Puede ser que el thatcherismo, después de todo, no deba ser juzgado en términos electorales, independientemente de la importancia que estos momentos tengan en la movilización política. Debe, por el contrario, ser juzgado en términos del éxito o fracaso que ha tenido en desorganizar el movimiento obrero y las fuerzas progresistas, en cambiar los términos del debate político, en reorganizar el terreno político y cambiar el equilibrio de fuerzas políticas a favor de los el capital y el derecho

Stuart Hall y Martin Jacques

 

La segunda vuelta de las elecciones de 2022 fue la más reñida de las elecciones presidenciales brasileñas. En ella, el candidato de la oposición, Luís Inácio Lula da Silva, obtuvo el 51,9% de los votos frente al 49,1% del presidente Jair Bolsonaro.

No se debe subestimar el significado de la victoria de Lula. Es la primera vez desde que se instituyó la ree-lección en 1997 que el presidente en ejercicio pierde una re-elección. Sobre todo, hay que considerar que Jair Bolsonaro utilizó la maquinaria gubernamental como nunca antes se había hecho en Brasil. Su principal carta, la llamada PEC Kamikaze, tuvo costos estimados en R$ 41 mil millones. Además, el mismo día de la segunda vuelta, el 30 de octubre, la Policía Federal de Carreteras (PRF) llevó a cabo, de manera cuando menos sospechosa, una serie de detenciones concentrados en las carreteras del Nordeste -región donde Lula tiene más apoyo-. Generando demoras en los autobuses que llevaban personas a votar.

En otras palabras, el logro de Lula no es insignificante. Consiguió aglutinar un amplio frente, en la línea del que existió durante la dictadura, en defensa de la democracia. Frente que bloqueó las intenciones autoritarias del actual presidente y sus partidarios. Por otro lado, no se puede olvidar que Bolsonaro tuvo prácticamente la mitad de los votos. Se trata, al margen de cualquier otra cosa, de la segunda elecciones en las que el capitán retirado recibe casi la mitad o más de los votos. En la 2ª vuelta de 2018, había conseguido el voto del 55,1% de los electores.

El electorado bolsonarista es básicamente el que, desde 2006, vota al Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) frente a los candidatos del Partido de los Trabajadores (PT). Esta continuidad se percibe principalmente por el mapa electoral, con regiones como el Medio Oeste y el Sur que en cuatro de las últimas cinco elecciones han elegido a opositores del PT. Desde entonces, el PT ha ganado todas las disputas en el noreste. El Norte y el Sureste, en cambio, son regiones más inestables. La primera tendente al PT, la segunda inclinada hacia sus adversarios.

¿De qué está hecha esta samba?

Es decir, el gran cambio, que se ha producido desde 2018, ha sido con el adversario del PT que ya no se identifica con el centro-derecha, sino que ahora es de extrema derecha. Esta transformación ha tenido repercusiones en el sistema político en general. Si la derecha había estado, desde la dictadura, en una posición defensiva, y los que se identificaban con tal posición política eran raros, los catorce años de gobiernos del PT estimularon a los derechistas a “salir del armario”.

Se creó especialmente en Internet lo que Camila Rocha (2021) llamó un “contrapúblico digital” que, a partir de la percepción de que la izquierda ejercía algo así como una hegemonía cultural, buscaba establecer una dirección intelectual y moral alternativa. Para ello, también se recurrió a instrumentos más tradicionales, como los think tanks, así como a la creación o apropiación de editoriales, revistas, etc.

Con un movimiento originalmente de izquierdas en las “Jornadas de Junio” de 2013 la derecha se echó a la calle. Se alimentó de las denuncias de corrupción de la Operación Lava Jato y fue, poco después, el principal promotor de grandes actos, en los que los manifestantes se vistieron de verde y amarillo, para defender el impeachment de la presidenta Dilma Rousseff. El punto álgido de tal proceso de movilización se produjo, en medio de una situación de auténtico caos político, con la elección como presidente en 2018 de Jair Bolsonaro, hasta entonces un lúgubre diputado.

La extrema derecha en el gobierno, a diferencia de los gobiernos del PSDB e incluso del PT, que fueron desmovilizadores, promovió una agitación permanente. Incluso durante la pandemia se convocaron manifestaciones que protestaban contra las medidas de aislamiento social propiciadas por diversos gobiernos estatales. En el calendario bolsonarista, el Siete de Septiembre -en el que aparecieron frecuentes alusiones a un anunciado golpe de Estado- cobró especial importancia.

Desde la derrota de Jair Bolsonaro el 30 de octubre, los actos se han extendido por todo Brasil. Se han promovido bloqueos en varias carreteras y los manifestantes se han reunido frente a los cuarteles para pedir una “intervención militar”, promoviendo incluso disturbios, como ocurrió en Brasilia el 12 de diciembre. Pero, ¿Hasta cuándo podrá continuar la movilización? Y lo que es más importante, ¿Tendrá el bolsonarismo capacidad para seguir disputando la hegemonía?

Para empezar a responder a estas preguntas, quizá valga la pena utilizar el ejemplo de otro proyecto hegemónico: el del thatcherismo. Entre otras cosas porque en Gran Bretaña, hace más de cuarenta años, la derecha también se comprometió, como no se había producido hasta entonces, en una agresiva campaña para definir lo que sería la nación. Sin embargo, se trata aquí simplemente de realizar un ejercicio, utilizando libremente el ejemplo británico, para reflexionar sobre las posibilidades y los límites de la actual coyuntura brasileña.

En diciembre de 1978, cinco meses antes de las elecciones que llevarían al Partido Conservador al poder, Stuart Hall escribió el artículo “The great right moving show”, en el que acuñó el término “thatcherismo”. En el texto, aparecido en Marxism Today, la revista teórica del Partido Comunista de Gran Bretaña, señalaba un giro a la derecha en la política británica, que se personificaría en Margaret Thatcher. Sin embargo, la deriva derechista dataría de antes, apareciendo desde finales de los años 60 como reacción a las aspiraciones libertarias que entonces cobraron impulso.

En términos más inmediatos, el fundador de los Estudios Culturales presta atención -como era habitual en sus trabajos políticos- a la coyuntura, lo que contribuye a subrayar la indeterminación del momento en que escribía, en el que aún no estaba claro si el thatcherismo era un fenómeno superficial o de impactos más profundos². En cualquier caso, en la coyuntura se darían cita diferentes contradicciones, vinculadas a distintos momentos históricos.

En otras palabras, la coyuntura sería el terreno por excelencia de la disputa política. En un sentido más específico, como Stuart Hall y el editor de Marxism Today, Martin Jacques, aclararían más tarde, la coyuntura del Thatcherismo combinaría (1) el declive a largo plazo de la economía británica; (2) el colapso del consenso socialdemócrata, establecido en la segunda posguerra; (3) el comienzo, debido al reciente despliegue de armas nucleares en Europa Occidental, de una “nueva Guerra Fría” (Hall y Jacques, 1983).

Reflejando en gran medida estas tendencias, el thatcherismo, según la interpretación desarrollada por Stuart Hall en varios artículos aparecidos a lo largo de la década de 1980, principalmente en Marxism Today, sería una ideología que articulaba varios elementos discursivos. Más concretamente, amalgamaría, en una unidad contradictoria, el conservadurismo tradicional con el neoliberalismo emergente.

La apelación al Imperio, a la familia, a la raza, en términos organicistas, coexistiría con la defensa del interés propio, de la competencia, del antiestatismo, en términos individualistas. Uno tiene la impresión, en ciertos momentos, de que el autor está pensando incluso en la aparición de una especie de sujeto thatcheriano: sería a la vez patriarcal y emprendedor, identificándose tanto con una noción etnocéntrica de la nación como con el libre mercado. En este sentido, sostiene que estaríamos ante un proyecto tanto regresivo como progresista. Más concretamente, los valores propugnados por la Primera Ministra británica y sus seguidores serían regresivos, pero tratarían de promover una modernización, o más concretamente, una modernización regresiva³.

La ideología thatcherista lograría construir un pueblo y una nación que se opondrían a los sindicatos y las clases, supuestamente identificados con el Partido Laborista. Al identificar al pueblo con la autoridad y el orden se estaría, según Stuart Hall, ante un populismo autoritario. Combinando “coerción” y “consenso”, trataría de imponer, “desde arriba”, un nuevo régimen de disciplina social que sería preparado “desde abajo”, por inseguridades y temores difusos.

“el autor está pensando incluso en la aparición de una especie de sujeto thatcheriano: sería a la vez patriarcal y emprendedor, identificándose tanto con una noción etnocéntrica de la nación como con el libre mercado”

El thatcherismo se opondría especialmente al anterior consenso socialdemócrata, que había definido la política británica desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Más concretamente, se habría formado entonces un acuerdo corporativista entre el capital, el trabajo y el Estado. Esto se traduciría, en términos de política económica, en la sustitución del keynesianismo y la búsqueda del pleno empleo por el monetarismo y la lucha contra la inflación. En consecuencia, se desmantelaría el Estado del bienestar mediante la desregulación y la privatización.

Detrás del thatcherismo se percibía la existencia de algo que, en términos de Gramsci, podría denominarse un nuevo bloque histórico. La nueva cara del Partido Conservador se identificaría especialmente con las grandes empresas y las capas medias del sector privado, más que con el sector público. Pero también estarían dispuestos a votar a la hija del modesto propietario de una tienda de ultramarinos sectores de la clase trabajadora que ya no se entenderían automáticamente como votantes laboristas. El atractivo del “capitalismo popular” sería especialmente fuerte entre los trabajadores cualificados y los oficinistas. En términos aún más radicales, Stuart Hall explica, en la Introducción a Hard road to renewal: Thatcherism and the crisis of the left (1988) -libro que reúne un buen número de sus artículos sobre la coyuntura-, que sería difícil precisar a qué intereses de clase correspondía el bloque histórico thatcherista, ya que se dedicaría a redefinir esos intereses en nuevos términos políticos e ideológicos.

En términos de discurso, se crearía un nuevo sentido común reaccionario. Así, manipularía creencias difusas, sugiriendo, por ejemplo, que la economía debería gestionarse como el presupuesto doméstico. En términos más atrevidos, disputaría la forma de entender el Estado y la sociedad civil. Al tratar, por ejemplo, con los servicios públicos, quienes hacen uso de ellos ya no serían entendidos como ciudadanos, sino como consumidores.

En otras palabras, Stuart Hall insiste en que detrás del thatcherismo habría un proyecto que buscaría alcanzar objetivos estratégicos a largo plazo. En pocas palabras, la primera ministra británica y sus aliados buscarían crear una hegemonía, lo que implicaría la “lucha y la contienda para desorganizar una formación política; asumir una posición de dirección (…) sobre una serie de esferas sociales diferentes -la economía, la sociedad civil, la vida intelectual y moral, la cultura-; llevar a cabo un tipo de confrontación amplia y diferenciada; obtener una parte considerable del consentimiento popular; y garantizar así la creación de una autoridad social lo bastante fuerte como para conformar la sociedad en un nuevo proyecto histórico” (Hall, 1988, p. 7).

Por tanto, el thatcherismo trataría de reconstruir y redefinir el terreno político, cambiando su propia lógica, alterando el equilibrio de fuerzas y creando un nuevo sentido común. Gran parte de su fuerza vendría precisamente de su radicalismo, ya que estaría dispuesta a romper con el molde político anterior y no simplemente a reordenar los elementos que lo componían. En estos términos, más que la victoria electoral el líder conservador buscaría ocupar el poder, transformando el Estado para reestructurar la sociedad civil. Pero más que hegemonía, se trataría de un proyecto de hegemonía, que correspondería a un proceso en permanente disputa.

Por otra parte, gran parte de la dificultad de la izquierda para hacer frente al thatcherismo provendría precisamente de haber subestimado su novedad. Por lo tanto, no podría formular una estrategia contrahegemónica. Aun así, la interpretación de Marxism Today de los cambios en la política británica es muy influyente, y afecta directamente a la metamorfosis del laborismo en Nuevo Laborismo. Con la victoria del partido en las elecciones de 1994 y el ascenso de Tony Blair al cargo de primer ministro, muchos de los intelectuales que escribían para la revista se convierten en asesores del nuevo gobierno.

Stuart Hall (2017), sin embargo, no muestra mucha simpatía por el laborismo en sus nuevas formas. En un artículo sugestivamente titulado “The great moving nowhere show”, publicado en 1998 en un número especial de Marxism Today -una revista que había dejado de existir- llama la atención sobre cómo el joven primer ministro se movía en el mismo terreno establecido por el anterior primer ministro. En otras palabras, es probable que sólo entonces se realizara más plenamente el proyecto de hegemonía thatcherista.

Las diferencias entre el thatcherismo y lo que ya se llama bolsonarismo son evidentes. Se encuentran en el mismo momento y lugar en que aparecen los dos movimientos. Margaret Thatcher asumió el poder y transformó primero el Partido Conservador y luego Gran Bretaña a finales de los años setenta y principios de los ochenta, lo que contribuyó a dar forma a lo que se conoció como neoliberalismo. Jair Bolsonaro se valió de un partido apoderado, el Partido Social Liberal (PSL), para llevar adelante su proyecto destructivo, en el pasaje de la década de 2010 a la de 2020, período de crisis del neoliberalismo. No menos importante, los británicos actuaban en el centro, aunque decadente, y los brasileños en la semiperiferia del capitalismo. En otras palabras, el ejercicio de comparar el bolsonarismo con el thatcherismo debe partir de sus disimilitudes⁴.

“Gran parte de la dificultad de la izquierda para hacer frente al thatcherismo provendría precisamente de haber subestimado su novedad”

Reflejando estos contrastes, la coyuntura del Bolsonarismo es diferente a la del Thatcherismo, aunque también condensa contradicciones de diferentes momentos históricos. Vivimos un estancamiento económico que dura más de cuarenta años, acercándose ya a la larga duración y coincidiendo con el declive del desarrollismo. En términos de duración media, el pacto democrático de la Constitución de 1988, elaborado con el fin de la dictadura cívico-militar, ha sido fuertemente atacado. Por último, desde la crisis financiera de 2008, ha surgido una extrema derecha activa en todo el mundo y casi siempre crítica con la globalización a raíz de la crisis neoliberal.

Sin embargo, en su actitud hacia el neoliberalismo, el bolsonarismo difiere de gran parte de la extrema derecha mundial. En contraste, por ejemplo, con el trumpismo y su defensa de políticas proteccionistas que “traiga de vuelta” los empleos estadounidenses, la extrema derecha brasileña acabó identificándose con la receta neoliberal. El hito de tal adhesión fue la elección de Paulo Guedes como Ministro de Economía. Señal de la creencia en los poderes taumatúrgicos del doctorado de la Universidad de Chicago y de las doctrinas que encarnaría fue la propaganda electoral de 2018, cuando el economista fue convertido en un “poste de Ipiranga”, supuestamente capaz de resolver todos los problemas nacionales.

En un sentido más profundo, el neoliberalismo nunca ha sido cuestionado en el debate público brasileño, si identificamos tal discusión con la que se mantiene en los grandes medios de comunicación. Es cierto que se puede dudar de hasta qué punto Bolsonaro estaba comprometido con la promoción de políticas liberalizadoras, como quedó explícito en la tramitación de la Reforma de la Seguridad Social. Por otro lado, la defensa de los valores vinculados al “emprendimiento” es un punto importante de la retórica de Bolsonaro.

En términos discursivos, el bolsonarismo, como el thatcherismo, promovió una curiosa amalgama de lenguajes bastante dispares⁵. Pero más que a la Gran Bretaña de Thatcher o a los EEUU de Trump, el discurso político del capitán retirado recuerda al formulado por un presidente estadounidense anterior, Ronald Reagan. En ambos casos, la peculiar combinación de “liberalismo económico” y “conservadurismo social” adquirió tintes neopentecostales. Tales características se relacionan con lo que Wendey Brown (2016) ha llamado la desprivatización de la religión, que deja de restringirse a las creencias personales e invade la política⁶. Pero al igual que en la Gran Bretaña thatcherista, en Brasil se ha llegado a crear una especie de sujeto bolsonarista, también llamado “buen ciudadano”: temeroso de Dios y defensor del libre mercado; patriota, pero dispuesto a saludar a la bandera estadounidense.

Si el thatcherismo se volvió contra el consenso socialdemócrata de la segunda posguerra, el bolsonarismo se insurge contra el acuerdo democrático expresado en la Constitución de 1988. Redactado después de la dictadura cívico-militar, correspondía, como señalan Cícero Araújo y Leonardo Belinelli (2022), a un pacto social que buscaba especialmente reparar la “deuda social” brasileña, privilegiando a las capas más bajas de los sectores populares, pero que, en principio, no bloquearía las expectativas de ascenso social de las capas medias. Entre sus principales medidas figuraba, por ejemplo, la ampliación de la seguridad social a los trabajadores rurales, lo que dificultaba la financiación de tal iniciativa. Esta situación allanó el camino para que los economistas ortodoxos presentaran la idea de que nuestro pacto democrático es fiscalmente insostenible. No deja de ser significativo que el principal hito de la redemocratización sea también la Constitución de 1988.

El bolsonarismo, en cambio, identifica prácticamente todo el periodo democrático con la “izquierda”. En esta referencia, no habría mucha diferencia entre los gobiernos de Fernando Henrique Cardoso y Luís Inácio Lula da Silva, a pesar de las encarnizadas disputas, protagonizadas durante más de veinte años por PSDB y PT. Paulo Guedes, por ejemplo, en su discurso inaugural en el Ministerio de Economía, afirmó: “después de treinta años de alianza política de centro-izquierda, hay una alianza de conservadores, en principios y costumbres, y liberales en la economía” (Guedes, 2019: 1). Yendo más allá, la “izquierda” correspondería al “sistema”, contra el cual Bolsonaro y sus seguidores se movilizan para cambiar el terreno político (Nobre, 2022).

Para sostener tal proyecto es posible percibir la presencia de una alianza entre diferentes sectores sociales, que puede ser caracterizada como aproximadamente correspondiente a lo que André Singer llamó recientemente el bloque agrario-militar-evangélico⁷. El apoyo del llamado agronegocio a la causa de Bolsonaro fue garantizado especialmente evitando invasiones de tierras y limitando la lucha contra la devastación ambiental. En cambio, la relación del capitán retirado con sus antiguos compañeros de armas es bastante ambigua. Ambos parecen querer servirse mutuamente en una relación marcada por la incertidumbre. Al final, las razones de los evangélicos para apoyar a Bolsonaro también son en gran medida pragmáticas, estando relacionadas con la defensa de la llamada agenda aduanera. Este apoyo garantiza, en compensación, una importante base popular para Bolsonaro.

Lo que ha mantenido unida a esta heterogénea coalición han sido principalmente sus enemigos, o mejor dicho, la imagen que se hace de ellos, desempeñando tal papel, “petistas”, “comunistas”, “el sistema”, etc. No por casualidad, el espectro del comunismo -que debido a su ausencia real tras el final de la Guerra Fría tiene un carácter especialmente fantasmagórico- desempeña un papel central en el establecimiento del pegamento de temores que mantiene unidos a los distintos grupos que se identifican con el que sus seguidores llaman el Mito.

Pero más que elaborar un “sentido común reaccionario”, el bolsonarismo expresa la difusión previa de una cosmovisión con esta orientación. Se benefició, en particular, de más de treinta años de neoliberalismo, que hizo que, por ejemplo, las consideraciones relativas a la mayor eficacia del mercado frente al Estado parecieran ya obvias, si no naturales.

En este sentido, los gobiernos del PT no han roto con estas creencias, sino que incluso han contribuido a reforzarlas, al insistir en la integración a través del consumo⁸. No es mera casualidad que Lula encontrara, en las recientes elecciones presidenciales, enormes dificultades para conseguir apoyos más allá del electorado con ingresos de hasta dos salarios mínimos. En otras palabras, lo que no hace mucho se llamaba la “nueva clase media” muestra, al menos, grandes reticencias hacia el PT.

Sin embargo, cabe preguntarse hasta dónde llega la hegemonía bolsonarista y, en términos más amplios, la propia hegemonía neoliberal. Entre otras cosas porque la hegemonía, al igual que la democracia, tiene un carácter universalista, mientras que el neoliberalismo se basa en la creencia en la supremacía del individuo privado. La hegemonía implica, por tanto, la realización de concesiones, materiales y simbólicas, por parte de la clase dominante a los grupos dominados. En cambio, en el neoliberalismo la lógica del mercado, y con ella el predominio del interés privado, llega a imponerse en todas las esferas de la existencia.

Aunque el bolsonarismo, como el thatcherismo, sea en el límite incapaz de formular un proyecto de hegemonía, la izquierda ha subestimado su fuerza. En particular, no ha sido capaz de percibir cómo se identifican con ella grupos significativos de la sociedad civil brasileña. Por ello, los adversarios del Mito no podrán elaborar un proyecto de contrahegemonía. El carácter negativo del frente amplio que eligió a Lula, que no tenía otro propósito que derrotar a Jair Bolsonaro, no ayuda en esta tarea.

No será de extrañar, por tanto, que el bolsonarismo recupere fuerza. Su destino, de hecho, depende básicamente del destino del gobierno de Lula. En el eventual retorno del Bolsonarismo, se puede incluso prescindir de Bolsonaro. Para ello, basta con encontrar otro nombre que exprese las aspiraciones que antes era capaz de despertar⁹.


Traducción: ALAI

Referencias:

[1] André Singer (2021) señala, con base en datos de investigación de Datafolha, iniciada en 1989, la predisposición de la mayoría del electorado brasileño a posiciones políticas de derecha. Se habría hecho explícito con la elección, en 1989, de Fernando Collor como presidente, pero sumergido entre 1994 y 2014.

[2] Para realizar este tipo de análisis, el escritor nacido en Jamaica se inspira especialmente en Gramsci. Es sugerente cómo, al mismo tiempo, otro intelectual de la periferia y radicado en Gran Bretaña, el argentino Ernesto Laclau, también encontró en el revolucionario sardo su principal inspiración para analizar la política. Los dos cultivaron entonces un rico diálogo, habiendo incluso participado en el mismo grupo de estudios gramscianos. Ambos entienden la ideología en términos discursivos, además de prestar atención a los “nuevos movimientos sociales” que surgieron en la década de 1960, como el feminismo, el movimiento negro y el movimiento homosexual. Pero mientras Laclau interpreta la hegemonía en un sentido cada vez más abstracto, acercándola a una “ontología de lo político”, Hall se ocupa de proyectos específicos de hegemonía, como el thatcherismo. Ver: Colpani, 2021.

[3] A partir del número de octubre de 1988, Marxism Today radicaliza esta perspectiva, argumentando que estaríamos ante “nuevos tiempos”, posfordistas, que se caracterizarían por una “especialización flexible”. Este sería el nuevo terreno de la política, que preocupaba tanto al thatcherismo como a la izquierda. En este contexto, Hall incluso alaba el consumismo. Sobre Marxism Today, véase: Pimlott, 2022.

[4] En tal ejercicio, utilizo libremente la interpretación de Hall del thatcherismo como ejemplo. Si su punto fuerte es el análisis discursivo, hay, en cambio, una idealización de los “nuevos tiempos” posfordistas.

[5] Un sugerente análisis del discurso bolsonarista se realiza en Nunes, 2022.

[6] Sobre el fenómeno en Brasil, ver: Lacerda, 2022.

[7] Formulación de Singer en debate con María Victoria Benevides sobre las elecciones promovidas, el 8 de octubre de 2022, por el Centro de Estudios en Cultura Contemporánea (CEDEC) y el Centro de Estudios en Derechos de Ciudadanía (CENEDIC),

[8] Sobre un caso particular, en Morro da Cruz, en Porto Alegre, ver: Pinheiro Machado e Scalco, 2020.

[9] Este artículo está basado en mi presentación en el XXII Foro de Análisis de la Coyuntura Latinoamericana, Elecciones y Cambios Políticos , promovido por el Departamento de Ciencias Políticas y Económicas, por el Programa de Posgrado en Ciencias Sociales, por el Instituto de Estudios Económicos Internacionales de la Unesp y por el Grupo de Investigación – Estudios sobre la Globalización de la Unesp, Facultad de Filosofía y Ciencias, Campus de Marília