(Nota: la siguiente reseña contiene spoilers de la película)

Laura Mora, la directora de “Matar a Jesús” (2018), nuevamente nos sorprende con una película para escudriñar en el universo simbólico y material que sostiene los relatos de paz de un país que, como Colombia, fue asolado por más de 50 años de guerra. Su obra nos invita a preguntarnos: ¿Cuán posible es el post-conflicto si los victimarios siguen en acción? ¿Cómo pueden lxs sobrevivientes encarar el perdón y la reparación cuando no han obtenido verdad y justicia y cuando las heridas siguen supurando?

En “Los reyes del mundo” (2022), la directora escenifica la historia de Rá, Winny, Sere, Nano y Culebro, interpretados por actores naturales Carlos Andrés Castañeda, Brahian Estiven Acevedo, Davison Flórez, Cristian Campaña y Cristian David. Cinco jóvenes empobrecidos que habitan los márgenes sociales de la ciudad de Medellín, sobreviven del robo y no tienen hogar, a quienes se les presenta una oportunidad inigualable. “Rá”, quien es con su hermano uno de los únicos sobrevivientes de una familia desplazada del campo por la violencia armada, recibe una carta en la que se le confirma la restitución legal de las tierras despojadas. A partir de aquí los protagonistas emprenderán un peligroso viaje por la ruralidad colombiana, encontrándose, alternativcamente, con amenazantes paramilitares y con otras personas, desposeídas como ellos, que les brindarán abrigo.

Si bien en ningún momento se nombra el grupo al que pertenecen los personajes armados que asedian a los protagonistas, la semiosis es evidente en varias escenas. En un momento de su viaje, los jóvenes son capturados y trasladados en una camioneta que se detiene en el camino; quien la conduce, saluda a un sacerdote que se refiere a él como “Don Santiago”, epíteto que solían usar los mandos paramilitares. Después, en otra escena con un “anciano loco”, Rá le preguntará cómo ha sobrevivido en esa tierra que tiene dueño, con “esos manes que mandan por acá”. Tanto el saludo del cura como la sagacidad del protagonista deben leerse a la luz de la historia colombiana, señada por la connivencia del clero con el paramilitarismo, y por el hecho de que el acaparamiento fundiario de los paramilitares se dio en favor de agroindustriales, ganaderos y mineros. No menos importante es el caballo blanco que, sucesivamente, se le aparece a los protagonistas antes de correr cualquier riesgo. Se trata de otro símbolo que denota la presencia paramilitar, dado que fue comúnmente usado como medio de transporte de los mandos de estos grupos armados y dado que Álvaro Uribe (ex-presidente y sindicado como paramilitar él mismo), suele presentarse aún hoy ante las cámaras a lomo de sus caballos de paso fino.

“¿Cuán posible es el post-conflicto si los victimarios siguen en acción? ¿Cómo pueden lxs sobrevivientes encarar el perdón y la reparación cuando no han obtenido verdad y justicia y cuando las heridas siguen supurando?”

El desprecio por la integridad y la vida también flota sobre los incipientes sueños de los protagonistas: es el marco sobre el que están construidos y el indicio de la enfermedad que funciona como sub-texto del relato. Los jóvenes sobreviven del robo, se relacionan desde la amenaza, se transportan en precarias bicicletas amarrados de camiones, se divierten tocando las alambradas electrizadas o dándole marihuana a una gallina, revientan los focos del alumbrado de las carreteras o rayan los autos estacionados.

Caracterizados los personajes, hay que detenerse en la frase que inicia y termina la película, la misma que sujeta el hilo que tensa los sucesos y nos invita a una complejización de la realidad colombiana: “Un día todos los hombres se quedaron dormidos”. La ficción que se despliega desde acá, pese a su artificio, resulta lamentablemente común en el paisaje colombiano. Como veremos, la directora hace una oda a lxs desposeídxs, en quienes encuentra la solidaridad ausente en toda esa Colombia que duerme.

En la primera etapa del viaje, los protagonistas se detienen en un prostíbulo y se presenta una escena sórdida musicalizada con los acordes repetitivos de un piano desafinado. “Sere” recuesta su cabeza en las piernas de una prostituta que se la acaricia, mientras el joven observa el escudo nacional. Los demás chicos bailan con las otras prostitutas acompasados, meciéndose, casi en un arrullo. Una de ellas llora y se seca las lágrimas. La tierra prometida se anuncia bajo el brazo maternal de estas mujeres que les permiten pasar la noche, bañarse y luego los alimentan. Winny observa: “¿Manito por qué no nos quedamos acá? (…) las cuchas [ancianas] son hasta buena gente, hay dónde dormir, hay comida, techo”. También serán ellas las únicas que en toda la aventura les limpien sus heridas, aconsejando a los chicos que se “manejen bien” y tengan cuidado en su misión. Finalmente, una de las prostitutas funge de oráculo al decirles: “Es mejor que no le digan a nadie pa’dónde van ni qué van a hacer, eso por allá es muy caliente”.

Otro desposeído, el anciano loco, es quien en su incipiente casilla hecha de reciclaje, los alimenta y da abrigo luego de un traumático suceso que, incluso, podría ponerlo en peligro a él también. Aún así los trata como iguales, permitiendo que Rá se exprese con total apertura. Ahí el protagonista evidencia su leitmotiv: “Ellos[sus amigos]son mi familia, no tienen a nadie ¿si piya?, yo tampoco, estamos solos todos, sólo entre nosotros nos acompañamos y yo sólo quiero llevarlos a una parte donde estemos bien, no nos haga falta nada, no recibamos maltrato, desprecio, ni humillaciones de nadie, que cada cual haga lo que quiera, y luchar por lo de nosotros.”

En este punto hay que volver a la frase que inaugura y cierra la película. Descubrir el sentido de esta elipsis es desentrañar la inquietud que moviliza a la directora. Los hombres dormidos son los paramilitares, claro, pero no sólo ellos; es también la mayoría de la población con la que los protagonistas se encuentran. Al inicio de la aventura, en la primera parada, se detienen en un billar ocupado por personas que los observan con molestia, mientras que el hombre que atiende se niega a venderles comida. Luego, en el prostíbulo, un cliente es testigo de las advertencias que les hace la prostituta. También es quien los agrede, sembrando la sospecha de que es él quien notifica su presencia a los paramilitares que a continuación los capturan.

Laura Mora - Directora de Los Reyes del Mundo
Laura Mora – Directora de Los Reyes del Mundo

Posteriormente, la encargada de la restitución de tierras los aturde con burocracia y les atiende con total indiferencia ante su dolor y desespero. Poco después, en una discoteca, son discriminados y expulsados, dando paso a otra memorable escena: heridos por el fracaso, prenden neumáticos a la salida del pueblo, expresan que todos los seres humanos son una “gonorrea” y juran venganza. En respuesta, lxs habitantes del lugar se presentan armados, dispuestos a hacerles daño; acción que no concluye porque Sere se baña en nafta, amenazando con prenderse fuego a sí mismo ante la mirada atónita de los demás. Finalmente, cuando los personajes llegan a la tierra que será restituida, se encuentran con un capataz minero y varios jóvenes como ellos a quienes la arbitrariedad de la guerra los paró en el bando contrario de la historia. En cada una de estas escenas están los hombres dormidos, lxs pobladores afectados con la enfermedad de una cultura arrasada por la violencia, lxs mismxs que participan pasiva o directamente del asedio paramilitar, garantizando el despojo del que fue objeto la familia de Rá.

En suma, “Los reyes del mundo” es una dolorosa odisea que nos confronta con el océano simbólico e histórico que sume a Colombia en una pesadilla de la que poco a poco comienza a despertar. La esperanza que siembran los desposeídos es puesta en este fantástico filme de ciento cuatro minutos, que cierra con una imagen tan surreal como certera: los héroes de esta historia, sobre una pequeñísima isla flotante, vadeando uno de los ríos donde otros tantos desposeídos fueron desaparecidos.

Con esta película ganadora del Gran Premio del Festival de Cine de San Sebastián, y disponible actualmente en Netflix, Laura Mora se consagra en la cima de una larga tradición de cineastas colombianos que han sabido retratar la realidad del país. A fuerza de poesía y de un tratamiento intimista del relato, la directora logra despojarse del halo de pornomiseria presente en muchos directores, incluso afamados como Víctor Gaviria, entregando un nuevo y muy necesario aire al género.

““Los reyes del mundo” es una dolorosa odisea que nos confronta con el océano simbólico e histórico que sume a Colombia en una pesadilla de la que poco a poco comienza a despertar”

Post scriptum 1:

La problemática retratada en “Los reyes del mundo” es de absoluta pertinencia en Colombia. Según cifras de INDEPAZ, 189 líderes sociales fueron asesinados en el país durante el año 2022. Por su parte, la Fundación Paz y Reconciliación ha explicado que una parte importante de estas víctimas son líderes de la lucha por la restitución de tierras.

Post scriptum 2:

El actor que protagoniza la película, Carlos Andrés Castañeda, denunció amenazas por parte de grupos armados y fue forzado a desplazarse desde su pueblo hacia la ciudad de Medellín, donde sobrevive vendiendo dulces en la calle. Situaciones penosas como estas han ocurrido sucesivamente con otros actores naturales del cine colombiano: basta recordar los abusos de los que ha sido víctima María Luisa Fuentes Burgos de “Señorita María” (Rubén Mendoza, 2017), o la marginalidad a la que ha sido relegada Lady Tabares, protagonista de “La vendedora de rosas” (Víctor Gaviria, 1998). Lejos de reclamarle a lxs directores que maternen a sus artistas, es urgente que las productoras de cine que insisten en trabajar con actores naturales comprendan las consecuencias de la exposición pública de lxs mismxs, se cuestionen el extractivismo de sus prácticas y lleven la responsabilidad social más allá de la ficción.