mariategui

El más afamado y trascendente de los desarrollos del marxismo en América Latina, es por lejos, el de José Carlos Mariátegui, creador indiscutido de un auténtico marxismo latinoamericano. La actual reverencia a sus ideas en todo el mundo, que lo convierten en un auténtico “rockstar” teórico de las izquierdas, ha dejado muy atrás y hace difícil recordar que fue, sin embargo, incomprendido y subestimado en el comunismo internacional de su época, bajo predominio soviético. A pesar de lo cual, la fuerza de sus ideas fue crecientemente influyente y, tras la caída del bloque soviético y el descrédito teórico de muchas de sus fórmulas, Mariátegui alcanzó un estatus de reconocimiento pleno y casi obligado, como expresión creativa y creadora del marxismo desde y para Nuestra América.

Semejante trascendencia de su obra -sorprendente si se piensa en su corta vida de apenas 36 años-, acaso surja de su condición de intelectual autodidacta, que, no solo no estudió en la universidad, sino que ni siquiera terminó su escolaridad formal. Reflexiones suyas podrían abonar a esa hipótesis: “Los profesionales de la inteligencia no encontraran el camino de la fe; lo encontraran las multitudes” (El hombre y el mito, 1925). “El materialismo histórico surgió de la necesidad de darse cuenta de una determinada configuración social, no ya de un propósito de investigación de los factores de la vida histórica y se formó en la cabeza de políticos y revolucionarios, no ya de fríos y compasados sabios de bibliotecas” (Defensa del marxismo, 1929).

Ciertamente, suplió la formación académica pertrechándose con un conocimiento colosal, casi exhaustivo, de los debates marxistas, pero, además, de todas las demás corrientes del conocimiento contemporáneo de su época. Especialmente, su estudio en terreno de las agitaciones y propuestas revolucionarias que sacudieron Europa, continente que recorrió por cuatro años. Al retornar al Perú, en 1923, procederá a una sistemática aplicación del marxismo desde y para la específica y única realidad peruana y latinoamericana. Su práctica y la obra resultante constituyen un hito crucial en el largo parto metafórico de un pensamiento propio en América Latina. Que habrá de realizarse expresamente contra las generalizaciones ahistóricas de cierta teoría revolucionaria ortodoxa, pretendidas como fórmulas universales y obligatorias, en la región.

Asimismo, aunque Mariátegui es, sin ninguna duda, la cumbre indiscutida de este esfuerzo de independencia y creación revolucionaria propia latinoamericana, no es, como nadie puede serlo, un sujeto ajeno a los pueblos y su historia. Como dijo Fidel Castro: “No son los individuos los que hacen la historia, es la historia la que hace a las figuras o las personalidades” (Conferencia Mundial Diálogo de Civilizaciones. América Latina en el siglo XXI: Universalidad y Originalidad. 2005).

Aunque el estudio y comprensión de los/as libertadores/as de la primera independencia no fue uno de los fuertes de la obra de Mariátegui, es justamente con ellos/as que comienza esta tensión entre una teoría revolucionaria propia y otra tomada o impuesta desde fuera como universal y obligatoria. Nadie ilustra mejor este proceso que Simón Rodríguez, maestro de Bolívar y conspirador revolucionario que escribió, coincidiendo y adelantando en aspectos fundamentales a Mariátegui: “La América Española es Original i ORIGINALES han de ser sus Instituciones i su gobierno i ORIGINALES sus medios de fundar uno i otro. O Inventamos o Erramos” (Sociedades Americanas en 1828).

Franz Tamayo, un gran pensador boliviano, contemporáneo de Mariátegui, refiriéndose al sistema educativo de su época, escribió en 1910: “Hasta ahora esta ha sido una pedagogía facilísima, pues no ha habido otra labor que la de copia y de calco, y ni siquiera se ha plagiado un modelo único, sino que se ha tomado una idea en Francia o un programa en Alemania, o viceversa, sin darse siempre cuenta de las razones de ser de cada uno de esos países”. Antecedente que coincide con el ya famoso programa sobre el marxismo de Mariátegui, expuesto 18 años después en la revista Amauta: “El marxismo es un método fundamentalmente dialéctico. Esto es, un método que se apoya íntegramente en la realidad, en los hechos. No es, como algunos erróneamente suponen, un cuerpo de principios de consecuencias rígidas, iguales para todos los climas históricos y todas las latitudes sociales… El marxismo, en cada país, en cada pueblo, opera y acciona sobre el ambiente, sobre el medio, sin descuidar ninguna de sus modalidades” (Mensaje al Congreso Obrero,1927). “No queremos, ciertamente, que el socialismo sea en América calco y copia. Debe ser creación heroica. Tenemos que dar vida, con nuestra propia realidad, en nuestro propio lenguaje, al socialismo indoamericano. He aquí una misión digna de una generación nueva” (Aniversario y balance, Revista Amauta, 1928). Es la historización, o “peruanización” del marxismo, para parafrasear otra de sus frases célebres: “peruanicemos el Perú” (1924). Ya antes, en 1910, el gran pensador mexicano, Justo Sierra había llamado a la universidad de su país a “Nacionalizar la ciencia, mexicanizar el saber”.

Del enorme potencial creativo de ese núcleo instrumental, nacerán sus innumerables “análisis concretos de las realidades concretas” que abarcan desde la economía a la religiosidad, pasando por la literatura y casi todos los temas sociales de su tiempo. Su intensa trayectoria, a pesar de su breve vida, incluye innumerables artículos para diversos periódicos y revistas, la creación de históricas entidades gremiales y políticas, y una incansable actividad de formación y organización. Sólo en el año 1928, uno de los más productivos, realizó la fundación del “Partido Socialista Peruano”, del cual será el primer secretario general, y que tras su muerte pasará a llamarse Partido Comunista; la fundación del periódico “Labor” de la “Central de Trabajadores”, también creada por él; y la publicación de su obra más acabada y trascendente, “Siete ensayos de Interpretación de la realidad peruana”.

En el mismo movimiento, deberá superar las limitaciones, incomprensiones y a veces acerba oposición, que, justamente por falta de historicidad, presentaba en ocasiones la política oficial y oficiosa del comunismo internacional. La insistencia en el carácter obrero del partido, de la principal fuerza y de los escenarios principales de la lucha revolucionaria, aunque en muchos países, como Perú, China y otros, la población obrera era escasa y poco relevante en comparación a la abrumadora magnitud y significación del campesinado o los indígenas. La incomprensión y desprecio por el uso de inéditas fórmulas teóricas, como la de “socialismo indo-americano” de Mariátegui. El uso generalizado de discursos teóricos ya instalados como inapelables y de medidas burocráticas de castigo, como procedimientos que inhiben el debate y la reflexión libre y creativa de la militancia.

“La persistencia de la cultura ancestral andina […] viene presentando una paradoja: lo supuestamente ‘caduco’, ‘arcaico’, ‘primitivo’, ‘atrasado’ y ‘retrógrado’, es de hecho generador de lo nuevo, de renovación, e incluso de lo revolucionario”

“El socialismo es también una religión, una mística… el hombre contemporáneo tiene necesidad de fe. Y la única fe que puede ocupar su yo profundo, es una fe combativa… ningún espíritu que se siente vacío, desierto, deja de tender, finalmente, hacia un mito, hacia una creencia. La fuerza de los revolucionarios no está en su ciencia; está en su fe, en su pasión, en su voluntad. Es una fuerza religiosa, mística, espiritual. Es la fuerza del Mito… La emoción revolucionaria es una emoción religiosa. González Prada se engañaba cuando nos pregonaba antirreligiosidad. Hoy sabemos mucho más que en su tiempo sobre la religión. Sabemos que una revolución es siempre religiosa. La palabra religión tiene un nuevo valor, un nuevo sentido. Sirve para algo más que para designar un rito o una iglesia. Poco importa que los soviets escriban en sus afiches de propaganda que ‘la religión es el opio de los pueblos’. El comunismo es esencialmente religioso. Lo que motiva aún equívocos es la vieja acepción del vocablo… Los motivos religiosos se han desplazado del cielo a la tierra. No son divinos: son humanos, son sociables” (1928).

En el Perú, por lo menos desde inicios del siglo XX, la persistencia de la cultura ancestral andina (y lo mismo está ocurriendo con la cultura amazónica ancestral en el siglo XXI) viene presentando una paradoja: lo supuestamente “caduco”, “arcaico”, “primitivo”, “atrasado” y “retrógrado”, es de hecho generador de lo nuevo, de renovación, e incluso de lo revolucionario. Así lo confirma para el ámbito de la literatura Alberto Flores Galindo: “Paradójicamente, José María Arguedas, en sus momentos de más hondo pesimismo, se imaginaba como el trovador de un mundo en ocaso, era lo contrario: lo andino penetraba en una forma occidental, el cuento o la novela, transformaba un lenguaje anquilosado y terminaba fundando una obra radicalmente original, un nuevo discurso”. Y un proceso similar ocurre en la política: “Mariátegui buscaba un punto de encuentro entre socialismo y comunidad indígena: no creía que fuera una institución obsoleta, condenada por algún designio histórico” (Buscando un Inca: Identidad y Utopía en los Andes, 1987).

En ese contexto, surge el que es considerado el más trascendente de los trabajos de Mariátegui, el del problema indígena del Perú. Mariátegui llegó a plantear que, en las específicas condiciones históricas del Perú, las comunidades indígenas eran portadoras de un potencial revolucionario socialista decisivo para el país. “La propagación en el Perú de las ideas socialistas ha traído como consecuencia un fuerte movimiento de reivindicación indígena. La nueva generación peruana siente y sabe que el progreso del Perú será ficticio, o por lo menos no será peruano, mientras no constituya la obra y no signifique el bienestar de la masa peruana que en sus cuatro quintas partes es indígena y campesina. Este mismo movimiento se manifiesta en el arte y en la literatura nacionales en los cuales se nota una creciente revalorización de las formas y asuntos autóctonos, antes depreciados por el predominio de un espíritu y una mentalidad coloniales españolas” (Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, 1928).

En 1952, el joven practicante de medicina Ernesto Guevara hizo un largo viaje por Suramérica, como “mochilero” en motocicleta, en compañía de su amigo Alberto Granados. Entre los países que visitó estaba Perú, donde permaneció largos meses, en diversos lugares que incluyen Machu Picchu. Recibió en este país la hospitalidad y amistad del doctor peruano Hugo Pesce, quien había sido compañero y cofundador en 1928 del Partido Socialista Peruano, más tarde “Comunista”, con el sobresaliente pensador José Carlos Mariátegui, a cuyas ideas marxistas latinoamericanistas introduciría al joven argentino. La relevancia de esto para la formación de quien más tarde influiría a su vez en la historia continental y mundial, la describe el propio Guevara en la dedicatoria que le escribe a Pesce en un ejemplar que le envía al Perú de su libro “Guerra de guerrillas”, publicado en Cuba en 1960: “Al doctor Hugo Pesce, que provocara, sin saberlo quizás, un gran cambio en mi actitud frente a la vida y la sociedad, con el entusiasmo aventurero de siempre pero encaminado a fines más armoniosos con las necesidades de América; fraternalmente, Che”.

La hermosa película “Diarios de Motocicleta” del director Walter Salles, del año 2005, basado en los registros de ese viaje, muestra en una de sus escenas al joven Guevara leyendo los “Siete Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana” de Mariátegui. En 1960, al año siguiente del triunfo de la revolución cubana, apareció en La Habana una antología titulada “José Carlos Mariátegui: El problema de la tierra y otros ensayos”, publicado por la Editora Popular de Cuba y el Caribe, como parte del Primer Festival del Pensamiento Político. A partir de entonces se han publicado en Cuba varias ediciones de sus principales escritos. Al igual que en todo el mundo. Buena salud y vigencia para este rockstar teórico revolucionario en sus primeros 128 años de vida.