Dice Walter Benjamin, en su folleto Sobre el concepto de historia, que existe “un secreto compromiso de encuentro…. vigente entre las generaciones del pasado y las nuestras”. Un compromiso que consistiría en la redención del pasado. En donde cada uno de los instantes de las luchas vividas por la humanidad se convertirían en un recuerdo que alumbrara en los instantes de peligro. “El peligro de entregarse como instrumentos de la clase dominante”.
Benjamin observa que la única salida al peligro es la de aceptar la obligación de arrancar la tradición revolucionaria de manos de los conformistas.
El 18 de marzo se conmemora un año más de la insurrección de París. Levantamiento que darían origen a la Comuna de París. Un proceso que nació desde al calor de la batalla contra el imperialismo y el mal gobierno, estremeciendo la realidad universal y revelando al mundo la trascendencia de la lucha y del compromiso revolucionario.
Un poco de historia
Prosper–Olivier Lissagaray relator y testigo de las acciones populares de París nos narra en su Historia de la Comuna de 1871 el vibrante espíritu de aquellos días. Permitiéndonos conocer los elementos que dibujaron y trazaron los acontecimientos que desembocaron en la insurrección del 18 de marzo.
Siguiendo las líneas de Lissagaray, la comuna nace al calor de la guerra franco-prusiana específicamente durante el asedio prusiano a París, como respuesta a la fuerza imperial que la atacaba y a la traición e ineficiencia del gobierno burgués de turno.
Luego de un asedio de varios meses entre el 20 de septiembre de 1870 y el 28 de enero 1871, el pueblo obrero de París se encontraba profundamente decepcionado por la forma en que el Gobierno de Defensa Nacional presidido de Louis Trochu había enfrentado la situación.
En la mañana del 6 enero de 1871, según nos relata Lissagaray, se podía escuchar y leer en las paredes de la ciudad la consigna “¡El gobierno ha dado la medida de su incapacidad, nos mata… están juzgados…! ¡Paso al pueblo! ¡Paso a la Comuna!”
Tras la firma del armisticio entre Francia y Prusia el 28 de enero de 1871 y el establecimiento de un nuevo gobierno encabezado por Adolphe Thiers, instalado fuera de Paris en Versalles el 18 de febrero, las hostilidades aumentaron.
El acontecimiento que desató la guerra entre el Gobierno de Versalles y la población de París fue la orden dada por Thiers de requisar los doscientos cincuenta cañones guardados por el pueblo de París el 18 de marzo. Esta artillería había sido construida durante el cerco de París y pagada por la suscripción pública.
Estos cañones habían sido las armas que la Guardia Nacional, organización conformada por obreros y artesanos de París para la defensa de la cuidad durante el asedio, habían utilizado y confeccionado. Después del armisticio, dichas piezas de artillería se habían convertido en el símbolo de la resistencia del pueblo, lo que hizo que ante la orden Thiers la indignación desembocara en rebelión.
Durante todo el día 18 las revueltas se instalaron en la capital. En un primer momento fueron las mujeres obreras quienes se negaron a entregar la artillería y luego se sumaron obreros y artesanos a la defensa de los cañones.
Según nos relata Lissagaray “A las once de la noche, el pueblo había dominado la agresión en todos los puntos, había conservado casi todos sus cañones y se había adueñado de millares de fusiles. Los batallones federados están en pie; en los barrios la gente arranca los adoquines»
Para el 19 de marzo en la mañana la bandera roja ondeaba en el Hótel-de-Ville. El ejército, el gobierno y la administración se habían evaporado. El Comité Central, instancia ejecutiva de la Comuna, se adueñó de la cabeza de París, su principal misión se centra en la idea de «Devolver el poder a París». Nueve días después, el 28 de marzo fue proclamada La Comuna de París.
La primera acción de la Comuna fue desmontar todo el Estado burocrático y el ejército permanente; tanto la policía como el aparato administrativo fueron asumidos por la Comuna. De esta forma, todos los miembros de la Comuna debían devengar salarios de obrero, para con esto procurar la desaparición de los intereses creados de los funcionarios y el carácter nobiliario de los puestos políticos. Igualmente, todo funcionario podía ser removido y auditado en cualquier momento. Esto protegía la Comuna del peligro del exceso de poder o de la corrupción de funcionarios y le garantizaba control político y moral.
Todas las instituciones de enseñanza fueron abiertas de manera gratuitas al pueblo y al mismo tiempo que eran liberadas de toda intromisión de la iglesia y el Estado.
En cuanto a la institución de la propiedad, quedó supeditada a la propiedad individual; los medios de producción fueron entregados a los obreros y el derecho al trabajo se declaró inalienable. Por otra parte, también se reconoció como vital el acceso del campesino a la tierra y su defensa.
“Todos los miembros de la Comuna debían devengar salarios de obrero, lo cual procuraba la desaparición de los intereses creados de los funcionarios y el carácter nobiliario de los puestos políticos. Todo funcionario podía ser removido y auditado en cualquier momento”
Citando a Prosper–Olivier Lissagaray:
«Los proletarios de París, en medio de los fracasos y traiciones de las clases dominantes, se habían dado cuenta de que había llegado la hora de salvar la situación tomando en sus manos la dirección de los asuntos públicos. Habían comprendido que era su deber imperioso y su derecho indiscutible hacerse dueños de sus propios destinos, tomando el poder.»
La Comuna y sus mártires cayeron el 28 de mayo de 1871 en medio de metralla y humo. La arremetida burguesa ganaba la batalla, pero como diría una de sus protagonistas y supervivientes, Louise Michel, “la Comuna, rodeada por todas partes, solo tenía la muerte en el horizonte. No podía sino ser valiente. Y lo fue. Abrió de par en par la puerta al porvenir”.
Lecciones de una historia abierta
En El 18 brumario de Luis Bonaparte, Marx destacaba una diferencia crucial entre las revoluciones burguesas y proletarias. Mientras que las primeras avanzan “arrolladoramente de éxito en éxito”, las proletarias “se interrumpen continuamente en su propia marcha y vuelven a lo que parece consumado para comenzar de nuevo”. Esta aclaratoria del viejo Marx nos recuerda de nuevo ese “secreto compromiso de encuentro” del que hablaba Benjamin.
Relata Marx, analizando las lecciones de la comuna, en La Guerra Civil en Francia, que:
“La clase obrera no esperaba de la Comuna ningún milagro. Los obreros no tienen ninguna utopía lista para implantarla por decreto del pueblo. Sabían que para conseguir su propia emancipación, y con ella esa forma superior de vida hacia la que tienden irresistiblemente la sociedad actual por su propio desarrollo económico, tendrían que pasar por largas luchas, por toda una serie de procesos históricos, que transformarán las circunstancias y los hombres. Ellos no tienen que realizar ningunos ideales, sino simplemente dar suelta a los elementos de la nueva sociedad que la vieja sociedad burguesa agonizante lleva en su seno. Plenamente conscientes de su misión histórica y heroicamente resuelta a obrar con arreglo a ella, la clase obrera puede mofarse de las burdas invectivas de los lacayos de la pluma y de la protección pedantesca de los doctrinarios burgueses bien intencionados, que vierten sus ignorantes vulgaridades y sus fantasías sectarias con un tono sibilino de infalibilidad científica.”
El fantasma de la comuna, la redención de la acción
La Comuna en sus objetivos inmediatos fracasó. Sin embargo, su espíritu renació de nuevo en los consejos de obreros, campesinos y soldados (los Sóviets), en los cordones industriales chilenos, en los cocoles zapatistas, en los movimientos sociales radicales y en tantas otras experiencias historicas donde las y los trabajadores toman en sus manos los rieles de su propio destino. Intentando tomar el cielo por asalto su caída colocó un nuevo escalón en esa larga torre construida para asaltar el cielo burgués.
Michael Löwy escribe en Aviso de Incendio, obra dedicada a las tesis de la filosofía de la historia de Benjamin, respecto a la tesis II: “Para que la redención [de un evento histórico] pueda producirse, es necesaria la reparación del sufrimiento, de la desolación de las generaciones vencidas y el cumplimiento de los objetivos por los cuales lucharon y no lograron alcanzar.”
La Comuna se propuso la construcción de grandes aspiraciones. Por un lado, la disolución del viejo Estado burgués, disolviendo en la sociedad todas las fuerzas y tareas que hasta entonces venía absorbiendo el Estado parásito. Por otra parte, como dice Marx, al convertirse en “un gobierno de la clase obrera, fruto de la lucha de la clase productora contra la clase apropiadora”, los comuneros y comuneras luchaban por la emancipación económica del trabajo, conquistando un paso real en la formulación del socialismo como alternativa al capitalismo.
En resumidas cuentas, las luchas de la Comuna de París se pueden sintetizar en la construcción de una nueva forma de organización social -participativa y protagónica, asentada en el ejercicio común de la política- así como en la construcción de un modelo económico guiado por la propiedad social.
En Venezuela desde el año 2007 se intenta redimir esta tradición por medio del ejercicio de la democracia participativa y protagónica comunal. El reto es construir, a partir del dominio social de la propiedad y el trabajo, una alternativa real al capitalismo.
Al igual que la Comuna de París, la Comuna venezolana “no tiene ninguna utopía lista para implantarla por decreto del pueblo”. Pero sí tiene “elementos de la nueva sociedad que la vieja sociedad burguesa agonizante lleva en su seno” como lo son nuevas formas organizativas de poder político, asambleas de ciudadanos y contraloría directa social, y renovadas formas de producción y distribución, ante el agotamiento del capitalismo rentista. Un ejemplo son los circuitos productivos y la reciente marca comunal.
Actualmente, el mayor desafío que la comuna venezolana afronta son tanto el reconocimiento, así como la construcción de su propia identidad. Lo cual permitiría una revitalización de la tradición revolucionaria a la cual pertenece. Ese “secreto compromiso de encuentro” que conecta la comuna tanto contra el Estado burgués liberal, que aún domina la política del país, a la vez que la enfrenta al sistema oligopólico de propiedad privada que rige el sistema económico.
El proyecto comunal en Venezuela es una potencia que lucha por convertirse en acto, que se encuentra en plena lucha por encontrar las vías para ser entre la gruesa capa capitalista y estatista que define la cotidianidad venezolana.
En ese sentido, el horizonte comunal se nos abre como la más grande y heroica práctica de audacia, donde el desaliento y la confusión no serán extraños. Sin embargo, el pueblo venezolano ha dado a lo largo de su historia amplias muestras de fortaleza y determinación.
Debemos tener plena convicción de que frente al proceso sistemático de reducción del Estado en el escenario social, la comuna debe ampliar su acción y convertirse en la fuerza que fortalezca el hálito revolucionario, reconstruya los espacios de lucha y politice nuevamente la cotidianidad de la vida. Transformandose en escudo territorial frente a la apertura al mercado mundial, legislando sobre su territorio y desarrollando circuitos productivos sustentables. Alzando la voz en la lucha de los humildes y los desamparados. Trazando desde abajo el gobierno que brinde el mayor grado de felicidad posible para todas y todos, donde el desarrollo libre de cada individuo sea la condición para el desarrollo de todos y todas.
El presente
Para el momento en se escriben estas pequeñas reflexiones, la historia ha querido que nuestro proyecto comunal sea una fuente de inspiración para otras luchas del mundo. Pesa sobre nuestros hombros la necesidad de redimir por medio de nuestra acción y práctica las luchas de nuestros aliados pasados, que esperan la redención que le podamos otorgar con nuestros logros.
El presente “desde el frente de batalla se presenta impredecible, pero esperanzador” solía decir el estratega soviético Sokolovski. “Ni el más mínimo milímetro de campo se nos será regalado y los enemigos asecharan nuestras debilidades”, pero siempre tendremos una larga línea de héroes que acompañan nuestros pasos.
En medio de un mundo de incertidumbre, nuevas comunas son necesarias, con sus luchas y sus derrotas, pero sobre todo con la valentía de seguir intentando y reformulando la creación de un mundo nuevo. Un mundo nuevo donde el Estado liberal burgués y su clase burguesa, con su práctica de apropiación y explotación, dejen de ser la única alternativa posible. ¡Viva la comuna, siempre viva! ¡Y viva el presente radiante de su historia!