahí también: es el pueblo aprendiendo de sí mismo a gobernar. Ese es un gran drama: a nosotros, a la Revolución cubana, nadie nos dijo cómo tenía que ser o cómo había que hacer.

No está escrito. En esa entrevista famosa que realiza Ignacio Ramonet a Fidel le pregunta qué error pudieron haber cometido y él dice: “creer que alguien sabía cómo se hacía el socialismo”. Es precisamente eso. Un pueblo que nunca se ha gobernado, un pueblo que de repente tiene la tarea de conservar la ciudad, que de repente tiene la tarea de organizarse, y que nunca lo había hecho. O que sólo lo había hecho mediante mecanismos de disciplinamiento del capitalismo. Mediante formas que mantenían el control en la clase media, mientras los hijos de las clases altas dirigían las empresas. Disciplinando a las clases proletarias para que recojan la basura, chapeen el patio y mantengan la belleza burguesa. Entonces de pronto desaparecen esos mecanismos de disciplinamiento y emerge ese carácter maravillosamente heterogéneo que tiene cualquier pueblo del mundo, no solo el cubano. Emerge en su mal vestir, en su mal hablar, en su mala educación, pero también en sus buenas costumbres, en sus formas de conservar lazos comunitarios y de solidaridad.

Cuando hablamos del funcionario, del burócrata, hay que entender también que ese funcionario, ese burócrata, no viene del éter. Viene también de ese pueblo ignorante que no tuvo padres universitarios. Tiene que ir asimilando un discurso. No sabe cómo ser un hombre nuevo, ni una mujer nueva. ¿Eso donde se aprende? La dominación hasta ahora nos lo indica, nos lo dice en el tejido social. Tú eres negro, gaucho, mujer, chicana, latino en Miami, y para todo eso tiene muchas funciones. Pero cuando ese tipo de poder disciplinador desaparece, ¿cómo se organiza la sociedad?

Por eso la Revolución cubana es una búsqueda y está llena de errores en esa búsqueda. El capitalismo no fracasa buscándole un nuevo rol a los oprimidos o a los explotados, y a veces también. Esos roles ya los tiene preestablecidos. Sabes muy bien qué es lo que tienes que hacer si naciste en un barrio industrial o si eres un potencial directivo. Está prefigurado.

La revolución en su búsqueda tiene que buscar un nuevo rol que no puede ser abstracto. Tiene que tener una matriz concreta que sea digna. Porque la revolución va por la dignificación de las personas. Pero, de nuevo, ¿eso dónde está escrito? No existe. Hay que construirlo y en su construcción está permeada todas estas contradicciones. Hay que construir sobre el dogmatismo, sobre el oportunismo, sobre la corrupción, sobre la penetración imperialista, los servicios especiales, una posible invasión, una crisis económica, la escasez. Entonces la complejidad es muy grande… es enorme. El proyecto de la revolución es enorme.

– G.V.L: Un carácter procesual y permanente de la revolución…

R.E: La revolución es ese movimiento, es esa actualización constante del programa político del pueblo. Debe andar, perfeccionando sobre el camino, y corrigiéndose sobre la marcha. Sin perder ese fundamento esencial que es alcanzar efectivamente un estado de justicia superior.

Y en ese andar hay que ir naturalizando la solidaridad, no solo el egoísmo. Hay que naturalizar el ser solidario, hay que naturalizar el ser empático, el ser comprensivo. ¿Y acaso lo hemos naturalizado? Sin dudas en algún momento ha habido más naturalización de eso en Cuba que en estos momentos. Porque la Revolución tiene sus regresiones, así como lo tiene el combate. De eso va la revolución.

En estas fechas martianas, debemos preguntarnos si están encendidas nuestras antorchas. Y si con ellas podemos iluminar la regeneración de un proyecto revolucionario.