Pese a su odiosidad y virulencia, las guerras siguen siendo un hecho fatalmente frecuente. Escasos han sido los años desde el despuntar de la modernidad capitalista en los que no ha habido conflictos armados declarados y no declarados entre estados, naciones, regiones o comunidades étnicas y religiosas.
Como en la Primera y la Segunda Guerra Mundial, y tras la invasión de Rusia a Ucrania, Europa vuelve a ser el teatro de operaciones militares de gran escala que amenazan con mundializarse. Sin embargo, no son solo Rusia (el invasor) y Ucrania (el invadido) los actores de este drama: la expansión incesante de la OTAN desde la disolución del Bloque Soviético -y de su contraparte militar, el Pacto de Varsovia- la vuelven un elemento de importancia capital para pensar en los detonantes de la guerra y en las posibilidades de conseguir la paz en el macro espacio euro-asiático.
Importante también es el reforzamiento de la alianza “sin límites” entre Rusia y China, así como el cerrar filas de un bloque euro-occidental que venía de atravesar su peor momento histórico entre el Brexit, la presidencia de Donald Trump y los acuerdos comerciales de Alemania con Rusia. Algo es seguro: pese al pacifismo selectivo y tardío de las grandes potencias y de las corporaciones comunicacionales que consienten la guerra contra “regímenes” y poblaciones “enemigas”, no todos pierden en este conflicto: sin duda no lo hacen los fabricantes y exportadores de armas ni las empresas de contratistas y mercenarios.
Un nuevo mundo multipolar está emergiendo, pero nada permite entrever que vaya a tratarse de un mundo más justo y menos belicoso: la misma idea de polos y zonas de influencia (y hasta de exclusión) de las grandes potencias, pueden convertir (hoy a Ucrania, Siria o Libia, pero mañana a cualquier país de nuestra región) en auténticas “zonas de sacrificio”. Sacrificio como el de los millones de refugiados y desplazados por la guerra, el paramilitarismo y la violencia desde Ucrania a Yemen, desde Colombia a Palestina, desde Siria a Somalía.
Por estas mismas razones, la guerra no pasa ni podría pasar desapercibida en América Latina y el Caribe. Al aumento de los precios internacionales de ciertas materias primas (alimentos e hidrocarburos) se suman los forzados alineamientos geopolíticos, que van desde el apoyo a Rusia o a los Estados Unidos (con una OTAN que también tiene presencia en nuestra región), pasando por una amplia gama de equidistancias y neutralismos. Lo más preocupante es que la región se ha mostrado nuevamente, como frente a la pandemia del Covid-19, incapaz de deliberar y actuar como bloque. Ninguna de las ventajas relativas del multilateralismo podrán ser aprovechadas con una América Latina sin visión de conjunto.
En plena escalada bélica y sin demasiados indicios de su pronta finalización, ALAI presenta su Dossier “Miradas a la guerra: lecturas sobre el conflicto Rusia-Ucrania-OTAN”, correspondiente al mes de Marzo de 2022. Partimos de una enérgica condena ética a la guerra para llegar a un análisis minucioso del conflicto, sus tendencias, causas y protagonistas (más aún en un contexto de una censura masiva y global). Ofrecemos para eso una serie de artículos de análisis y opinión publicados en el sitio web de ALAI en español, inglés y/o portugués, que han sido escritos desde diversos territorios como Argentina, Brasil, Chile, Ecuador, México, Perú, Venezuela, Estados Unidos, Rusia, India, Portugal, Australia e Inglaterra.