Biden Militares Afganistán

En agosto de 2021, Estados Unidos culminaba su retirada de tropas militares de Afganistán. Lo que era visto como una derrota del imperio dejaba de lado una lectura profunda de un cambio de su estrategia expansionista. Unos meses después, en diciembre del mismo año, Joe Biden firmó un presupuesto militar de 778.000 millones de dólares mediante la aprobación de la Ley de Autorización de Defensa Nacional 2022, aumentándolo un 5% respecto al año anterior con Donald Trump en la Casa Blanca. El aumento del gasto militar no acaba aquí. Justamente este 28 de marzo Biden ha presentado una solicitud para el presupuesto militar de 2023 con la cifra de 813.000 millones de dólares, creciendo un 4%. Según el Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI), en 2020 el presupuesto militar norteamericano era el 39% del gasto mundial.

Entre sus costes está mantener sus permanentes 840 bases militares en más de 70 países del mundo, según datos recopilados por el profesor David Vine de la American University de Washington; sus 173.000 soldados esparcidos en 159 países del mundo en 2020, como refleja un informe del Conflict Management and Peace Science Journal; el mantenimiento de su macro sede central militar del Pentágono; su Armada de más de 490 barcos y 3900 aeronaves; sus armas nucleares; o sus infraestructuras tecnológicas, comunicativas, y satelitales, entre otros componentes de su entramado militar. La duda es, si finalmente Estados Unidos se retiraba de Afganistán y al mismo momento aumentaba su gasto militar de manera exponencial, ¿Cuáles son los nuevos objetivos del imperio norteamericano? Existen hoy tres frentes del imperio norteamericano que amenazan la paz mundial.

Estados Unidos apunta a Rusia para dominar Europa 


El primer frente es hacia Rusia. Con una Rusia de vuelta al escenario internacional como potencia, tras sus años de transición desde la caída de la URSS, se convierte en una amenaza para la unipolaridad que defiende de manera férrea Estados Unidos. A diferencia de la URSS, Putin ha llevado a cabo una política más pragmática en las relaciones internacionales de Moscú. Estrechando lazos comerciales y políticos con países del “Eje del Mal” del imperio, desde Cuba, Bielorrusia, Venezuela, Irán, Nicaragua, Corea del Norte, o Siria, entre otros; con países miembros de la OTAN como Turquía o Hungría; con regímenes aliados de Estados Unidos como Israel o Arabia Saudí; con países africanos con relaciones históricas desde la URSS como Argelia, o críticos actualmente con el yugo neocolonial francés como el caso de Malí y otros países de la región del Sahel; pero sobre todo, con las potencias emergentes mundiales a favor de un nuevo orden mundial, los países BRICS (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica). Por todo esto, no es casualidad que 5 países (sumando a Venezuela como sexto al no poder votar en la Asamblea General de la ONU) se negaron a condenar a Rusia en la Asamblea General de la ONU por su operación militar en Ucrania, además de 35 abstenciones, entre ellas China e India, de un total de 181 votos. Rusia no está sola en el mundo, como dicen medios occidentales.

Más allá de las relaciones de Rusia con América Latina, África, o Asia, la mayor preocupación para Estados Unidos ha sido sus crecientes vínculos con su principal aliado, la Unión Europea, la mayoría de sus países miembros también integrantes de la OTAN. Por cercanía continental las relaciones comerciales entre Rusia y la Unión Europea aumentaron considerablemente desde la caída del Muro de Berlín, llegando incluso a concluir megaproyectos entre Alemania y Rusia, como el Nord Stream 2 de Gazprom para ampliar la exportación de gas ruso a Europa. Con una Rusia y Europa más interconectadas esto amenaza la unipolaridad y hegemonía del imperio norteamericano, e incluso la misma existencia de la OTAN, ya que en 2018 Merkel y Macron empezaron a hablar tímidamente de crear un ejército europeo común.

El principal objetivo geopolítico de Estados Unidos ha sido romper esa relación entre Europa y Rusia, y Ucrania (bien conocida por el hijo de Biden, Hunter Biden, que trabajó en la principal empresa de gas de Ucrania,  Burisma, entre 2014 a 2019) era la mejor pieza para hacer el jaque. Un país fronterizo con Rusia y con dos culturas políticas con posibilidades de enfrentamiento, la pro-rusa de Oriente y la pro-europea de Occidente. El Golpe de Estado de la extrema derecha en Ucrania en 2014 apoyado por Estados Unidos contra el gobierno pro-ruso de Victor Yanukóvich, conocido el golpe en Occidente como Euromaidan, sería el inicio de una sinergia de sucesos que llevarían al empeoramiento de relaciones de la UE con Rusia; sanciones económicas y comerciales, restricciones políticas,  y sobre todo la inestabilidad geopolítica y militar en Europa tras los acontecimientos de Crimea y la guerra en la región de Donbass. A Estados Unidos le faltaba conseguir la ruptura total de relaciones entre la UE y Rusia, para consolidar su dominación, una vez más, sobre una Europa perdida. El proyecto de anexionar a Ucrania en la OTAN, saltándose una vez más el imperio norteamericano el discutido Acuerdo Baker-Gorbachov de 1990, sería la clave para provocar a Rusia y generar un conflicto armado en suelo europeo. Un conflicto armado que llevaría a la piedra angular, la suspensión del proyecto Nord-Stream 2 para provocar un aumento de la dependencia energética de Europa hacia el gas natural licuado de Estados Unidos, y poder aumentar Estados Unidos su inversión en el fracking. Un conflicto armado que finalmente borraría la ilusión de algunos líderes europeos de crear un ejército común propio y comprometería a todos los países de la OTAN a invertir el 2% de su PIB en el presupuesto militar al ver ahora a Rusia como una amenaza cercana. Una jugada de la economía de guerra de Estados Unidos para aislar más a Rusia, pero finalmente una gran derrota para Europa. Mientras Rusia mirará ahora más a Asia (aliados como la India o China) Europa quedará más subyugada al imperio norteamericano.            

Estados Unidos amenaza a China para no perder su hegemonía mundial

El país que disputa hoy el papel de superpotencia mundial económica con Estados Unidos no es Rusia, que es más potencia militar, sino China según indicadores y estimaciones del PIB por el FMI. El gigante asiático es actualmente el mayor socio comercial del mundo. No solo quedó claro estar China en el punto de mira de los Estados Unidos con los aberrantes tweets y discursos chinófobos de Trump durante su presidencia entre 2016 a 2020, sino que hoy se ha confirmado con una mayor y agresiva escalada armamentística de Biden contra el país asiático. El mismo crecimiento exponencial del presupuesto militar de Biden está enfocado en disuadir a China contra el proyecto del Nuevo Orden Mundial. China viene de un paradigma histórico a favor del multilateralismo por su participación en la Conferencia de Bandung de 1955, donde se criticó a los dos bloques hegemónicos en la Guerra Fría, el soviético y el norteamericano.

Justamente hoy existe la pugna entre el cada vez más viejo Orden Mundial (unipolar tras la caída de la URSS y la consolidación de Estados Unidos como única superpotencia) y el Nuevo Orden Mundial (multipolar, con bloques regionales no solo occidentales). Como dijo Gramsci, estamos en la fase transitoria de “lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer”.

Estados Unidos ha hecho dos movimientos militares que han puesto en amenaza a China. En primer lugar, en septiembre de 2021, se firmó entre Estados Unidos, Australia y el Reino Unido, el conocido pacto militar AUKUS. Un pacto de la carrera armamentística de Estados Unidos para construir en Australia submarinos de propulsión nuclear para amenazar la influencia de China en el Indopacífico. Un pacto que volvió a dejar fuera de juego a Europa al quedar caduco un acuerdo de 50.000 millones de dólares australianos para fabricar submarinos franceses para Australia. En segundo lugar, la confirmación de la presidenta de Taiwán, Tsai Ing-wen, sobre el entrenamiento de tropas norteamericanas en la misma isla. Una injerencia que genera una crisis política entre China y Taiwán para beneficio, finalmente, de Estados Unidos. Este movimiento, además, ha sido fortalecido por un nuevo plan entre Estados Unidos y su aliado asiático, Japón, de llevar a cabo una operación conjunta contra China si se acentúa un conflicto entre el gigante asiático y Taiwán.

Todos estos movimientos de Estados Unidos en Asia buscan cercar a China al aumentar tensiones y problemas regionales para evitar así su consolidación como potencia emergente, tanto política como militar a nivel mundial, y el imperio norteamericano no perder su hegemonía en el escenario internacional. 

Estados Unidos y la Cumbre del Mal contra Irán 

Más allá de las amenazas de Estados Unidos contra Rusia y China, dos países que tienen hoy unas relaciones de amistad y cooperación que no tuvieron durante la Guerra Fría, existe otro frente expansionista del imperio; bloquear a una potencia regional en Oriente Medio, Irán. 

Estados Unidos en mayo del 2018 abandonó el pacto multilateral conocido como el G5+1 e iniciado en julio de 2015 por los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU (Francia, Rusia, China, Reino Unido, Estados Unidos) además de Alemania, para llevar a cabo un proceso de desnuclearización de la República Islámica de Irán con el fin de levantar el bloqueo económico. Irán e Israel son dos países en disputa permanente desde 1979, y Estados Unidos es el aliado histórico de Israel. Con la salida del pacto multilateral, Estados Unidos dejó claro que no acepta el nuevo mundo multipolar e inició su proceso expansionista unilateral en la región contra Irán. 

En enero de 2020, Trump y el líder del régimen sionista de Israel, Benjamín Netanyahu, firmaron un acuerdo conocido como “Pacto del Siglo”, un supuesto plan de “paz” para Israel y Palestina donde incoherentemente no participó ningún representante de Palestina. Más que un plan de paz es un plan de provocación hacia Irán, aliado de Palestina, y Siria, al considerar el mismo acuerdo que los territorios del Alto Golán, pertenecientes a Siria y ocupados por Israel, son parte del régimen sionista. Una decisión que viola la Resolución 242 del Consejo de Seguridad de las ONU.   

Tras este pacto se produjeron diferentes movimientos de Estados Unidos para conseguir que Israel estableciera relación con países árabes de la región, una estrategia de amenaza hacia Irán. En agosto de 2020 Israel firmó un acuerdo histórico, la formalización de relaciones con un primer país en el Golfo Pérsico, los Emiratos Árabes, tras un acuerdo negociado por los Estados Unidos. Un nuevo pacto que rompía con el convenio histórico de los países árabes de la región de no atar lazos con Israel hasta la creación de un Estado Palestino. Hasta el momento, en la región, solo Egipto había formalizado relaciones con Israel en 1979, y Jordania en 1994. Un mes después, se pronunció la onda expansiva de la estrategia de Estados Unidos consiguiendo también la normalización de relaciones entre Israel y Bahréin. El mensaje de Estados Unidos contra Irán quedó claro con el protocolo de la firma de los acuerdos de Israel con Emiratos Árabes y Bahréin, conocidos como los Acuerdos de Abraham, firmados el mes de septiembre en el mismo escenario de la Casa Blanca.

El plan no quedaría ahí, en diciembre de 2020 Estados Unidos aceptó el Sahara Occidental como territorio autónomo marroquí, violando también criterios de la comunidad internacional. En concreto la Resolución 690 de la ONU de 1991 que reconoce el derecho del pueblo saharaui a su libre determinación al ser uno de los 17 territorios del mundo en proceso de descolonización. Tras este regalo del imperio norteamericano a la monarquía de Marruecos, el régimen de Mohamed VI, dos días después Marruecos restableció relaciones con el régimen sionista de Israel. Un acuerdo de base que llevó unos meses después, en noviembre de 2021, a otro acuerdo histórico militar, tanto en inteligencia como seguridad, entre Marruecos e Israel. Con el gesto de Estados Unidos a Marruecos, España que es según la ONU el responsable del territorio del Sáhara Occidental en su proceso de descolonización como ex metrópoli antes de la ocupación de Marruecos en 1975, ha acabado obedeciendo las órdenes de Washington, su jefe en la OTAN, y traicionando al pueblo saharaui y a la comunidad internacional.

Mientras la República Islámica de Irán ha buscado mantener y fortalecer relaciones con países de la región como Qatar, Siria, Palestina, o el Líbano, e incluso con Arabia Saudí, pese a sus disputas en el conflicto de Yemen, como brecha regional al bloqueo de Estados Unidos y las amenazas de Israel al país persa, el imperio norteamericano ha respondido con acercar a Israel a estrechar cooperación con Emiratos Árabes, Bahréin, y Marruecos. No solamente han sido relaciones de manera bilateral, sino se ha dado un paso más allá, establecer una nueva entidad regional contra un enemigo común, Irán. Esta semana se fundó la histórica Cumbre de Néguev, llamada por Irán la “Cumbre del Mal”, entre 4 países árabes, Emiratos, Bahréin, Marruecos y Egipto, además de Israel, y Estados Unidos con la presencia del secretario de Estado Anthony Blinken. Una cumbre que busca configurar una amenaza regional contra Irán como presión para conseguir no formalizar el “Plan de Acción Integral Conjunta” o Acuerdo de Viena entre el G4+1, acuerdo del que se retiró Estados Unidos (antes G5+1) como boicot para seguir bloqueando a Irán.  

Estados Unidos sigue su expansionismo contra Rusia, China e Irán, sin olvidar jamás su injerencia constante en el Patio Trasero de América Latina, aunque no haya sido el tema central, por no aceptar que su hegemonía está en decadencia en un Nuevo Orden Mundial multipolar. No vienen buenos tiempos en la geopolítica internacional. La agresividad unipolar del imperio norteamericano con el crecimiento de su negocio de la economía de guerra nos lo demuestra hoy. La duda es, con todo esto, ¿Qué futuro cercano nos espera a toda, y digo a toda, la comunidad internacional?