Mural Simon Bolivar

Si el antichavismo de elites se juega la vida en el empeño por espantar el fantasma de un país con justicia, el chavismo con arrestos revolucionarios tendría que hacer justo lo contrario. Tendríamos, por tanto, que hacer un poco de “hauntología”, tal y como la definía Fisher, aún si esto implica aprender a lidiar, inevitablemente, con cierta melancolía:

“En términos de Freud, tanto el duelo como la melancolía tienen que ver con la pérdida. Pero mientras el duelo es la lenta y dolorosa retirada de la libido del objeto perdido, en la melancolía la libido aparece unida a lo que ha desaparecido […]. La hauntología puede ser construida entonces como un duelo fallido. Se trata de negarse a dejar ir al fantasma o –lo que a veces es lo mismo– de la negación del fantasma a abandonarnos”. El espectro de un país con justicia “no nos permitirá acomodarnos en las mediocres satisfacciones que podemos cosechar en un mundo gobernado por el realismo capitalista”.¹

Bienvenido sea entre nosotros el espectro. Uno de los textos de este libro, “Duelo”, puede ser leído como un ejercicio de hauntología. Sólo ahora puedo comprender por qué me resultó tan difícil escribirlo, por qué tuve que comenzar, borrar y recomenzar de nuevo, una y otra vez: estaba dándome de bruces con la melancolía. Tras la desaparición física de Chávez, lo que no debe permanecer entre nosotros es la figura mitificada. No se trata de olvidar a Chávez, el hombre de carne y hueso a fin de cuentas inolvidable, sino al mito que nos hace olvidarnos de nosotros mismos. Chávez como el fantasma que se niega a abandonarnos. Duelo fallido, que no quiere serlo, porque no deseamos acomodarnos a la realidad, sino cambiarla; como invocación de los fantasmas que nos acompañarán a rebelarnos. “Algo similar al duelo, pero no exactamente”, escribía en Radiografía sentimental del chavismo. El último texto, Comenzar de nuevo, es también un ejercicio de hauntología: “Porque hoy no estamos todos los que somos. Una parte pareciera haber desaparecido de nuevo. Hay una parte de nosotros que ha vuelto a ser invisible. Y nos perturba pensar en lo intolerable que puede resultar para una parte de eso que somos, ser invisibles una vez más”. Son líneas cargadas de cierta melancolía, pero de una que “consiste en la negación a ajustarse a lo que las condiciones actuales llaman ‘realidad’, incluso si el costo de esa negación es que te sientas como un paria en tu propio tiempo”². Como ha escrito Daniel Bensaïd: “Cuando la resignación y la melancolía suceden al éxtasis del acontecimiento, cuando el aburrimiento se insinúa en el amor acostumbrado, se impone el imperioso deber de ‘no adaptarse a esos momentos de fatiga’”³. Frente a la realidad fatigosa que nos invita a la resignación, oponer “una melancolía que no ignora el doloroso divorcio entre lo probable y lo posible, pero que se aferra a superarse, a pesar de todo, con y contra todo”; una melancolía que “ante la firme certeza de la incertidumbre, afronta el peso de la duda, sin poder librarse de ella. La esperanza no va entonces sin una dosis asumida de pesimismo”⁴.

Un primer balance general de la etapa post-Chávez (I)

¿Invocar los espectros de un país con justicia, de un Chávez desmitificado, del socialismo del siglo XX, asumirnos como hombres y mujeres en duelo fallido, implica abandonarnos a la nostalgia? Según Fisher, “la pregunta debería ser: ¿nostalgia de qué? Es raro tener que aclarar que comparar el presente de un modo desfavorable con el pasado no es algo automáticamente nostálgico o culposo […]. Es la tendencia a sobreestimar falsamente el pasado la que provoca que la nostalgia sea mayor”. En nuestro caso, muy por el contrario, lo que estamos subestimando es el pasado, sobre el que pesa “una mitificación monstruosa”, llevada a cabo por el relato antichavista. “A la inversa, nos vemos inducidos a sobrestimar falsamente el presente; y aquellos que no pueden recordar el pasado, están condenados a que le vendan ese mismo pasado una y otra vez, indefinidamente”⁵. Lo que debemos ser capaces de comprender es por qué terminó prevaleciendo esta subestimación del pasado. Si bien aquellos años en que nos habíamos puesto en camino de construir un país con justicia fueron mucho mejores “de lo que el neoliberalismo hoy quiere que recordemos, debemos reconocer que la distopía capitalista […] no es algo que simplemente nos impusieron, sino que fue construida a partir de nuestros propios deseos capturados”⁶. Así, por ejemplo, me atrevería a afirmar que fue capturado nuestro deseo de vivir en un país con una robusta economía de mercado. Tan hondo ha calado el relato antichavista que una afirmación tal hoy podría ser considerada un anatema. Pero, ¿realmente son incompatibles el socialismo del siglo XXI y la economía de mercado? En lo absoluto, siempre y cuando nos desmarquemos del relato neoliberal y volvamos a Fernand Braudel.

En Impensar las ciencias sociales,  Immanuel  Wallerstein  hacía un brillante resumen de  lo  expuesto  por  Braudel  en  su  monumental Civilización material, economía y capitalismo. Vayamos a lo básico: “Braudel comienza haciendo una analogía con una casa de tres pisos: la planta baja, que representa la vida material ‘en el sentido de una economía muy elemental’ […]; el segundo piso que suele llamar ‘vida económica’; y el tercer piso o azotea, al que designa como el ‘capitalismo’ o a veces el ‘capitalismo verdadero’”. Esta “vida económica” comprende lo que Braudel entiende por economía de mercado. El capitalismo, en cambio, y en sentido estricto, sería un “contramercado”.

Pero sigamos con Wallerstein: “Empieza por distinguir la vida económica desde la planta baja. Con la vida económica ‘saldremos de la rutina, de lo cotidiano inconsciente’ de la vida material. A pesar de esto estaba involucrada en ‘regularidades’, pero estas se derivaban de procesos de mercado que ayudaban a organizar y reproducir una división ‘activa y consciente’ del trabajo […]. Por lo tanto el mundo de estos mercados era uno ‘donde cada uno puede saber anticipadamente, instruido por la experiencia común, cómo se desarrollarán los procesos de intercambio’ […]. De modo que una actividad abierta, consciente de sí misma, distinguía la vida económica de la vida material, el dominio del consumo y de la producción para el consumo inmediato […]. La economía de mercado era un mundo de realidades claras, ‘transparentes’, y fue con base en los ‘procesos fáciles de captar’ que ocurrían dentro de ellas como se fundamentó originalmente el lenguaje de la ciencia económica. Encima y debajo del mercado, en cambio, las zonas eran ‘sombrías’ u opacas. La zona inferior, la de la vida material, ‘con frecuencia es difícil de observar por la falta de documentación histórica’. Su opacidad radica en la dificultad que tiene el analista para observarla. La zona de encima, por otra parte, la zona del capitalismo, también era opaca, pero ahora porque los capitalistas así lo deseaban. Era la zona donde ‘grupos de actores privilegiados se introducían en circuitos y cálculos que el común de los mortales ignora’. Practicaban ‘un arte sofisticado, abierto, como mucho, a unos cuantos privilegiados’. Sin esta zona ‘por encima de la claridad de la economía de mercado’, la existencia del capitalismo, es decir, del ‘dominio por excelencia del capitalismo’ era inconcebible […]. La zona de mercado […] era una zona de ‘exiguos beneficios […] que no parece odiosa’. Las actividades ‘apenas se destacan del trabajo ordinario’. Qué diferente era del capitalismo real ‘con sus redes poderosas y sus juegos que parecen diabólicos al común de los mortales” […], la zona de ‘beneficios excepcionales’ […]. El mercado viene a ser una liberación, una apertura, el acceso a otro mundo. Es vivir de puertas hacia afuera’ […]. En un principio, el contra- mercado prosperaba particularmente en el comercio sobre largas distancias. Sin embargo, no era la distancia per se la que explicaba las altas ganancias. ‘La superioridad indiscutible del comercio a distancia, radica en la concentración que permite, y que hace de este un motor sin igual para la reproducción y rápido aumento del capital’ […]. Braudel define la vida económica como aquellas actividades que son en realidad competitivas. El capitalismo se define como la zona de concentración, la zona de un grado relativamente alto de monopolización, es decir, el contramercado […]. La zona de la economía de mercado era una zona de ‘comunicaciones horizontales entre los diferentes mercados […]: cierto automatismo enlaza oferta ordinaria, demanda y precios’ […]. La zona del capitalismo era en esencia distinta. ‘Los monopolios son asunto de fuerza, de astucia, de inteligencia’ […]. Pero más que nada de poder”⁷.

En este punto es preciso hacer una pausa. Una pausa para dejar por sentado, de una vez, que la apuesta estratégica inherente a la idea-fuerza de socialismo del siglo XXI jamás significó algo siquiera parecido a un improbable “retorno” a las formaciones sociales precapitalistas, una suerte de “vuelta” a aquellos tiempos idílicos en que la “vida económica” florecía y la humanidad había logrado conjurar la concentración de capital y, por tanto, la aparición de los primeros monopolios. Tampoco significó estatizar por completo la actividad económica, nacionalizando compulsivamente, ni perseguir hasta eliminar de cuajo la iniciativa privada, ni desconocer el derecho de propiedad, expropiando a diestra y siniestra, ni edificar un régimen totalitario que ejerciera el control de la población mediante la administración de la escasez, como dicta el relato antichavista. Muy por el contrario, aquella fue siempre una apuesta por demás “realista”, pero no en el sentido, por supuesto, del realismo capitalista, y tampoco en cualquier sentido que pueda asociarse a las experiencias de “socialismo real”. Fue “realista” en tanto que, en efecto, ya entonces estaban dadas las condiciones históricas para que la sociedad venezolana se planteara el problema de cómo transformar su realidad, modificando, entre otras cosas, una estructura económica caracterizada por la subordinación y la dependencia. Fue “realista” en el sentido de que nunca implicó hacer tabla rasa, decretando el fin de los monopolios y, más allá, procediendo al exterminio de los agentes capitalistas, sino comenzar a construir algo digno de llamarse economía de mercado, una esfera de la que millones de seres humanos habían sido simplemente expulsados. Fue “realista”, igualmente, en la medida en que significó una apuesta por la recuperación del papel del Estado como reglamentador de la vida económica, lo que pasaba, entre otros asuntos, por ir sentando las bases, de manera progresiva, para que fuera posible la coexistencia entre distintas formas de propiedad, con especial énfasis en la propiedad social. En suma, fue “realista” porque a la fuerza, la astucia y la inteligencia de los monopolios, oponía la fuerza, la astucia y la inteligencia del Estado y del pueblo organizado⁸.

El tema de la fuerza, es decir, del poder, escribía Wallerstein, “nos lleva a la función del Estado. Braudel señala dos puntos a este respecto: uno referente al Estado como reglamentador, otro referente al Estado como garante, y su planteamiento es paradójico. Como reglamentador, el Estado cuida la libertad; como garante, la destruye. Su lógica es la siguiente: el Estado como reglamentador implica el control de precios. La ideología de la libre empresa, una ideología al servicio de los monopolistas, siempre ha atacado las múltiples formas de control de precios por parte de los gobiernos, pero para Braudel el control de precios aseguraba la competencia: ‘El control de precios, argumento esencial para negar la aparición antes del siglo XIX del «verdadero» mercado autorregulador, ha existido en todo tiempo y aún hoy. Pero, en lo que respecta al mundo preindustrial, sería un error pensar que las tarifas de los mercados suprimen el papel de la oferta y de la demanda. En principio, el control severo del mercado está hecho para proteger al consumidor, es decir, a la competencia’ […]. En este caso la función del Estado consistía en contener las fuerzas del contramercado, ya que los mercados privados no surgieron nada más para promover la eficiencia, sino también para ‘eliminar la competencia’. Sin embargo, el Estado también era garante, un garante del monopolio, incluso su creador”, luego de lo cual Wallerstein, siguiendo Braudel, procedía a enumerar algunos ejemplos históricos⁹. Volviendo al tiempo presente, Fischer señalaba: “desde sus comienzos el neoliberalismo dependió en secreto del Estado, incluso si fue ideológicamente capaz de denostarlo”¹⁰. El problema, en suma, no es realmente el Estado, sino el Estado realmente existente: si este desempeña la función de reglamentador o de garante de las fuerzas monopólicas.

“[Chávez] fue ‘realista’ porque a la fuerza, la astucia y la inteligencia de los monopolios, oponía la fuerza, la astucia y la inteligencia del Estado y del pueblo organizado”

En Cuarentena he asomado tres hipótesis de trabajo: la primera de ellas es que se ha producido una neoliberalización de facto de la sociedad venezolana, fenómeno que guarda relación directa con la pérdida de capacidad estatal para reglamentar la economía, proceso que inicia con la caotización de las relaciones económicas y sociales, en particular durante los años 2014 y 2015, y que tuvo un impacto muy profundo en la subjetividad de las clases populares. De dicha hipótesis se derivarían dos conclusiones preliminares: 1) hablar de neoliberalización de facto de la sociedad venezolana quiere decir que es un fenómeno que tiene lugar a pesar de la voluntad del liderazgo político chavista, al margen de la presencia de elementos neoliberales en el Gobierno, lo que ciertamente tendría que haber facilitado tal desenlace; dicho de otra forma, sería la consecuencia de su derrota en el plano económico; 2) en tal contexto, las clases populares no se convierten súbitamente al neoliberalismo, adoptándolo pasivamente como patrón de sociabilidad; no obstante, se ven obligadas a lidiar con la racionalidad predominante, reproduciéndola y adaptándose a ella, pero de manera ambivalente, beligerante, no exenta de crítica¹¹.

La segunda hipótesis es que, de una fase de caotización de las relaciones económicas y sociales, pasamos a otra fase en que lo previamente anómico pasó a estar en el centro de la dinámica social: en medio de un proceso de mutación del régimen de gubernamentalidad, de reorganización de la racionalidad política, lo anómico deviene nueva norma de sociabilidad¹². La tercera hipótesis es que cuando esto último ocurre, es porque se ha impuesto un estado de excepción. En este caso, son los agentes económicos capitalistas, fundamentalmente monopólicos y oligopólicos, quienes se arrogan la auctoritas para suspender la potestas. Son, digamos, el nuevo “soberano”, uno que actúa en estrecha alianza con los intereses del soberano imperial estadounidense, y más que en alianza, casi siempre subordinado a este. Dicho estado de excepción se expresaría como desconocimiento de los mecanismos estatales de reglamentación del mercado, el paso de un Estado reglamentador a uno garante de los intereses de las fuerzas monopólicas y oligopólicas¹³.

Es momento de matizar o corregir esta última hipótesis: no fue simplemente que se nos impuso un  estado  de  excepción.  Es  que  nuestro deseo de una economía de mercado, tal y como la concibe Braudel, e infinitamente más próxima al socialismo del siglo XXI que a cualquier planteo neoliberal, fue capturado por las fuerzas económicas monopólicas y oligopólicas en franca rebelión contra el Estado reglamentador. ¿Es que acaso durante aquellos años de caotización económica no llegamos a desear fervientemente el levantamiento de cualquier control estatal sobre la economía, con la esperanza de que reaparecieran en los anaqueles los productos de primera necesidad? En efecto, no sólo estos productos, sino muchos otros fueron reapareciendo en la medida en que el Estado levantaba los controles, y puede discutirse sobre los errores cometidos durante el tiempo en que el Estado hizo valer lo que consideraba su obligación de reglamentar la economía. Pero es indiscutible que hoy estamos mucho más lejos de una verdadera economía de mercado: millones de personas fueron expulsadas nuevamente a los márgenes de la vida económica, la pobreza aumentó significativamente, lo mismo que la desigualdad. En el presente, la posibilidad cierta de una economía de mercado es uno más de nuestros futuros perdidos. Tendríamos que hacer, también en este caso, un ejercicio de hauntología. “Pero no deberíamos tener que elegir entre, digamos, Internet y la seguridad social”, afirmaba Fisher, de la misma forma que no deberíamos tener que elegir entre accesibilidad y disponibilidad de los productos de primera necesidad. “Un modo de pensar la hauntología es que sus futuros perdidos no nos fuerzan a falsas elecciones de ese tipo. Al contrario, lo que nos acecha es el espectro de un mundo en el que todas las maravillas de las tecnologías de la comunicación puedan ser combinadas con un sentido de la solidaridad mucho más fuerte que cualquier otra cosa que la socialdemocracia hubiera podido producir”¹⁴. En nuestro caso, nos acecha el espectro de un mundo en que existe la economía de mercado, en que los productos de primera necesidad, y no solo ellos, están disponibles y, al mismo tiempo, son accesibles para las clases populares. Debemos ser capaces de volver a narrar el pasado en que la economía de mercado se perfilaba como posible. Despertar los potenciales que aún esperan en el pasado. Si hoy la economía de mercado es un espectro, es porque para el neoliberalismo es una promesa irrealizable, el índice elocuente del abismo que separa la prédica ideológica neoliberal de la realidad de las mayorías. La economía de mercado que nos vende el neoliberalismo es una idea y, peor aún, una realidad, sencillamente indefendible.

El libro completo se puede descargar aquí.



1) Mark Fisher. Los fantasmas de mi vida. Escritos sobre depresión, hauntologťa y futuros perdidos. Caja Negra Editora. Buenos Aires, Argentina. 2018. Págs. 48-49.

2) Ibťd. Pág. 51

3) Daniel Bensaïd. Resistencias. Ensayos de topologťa general. El viejo topo. Madrid, España. 2006. Págs. 17-18.

4) Daniel Bensaïd. Une  radicalité joyeusement mélancolique. Textes (1992-2006). Textuel. Paris, France. 2010. Págs. 180-181.

5) Mark Fisher. Los fantasmas de mi vida. Op. Cit. Págs. 52-53.

6) Ibťd. Pág. 53.

7) Immanuel Wallerstein. Braudel y el capitalismo, o todo al revés, en: Impensar las ciencias sociales. Siglo XXI Editores. México. 1999. Págs. 227-230.

8) Relataba Chávez: “En una ocasión me decía un Presidente neoliberal que ya se fue del Gobierno de su país [se refería probablemente a Vicente Fox, ex mandatario mexicano] […]: ‘Chávez está negando el mercado’. Eso fue en una Cumbre allá, cuando enterramos el ALCA, en Mar del Plata, en Argentina [IV Cumbre de las Américas, noviembre de 2005]. Y yo le dije: ‘No, Presidente, usted está equivocado, usted está falseando mis argumentos para tratar de debilitarlos’. ¡Ah! Porque estaba ahí aquel que fue jefe del imperio [George W. Bush], que no lo voy a nombrar, ¿ves? Ahí estaba sentado, entonces algunos presidentes querían lucirse delante del jefe, del amo, y bueno, este Presidente decía: ‘No, el presidente Chávez no sé de dónde sacó esa tesis, atacando el mercado’. Y le dije: ‘No, Presidente, ni yo ni nadie puede negar el mercado, el mercado es tan antiguo como la humanidad misma. Lo que nosotros atacamos es el llamado ‘libre mercado’, que no es libre ni es nada, es uno de los mecanismos que creó el capitalismo para expropiar al pueblo”.

En: Hugo Chávez Frías. Intervención durante acto de conmemoración del 52 aniversario del 23 de enero de 1958. Todo Chávez en la Web. Instituto de Altos Estudios del Pensamiento del Comandante Hugo Chávez. Caracas, Venezuela. 23 de enero de 2010.

9) Immanuel Wallerstein. Braudel y el capitalismo, o todo al revés. Op. Cit. Págs. 230-231.

10) Mark Fisher. Realismo capitalista. Op. Cit. Pág. 23.

11) Reinaldo Iturriza López. Cuarentena (IV). Un paréntesis sobre neoliberalismo y rebelión. Saber y poder, 1 de noviembre de 2019.

12) Reinaldo Iturriza López. Cuarentena (VIII). Neoliberalismo y clases populares: la mutación en marcha. Saber y poder, 4 de febrero de 2020.

13) Reinaldo Iturriza López. Cuarentena (IX). Estado de excepción y el lugar de las mayorías populares. Saber y poder. 18 de febrero de 2020.

14) Mark Fisher. Los fantasmas de mi vida. Op. Cit. Pág. 54.