El lunes 21 de agosto fueron autorizados a partir del puerto ucraniano de Chornomorsk dos buques mercantes con un total de 30.800 toneladas métricas de granos con destino a Grecia y Egipto.

Un primer barco fletado por el Programa Mundial de Alimentos con 23.000 toneladas de trigo había zarpado el 16 de agosto hacia África, desde el puerto ucraniano de Yuzhny, cerca de Odesa.

Según voceros del Programa Mundial de Alimentos (PMA), estos movimientos marítimos marcan una fase inicial de la Iniciativa de Granos del Mar Negro. Un paso importante del cumplimiento del acuerdo que suscribieron Rusia y Ucrania el pasado 22 de julio, validado por Turquía y las Naciones Unidas (ONU). Gracias al mismo se agilizará la salida de granos, bloqueados desde fines de febrero cuando estalló el conflicto bélico en Europa Oriental. El Centro de Coordinación Conjunta (CCC), integrado por las dos partes en conflicto, más la ONU y representantes turcos, es la instancia responsable de coordinar la salida de cereales de puertos en zonas en conflicto.

Estos embarques conllevan un particular valor simbólico. Constituyen el inicio de un proceso de destrabe de uno de los atolladeros de la guerra que más repercusión tiene en varios países que necesitan para alimentarse los suministros tanto de Ucrania como de Rusia.

Rusia y Ucrania se encuentran entre las principales potencias agrícolas del mundo. Su maíz, trigo y girasol, así como otros granos, son esenciales para el abastecimiento de poblaciones que históricamente dependen de los mismos. Se calcula que, a raíz del conflicto, tan solo en Ucrania de 20 a 25 millones de toneladas de granos han quedado bloqueadas.

El hambre, drama inhumano

En 2019, según cifras de Naciones Unidas (ONU), 135 millones de personas sufrieron de “inseguridad alimentaria severa”, forma retórica para denominar el drama humano del hambre. Tres años después, a inicios de 2022, esta cifra se había más que duplicado: 298 millones de personas padecen ese flagelo social. Diferentes organizaciones internacionales calculan que el número de personas con hambre podría superar los 345 millones, en 82 países, a fines de 2022.

Gian Carlo Cirri, director adjunto del Programa Mundial de Alimentos (PMA), con sede en Ginebra, Suiza, presentó este cuadro dramático hace apenas unas semanas, durante una conferencia-debate en línea organizada por la ONG helvética SWISSAID.

Dicha ONG recuerda que, desde el comienzo de la guerra y la consiguiente interrupción de las cadenas de suministro mundiales, el acceso a los alimentos básicos se ha vuelto extremadamente complicado en varias regiones del mundo, especialmente para numerosas poblaciones del Sur.

Cinco países producen el 78% de las exportaciones de cereales. Rusia y Ucrania, controlan el 30% de las exportaciones de trigo. “Desde la guerra, los precios se han disparado, los productos desaparecen de las estanterías [en ciertos países] y las carteras están desesperadamente vacías. Pero la situación ya era tensa antes”, recuerda SWISSAID. Por su parte, el portavoz del PMA, introduce una interpretación más global de la crisis alimentaria actual y recuerda que hay cuatro causas fundamentales, las “4 Cs”, como las denomina Cirri: conflicto, clima, COVID y costos. Según su opinión, se trata de una situación sin precedentes y que no se puede reducir a un solo factor.

Alimentos no faltan, pero con precios especulativos

Durante las últimas semanas se han publicado nuevos datos y análisis que permiten comprender mejor la realidad alimentaria mundial, señala en un documento de julio la ONG Grain (“Grano”, en francés). Esta organización apoya a pequeños y medianos productores rurales y a movimientos sociales campesinos.

Desmitificando la lectura casi generalizada y lineal que identifica la hambruna actual únicamente con el conflicto en Europa Oriental, Grain afirma que “enfrentamos una crisis de precios, no una escasez de alimentos”.

Con los costos en aumento de la energía, y en parte debido a ello, los precios de los alimentos han estado subiendo a nivel mundial, afectando sobre todo a los sectores más pobres y vulnerables. Grain sostiene que, en realidad, no hay escasez de alimentos, y que algunos países, como China o India, disponen de grandes reservas, resultado de sus estrategias de seguridad alimentaria promovidas desde hace años.

Según Grain, adicionalmente, se verifica una distorsión absoluta de precios y abastecimiento, consecuencia de los sistemas alimentarios cada vez más industrializados y especializados, que generan sobreproducción y enormes desperdicios. Los ejemplos abundan: un 60% de la producción europea de trigo se usa para el ganado, mientras que un 40% del maíz cultivado en Estados Unidos se destina al combustible automotor. El 80% de la cosecha mundial de soya se transforma en alimento para animales, mientras que el 23% del aceite de palma mundial se transforma en gasolina tipo diésel.

Desde una perspectiva global, insiste Grain, no es que falte producción de granos, sino que los precios han aumentado desmedidamente y además existen problemas de mano de obra y distribución. Por otra parte, denuncia, “grupos de presión han instrumentado la crisis y, con el argumento de que es necesario producir más alimentos, buscan dar marcha atrás a determinadas reformas políticas en materia alimentaria y a otros objetivos relacionados con el cambio climático”.

La nueva estrategia “Farm to Fork” (“De la granja al tenedor”), de la Unión Europea, cuyo objetivo consiste en ajustar las prácticas agrícolas a criterios de sostenibilidad, es hoy blanco de cuestionamientos y presiones. En numerosos países surgen propuestas para eliminar las metas de producción de biocombustibles que se habían impuesto para reducir las emisiones climáticas. Muchos programas europeos tendientes a eliminar definitivamente la energía nuclear o la de origen fósil pasan rápidamente al basurero con el argumento de que la crisis del aprovisionamiento del gas y los combustibles rusos así lo exigen. La Unión Europea acaba de proponer planes para una reducción del 15% de los combustibles durante el próximo invierno continental (diciembre 2022 a marzo 2023). En este contexto, el combate por la defensa del clima y de reducción de ese tipo de energías queda relegado a un segundo plano debido a la preocupación creciente del ciudadano europeo por los “sacrificios” que podría confrontar en el ámbito de la electricidad.

En cuanto a las causas mismas de la crisis alimentaria, Grain insiste en que son estructurales y que van más allá de la guerra en Ucrania. Y advierte sobre la responsabilidad de las cuatro transnacionales que concentran el negocio de granos a nivel mundial (Archer Daniels Midland, Bunge, Cargill y Louis Dreyfus) en el marcaje de los precios internacionales de los granos.

Si bien es cierto que parte de este sector se ha visto afectado por la guerra, es en países con conflictos internos propios, como Afganistán, Yemen, Siria, Eritrea, Somalia y la República Democrática del Congo, donde se concentra el mayor aumento del hambre. Realidad que no tiene ninguna relación con la situación en Ucrania, señala esta ONG, la cual hace propia las palabras del dirigente campesino Ibrahima Coulibaly de Malí: “Dejen de difundir noticias falsas: África no necesita el trigo de Ucrania”. Dicha reacción de parte de Coulibaly, se debe a la utilización de la guerra como excusa para impulsar lo que él denomina “imperialismo agrícola occidental”, al cual responsabiliza por “la destrucción de bosques, tierras de cultivo y la diversidad alimentaria en todo el Sur global”.

Un sistema que juega con la comida de los necesitados

Los datos disponibles muestran que la actual crisis de precios de alimentos no comenzó con la guerra en Ucrania y que es resultado de un conjunto más amplio de factores. Entre ellos, la pandemia del Covid-19 (con su consecuente y aún persistente interrupción en las cadenas de suministro a nivel internacional), la crisis climática y la especulación en los mercados financieros.

Estudios convincentes de la misma FAO muestran que el alza de los precios de los alimentos está desvinculada tanto de su producción como del abastecimiento. ¿Entonces, por qué suben los precios? En parte, porque los grandes inversionistas –sean bancos, fondos de pensiones o simplemente particulares–, están comprando obligaciones y acciones ligados a materias primas. Apuestan a precios futuros de determinadas materias primas, pero con efectos reales sobre su precio mundial actual. Los cereales, por supuesto, se encuentran en el centro mismo de la especulación bursátil.

En un reciente artículo publicado por Greenpeace México con el título de “¿Quién se beneficia con el hambre?”, su autor responde que “estas empresas, que afirman ser ángeles de la seguridad alimentaria y energética, siembran las semillas de la pobreza, el hambre, las enfermedades, el colapso climático, la destrucción de la biodiversidad y el sufrimiento de los pueblos indígenas y las comunidades locales”.

Y concluye que los comerciantes de cereales están obteniendo enormes ganancias debido al aumento de los precios de las materias primas. Al igual que las empresas de combustibles fósiles, con ganancias récord a medida que se dispara el costo de vida. Estas son las empresas que se benefician de la hambruna al especular con los precios de los productos básicos. Las grandes corporaciones del petróleo, así como sus primas, las grandes empresas agrícolas, cuentan con fuertes grupos de presión para oponerse a cualquier forma de regulación ya que no están realmente interesadas en arreglar un sistema que no funciona. De hecho, hacen justo lo contrario, y no sólo a través de sus poderosos grupos de presión, sino también de la captura corporativa del Estado y otras instituciones multilaterales.

Movimientos sociales por el fin de la guerra y la especulación

La Vía Campesina, principal organización de los movimientos rurales a nivel internacional, no subestima el impacto de la guerra Rusia-Ucrania (ni de otros conflictos mundiales actuales) en la crisis alimentaria actual. Sin embargo, en uno de sus últimos pronunciamientos coincide también en que “actualmente, la crisis no está ligada a la escasez de alimentos a nivel mundial, sino a la especulación con los precios“.

Los países que ahora dependen de la importación de alimentos ya no pueden pagar los precios altísimos de los cereales en los mercados internacionales.

La Vía Campesina reitera que la agricultura en el mundo produce lo suficiente como para soportar un periodo más largo de crisis. El problema, según esta organización, no es la falta de alimentos, sino el hecho de que las grandes empresas capitalistas que dominan el mercado financiero y de distribución mundial han transformado el comercio de alimentos y productos agrícolas en un mercado altamente especulativo. La mayoría de los productos básicos negociados internacionalmente, ahora están sujetos a contratos a futuro, los cuales pueden comprarse y venderse en el mercado de valores varios cientos de veces al día. De ahí, que el precio final de estos productos para los países que los necesitan desesperadamente no tenga ninguna relación con los verdaderos costos de producción ni con la capacidad de compra e importación de dichos países.

Con esta lectura de la realidad, la organización campesina más representativa del planeta –con 200.000.000 de miembros en más de 80 países– llama a “la defensa intransigente de la vida y la paz”. Convoca a la “defensa de la soberanía de los pueblos o naciones contra la guerra y contra la destrucción de sus estructuras sociales”. Y al mismo tiempo, propone que se ponga “fin a la especulación con los productos alimenticios y la suspensión de la cotización de los mismos en las bolsas de valores”. Deben prohibirse los contratos futuros sobre productos agrícolas, agrega. Y concluye que el precio de los alimentos comercializados internacionalmente debe guardar relación con los costos de producción y seguir el camino del comercio justo, tanto para los productores como para los consumidores.


 

Sergio Ferrari
Argentine journalist based in Switzerland. He is a contributor to the Swiss newspaper Le Courrier and various European media. He correspondent from the UN / Geneva for Latin American media. He is the author and co-author of several books, including "On the Other Side of the Peephole" and "Ni fous, ni morts".