fracking

Hay un contraste muy marcado entre las políticas petroleras de Estados Unidos bajo la presidencia de Joe Biden y la de México conducida por Andrés Manuel López Obrador: sus objetivos, contenidos y filosofías son muy diferentes.

La política petrolera estadounidense está determinada por una geoestrategia económico-militar en la cual unen sus intereses el capital privado y transnacional con los del Pentágono. Y es respaldada por un poder tecnológico y financiero innegable que les permite actuar de manera extraterritorial en muchas partes del mundo.

En cambio, la política de México con López Obrador es altamente nacionalista, no busca salirse de sus fronteras, y rechaza el control privado aun cuando no excluye alianzas: toda su actuación se proyecta hacia un desarrollo socioeconómico interno que le permita una soberanía global sin ataduras compromisorias.

En contraste, la soberanía proclamada por México choca muy fuertemente con la geopolítica estadounidense, pues para los estrategas de Washington esa no es una opción válida para los energéticos, especialmente el petróleo, el gas y ahora el litio, siempre presente en sus proyectos económicos y militares, sin importar en qué parte de las entrañas del planeta se encuentren esos recursos.

No solo piensan así, sino que actúan en consecuencia a ese criterio, como demuestran los ejemplos de Iraq, Libia, Irán, Venezuela, Bolivia -con el golpe de estado a Evo Morales por el litio-, e incluso el propio México, al que le robaron la mitad de su territorio, en especial los yacimientos de hidrocarburos, minas y grandes ríos de California, Texas y otras regiones.

Mientras que Estados Unidos llegó a su cenit petrolero en la década de los 70 del siglo pasado- es decir, se les agotaron las reservas extraíbles por métodos tradicionales de bombeo- y su producción de crudo comenzó a bajar aceleradamente y adelgazar sus inventarios. En México, por el contrario, si bien descendió el ritmo de extracción en los gobiernos de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, como asegura López Obrador, las reservas probadas siguieron altas.

Hoy por hoy, como también ha revelado el gobierno, las reservas siguen creciendo por descubrimientos de nuevos yacimientos muy prometedores en tierra y aguas someras, sin incluir los de aguas profundas que son muy importantes también.

El fracking y sus consecuencias

Ante los riesgos crecientes y las dificultades de mantener el control transnacional de cadenas de producción de crudo en otras naciones por la vía militar u otras presiones, el gobierno de Estados Unidos, en la presidencia de los Bush (padre e hijo) optó por desafiar a los ecologistas y a muchos científicos, y aplicar masivamente el fracking, lo cual les dio excelentes resultados.

De una caída en flecha de su extracción de crudo, Estados volvió a convertirse en tiempo récord en el principal productor del hidrocarburo, por encima incluso de Arabia Saudita y Rusia, según cifras de la época de la OPEP y la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE). No obstante, esto no frenó sus acciones militares para obtener por la fuerza petróleo ajeno como el de Libia.

Todo lo contrario a Estados Unidos, México,con López Obrador, escuchó a sus científicos y ecologistas, y prohibió la práctica del fracking. Esta experiencia fue muy dura y negativa para los mexicanos.

Un estudio de sismicidad inducida y fracking realizado por Manuel Llano y Alessia Kachadourian de CartoCrítica en 2015, con datos del Sistema Sismológico Nacional en cinco estados donde Pemex usó fractura hidráulica, reveló que se registraron un centenar de sismos más que una década atrás, cuando la suma total no sobrepasaba la docena.

Los grandes terremotos ocurridos en los últimos años como los de 1985, 2017, 2019 y 2021, no se han debido a actividades de fracking, porque México es un país ubicado en una zona de alta sismicidad debido a la interacción entre las placas de Norteamérica, Cocos, Pacífico, Rivera y Caribe, así como a fallas locales que corren a lo largo de varios estados.

En cambio, Estados Unidos, cuyo sur fue hasta 1848 territorio mexicano, es también altamente sísmico, en especial California, y el fracking es muy perjudicial. La falla de San Andrés es transformante continental, discurre por unos mil 300 km a través del estado, y Baja California, en México. Es el límite tectónico entre la placa norteamericana y la placa del Pacífico y su desplazamiento relativo es horizontal destral.

Según un viejo estudio de William Ellsworth, “Injection-Induced Earthquakes” publicado en la revista Science 341, admite que, hasta ahora, el mayor sismo registrado en Estados Unidos como consecuencia de la fracturación hidráulica ha sido solo de magnitud 3,6, es decir, aún de bajo riesgo. Pero eso no excluye los peligros de esa tecnología.

El autor alerta, por el contrario, que la inyección de las aguas residuales al subsuelo en pozos sometidos al proceso de exploración y extracción mediante fracking, representa un alto riesgo sísmico, pues puede producir terremotos de mucho mayor magnitud.

Tan solo en el 2011, recuerda Ellsworth, se produjeron en Estados Unidos cinco sismos de magnitud ≥5 por esta causa, el mayor de ellos en Oklahoma de 5,7, que dañó viviendas y lastimó a algunas personas, como documentó Aber Keranen en la revista Geology.

Dos posturas divergentes

Mientras López Obrador ratificó este año en su nuevo plan petrolero la prohibición del fracking, Biden anunció este mes abrir más tierras públicas a la perforación con esa tecnología, única posible para sacar petróleo de las rocas a grandes profundidades. Pero no le va a ser tan fácil porque cada día es más costosa y le será complicado cumplir el objetivo de bajar por esa vía las tarifas eléctricas y de gas.

A contrapelo de su compromiso de proteger el medio ambiente -del cual se presenta como una gran protector- EEUU se convierte con el uso intensivo del fracking en su peor depredador. El Departamento del Interior dijo en un comunicado que planeaba subastar los arrendamientos para perforar en 145 mil acres de tierras públicas en nueve estados.

En su campaña electoral, Biden había prometido en New Hampshire en febrero de 2020 a los activistas climáticos que priorizaría la reducción del uso de combustibles fósiles y por tanto del fracking, ni admitiría más perforaciones en tierras federales.

Pero incluso hasta los propios empresarios petroleros no lo acompañan. Por ejemplo, Jeff Eshelman, director de operaciones de la Independent Petroleum Association of America, un grupo de la industria declaró que no lo entiende, porque su mensaje es mixto y extrañamente incoherente.

Esta administración, advirtió, ha rogado por más petróleo de naciones extranjeras, culpa a los productores de energía estadounidenses por el aumento de precios y los arrendamientos, y ahora, en un anuncio tardío bajo presión de la guerra de Ucrania, anuncia una venta de arrendamiento, pero con importantes aumentos de regalías que agregarán incertidumbre a los planes de perforación durante años.

Más políticas encontradas

Allí reside otra de las grandes diferencias con la situación de López Obrador quien, por el contrario, limitó a un máximo de 1,8 millones de barriles diarios la extracción de crudo -salvo la actual etapa que la aumentó a 2,4 millones por la guerra de Ucrania- y con la variante que se saldrá del mercado internacional de hidrocarburos para procesar todo su petróleo en las siete refinerías nacionales, incluida la nueva de Dos Bocas y la Deer Park de Texas comprada a la Shell.

México tiene una enorme ventaja sobre Estados Unidos respecto a la producción de hidrocarburos y es que, mientras a las empresas del norte el barril del petróleo les cuesta extraerlo en promedio sobre 36 dólares, aquí se hace por apenas 14.

Otra gran supremacía de López Obrador sobre Biden: mientras en México está nacionalizado el petróleo y los presupuestos nacionales se pueden confeccionar mediante las proyecciones de los precios internacionales sin mediación del sector privado- el cual no decide ni en los volúmenes de extracción y de ventas-, Estados Unidos depende de la intermediación de sus empresas.

Finalmente, al gobierno de Estados Unidos le es casi imposible administrar crisis de abasto de gasolina, combustibles y suministros de electricidad, como ocurrió durante las grandes nevadas de Texas de 2020, mientras que México, afectado también por esas mismas situaciones en su zona norte, no sufrió ni apagones ni falta de gas en los hogares y las fábricas.