Haciendo seguimiento al tema de la crisis energética, adelantamos a principio de año, que, si en 2022 el petróleo alcanzara de nuevo valores no vistos desde 2013, o sea, superar la barrera de los 100 dólares, el pronóstico sería el arrastre del precio de los alimentos a niveles tampoco vistos desde 2011, incluso superando este índice histórico de 131,9 puntos, tal cual, se ha confirmado en los dos primeros meses del año.
Entre las causas impulsoras del aumento del precio de los alimentos se habían enumerado principalmente las asociadas a la pandemia, sin embargo, era necesario dar mayor ponderación a la crisis energética, como la verdadera amenaza al sistema agroalimentario mundial dominante, basado en el agronegocio, por la estrecha dependencia a los hidrocarburos para su funcionamiento. Asunto, que no debe verse aislado a los actuales vientos de guerra que se suscitan en Eurasia por la primacía mundial, e incidiendo en la inseguridad alimentaria en el mundo.
El alza de precios de los alimentos y su relación con los hidrocarburos
El 24 de febrero cuando Rusia escalaba el conflicto contra Ucrania, el precio del petróleo superó de inmediato la barrera de los 100 dólares, que había estado rozando durante las etapas previas de tensión y crisis.
Particularmente la cesta de la OPEP, que controla el 40 % de la producción de crudo y el 70 % de las reservas mundiales de petróleo, se ubicaba ese día en UDS 101,22. Índice que, entre enero y febrero 2022, aumentó en casi 9 puntos, promediando los 94,21 dólares al cierre del mes.
En correspondencia, el aumento del precio de los alimentos no se hizo esperar y la escalada en las materias primas básicas alimentarias, también fueron inmediatas.
Al cierre de febrero, el índice de precios internacionales de los alimentos superó el promedio de los 140 puntos, correspondiente al nivel más elevado de todos los tiempos, representando 5,3 puntos más que el mes anterior, y 20,7 % más de hace un año.
Precios impulsados particularmente por el aceite y los lácteos, que aumentaron 15,8 y 8,5 puntos respectivamente, en comparación a enero, sumado a los cereales, que después del índice del aceite, es el más alto (144,8 puntos), propiciados por la posible incertidumbre ocasionada en el Mar Negro y la consecuente disminución de exportaciones de suministros mundiales desde Rusia y Ucrania, la fuerte demanda y, la reducción de otras provisiones.
Además, la soja como materia prima volvió a recuperar precios superiores a los 600 dólares, los cuales obtuvo en 2021, cuándo esos niveles, no se alcanzaban desde 2012.
En líneas generales, el trigo, el maíz, el arroz, la soja, el girasol, la cebada, el aceite, los lácteos, la carne, entre otros, siguen una escalada histórica de los precios, con gran inestabilidad y volatilidad, asociados inicialmente al aumento de la energía, particularmente, por la recuperación de los precios del petróleo, y ahora, espoleados por la guerra.
El resultado, sin duda será: un mayor aumento de la insuficiencia alimentaria en el mundo.
Los mayores beneficiados con estos aumentos históricos de los precios de los alimentos, son los países exportadores y más allá, los complejos agroindustriales controlados por las grandes transnacionales, inmersos en el sistema agroalimentario mundial, que no fueron afectados como se preveía durante los dos primeros años de pandemia. Tampoco ha sucedido con la crisis energética, que disparó los precios de los productos básicos alimentarios, traduciéndose en alzas y mejores beneficios, pero ¿hasta cuándo? ¿será igual en vientos de guerra?
El escenario que arrastra el conflicto entre Rusia y Ucrania
Ante todo, es preciso hacer referencia a que Rusia y Ucrania, se encuentran en Eurasia, la mayor extensión territorial, que concentra las tres cuartas partes de los Recursos Naturales Estratégicos del planeta en su suelo y subsuelo. De hecho, desde el punto de vista de los intelectuales occidentales, pro-hegemonía unipolar, quien controla esta región será el actor que controlará al mundo, en todo caso, si EEUU controla permanentemente a Eurasia, seguirá teniendo la primacía mundial, que, en estos tiempos, es claramente disputada por China y la reemergencia como potencia, precisamente de Rusia.
Por otro lado, la nueva crisis energética provocada desde el año pasado por el alza de los precios del petróleo, en comparación con los bajos suministros y la alta demanda, también se han reflejado en el gas natural y el carbón, las tres principales fuentes de la Matriz Energética Mundial que proporcionan más del 83 % del total de la energía que mueve al mundo1, propiciando disrupciones en el sector de fertilizantes y otros insumos agrícolas y, por ende, en el sistema agroalimentario mundial. El impacto inmediato, es el aumento generalizado de los precios de los alimentos. Ver Imagen 1.
Consecuencias que pueden ser mucho mayor, incidiendo negativamente en la inseguridad alimentaria mundial, sobre todo, en las poblaciones de países dependientes de la importación de alimentos, aunque también alcanzará a aquellas que no puedan pagar para acceder a estos en los grandes países productores de materias primas alimentarias, como Brasil, Argentina u otro.
Ahora bien, en este escenario de conflicto bélico, es preciso recordar que, en el campo energético, Rusia es el segundo mayor productor mundial de gas y el tercero de petróleo del mundo, así como ocupa la primera y sexta posición en reservas del planeta2, respectivamente.
Incluso, es el sexto productor de carbón del mundo y la segunda reserva mundial de este mineral combustible.
Esta posesión y explotación de recursos energéticos para mover al mundo, le permite a su vez, constituirse en el segundo país con mayor producción de fertilizantes amoníacos del planeta, el cuarto de fosfatos y el segundo de potasio a nivel mundial, todos esenciales para la nutrición vegetal y la agricultura, sin sustitutos hasta ahora. Por lo tanto, Rusia, ejerce incidencia directa en el suministro de uno de los principales insumos para el funcionamiento del sistema agroalimentario.
Además, es uno de los grandes productores de materias primas alimentarias del planeta, particularmente de trigo, ocupando actualmente el tercer lugar en el mundo en la producción del cereal, y cuya posición generalmente, es la del primer puesto.
Es el séptimo país con mayor producción de maíz en el mundo, y el segundo de girasol, después de Ucrania.
Por esta última razón, también se ubica después de Ucrania como el segundo productor de aceite de girasol, y por mucho, son los dos principales países productores de este comestible en el planeta (ver imagen 2). Y aunque en menor proporción, también son de los principales países productores de soja del mundo.
Mientras que Rusia es la segunda reserva en carbón del mundo, Ucrania ocupa el octavo lugar, dos puestos después de Alemania y antecesora de Polonia. Y por demás, es considerada dentro de Europa como el segundo país con reservas de gas natural, después de Noruega, ante el agotamiento del recurso energético en esta región.
Y, además de la producción de girasol, Ucrania es el séptimo productor de trigo y el cuarto exportador de maíz del mundo. De hecho, es considerado uno de los mayores exportadores mundiales de granos (trigo, cebada, maíz).
Un leve repaso, que permite reflejar, el riesgo en el que están importantes suministros energéticos, de materias primas alimentarias e insumos agrícolas para la producción de alimentos a nivel mundial, aderezados por la guerra, y las sanciones que, en un principio EEUU, la Unión Europea y Reino Unido despliegan sobre Rusia.
Sanciones que recibe Rusia desde el año 2014, cuando Barack Obama consideró que el país con la mayor extensión territorial del mundo, “representaba una amenaza extraordinaria e inusual para la seguridad nacional de EEUU”. Desde entonces, instituciones financieras rusas, sus empresas del sector energético y funcionarios del gobierno, han estado sorteando las medidas coercitivas que la potencia norteamericana y sus aliados aplican, por considerar que Moscú promovía la inestabilidad política en Ucrania.
Medidas, que además recaen desde agosto de 2021 sobre Bielorrusia, específicamente, en su empresa estatal de potasa, el primer exportador de potasio del mundo, seguido por Canadá y Rusia, y aunque se han mantenido los envíos, son en menores volúmenes por la incertidumbre de los compradores a futuras medidas contra ellos, a las que se suma Lituania, al no renovar el contrato con el gigante de fertilizantes, impidiéndole el uso del principal puerto de salida utilizado por Beraluskali.
En todo caso, aún está por verse, el impacto de la desbocada aplicación de sanciones sobre Rusia y por supuesto, la escalada del conflicto en estos vientos de guerra, cuyo fin en definitiva es, desmejorar la vitalidad del Estado ruso, imponer un ‘cambio de régimen’, y para ello, EEUU y sus aliados apremian que los costos por desafiar a la primacía mundial resulten demasiado altos para la nación rusa, por el contrario, se devolverían en forma de búmeran, tomando en consideración la necesidad de suministros energéticos y alimentarios en los tradicionales países considerados potencias occidentales.
Todo con el fin de que EEUU no sea expulsado de Eurasia y, por ende, limitar su papel decisivo en lo que considera su área de influencia después de la Guerra Fría, para mantener la primacía mundial.
El impacto ¿de la crisis energética o de la guerra?
Mientras tanto, en la Unión Europea donde se viene sintiendo el impacto de la crisis energética por falta de suministros desde el 2021 y, ahora de la guerra, se pone en jaque la supuesta ‘transición energética’ que pretendía liderar en el mundo al 2030, no sin antes proponer que se mantenga la energía nuclear y el gas natural como “energías verdes”, para mantener su estatus de crecimiento, consumo y desarrollo en el sistema internacional.
En concreto, se dispara en Europa el precio del gas natural y otros combustibles, tanto que Alemania evalúa recurrir a sus centrales de carbón e incluso, revivir las paralizadas y retrasar los cierres, por supuesto, reconsiderando los abandonos de esta energía en la fulana ‘transición energética’.
Y es que Rusia provee el 40 % del gas a Europa, y más del 50 % de este, es transportado a través de gasoductos y almacenes en territorio ucraniano.
Con relación a los suministros alimentarios, se han activado los ministros de agricultura de la Unión Europea para discutir la perturbación de los mercados mundiales de productos agrarios, y materias primas necesarias para la producción agrícola, como la energía y los fertilizantes; y en el tema del abastecimiento, en España comienza a racionarse la venta de aceite de girasol por el conflicto entre Rusia y Ucrania.
Hasta el dueño de Tesla, una vez escalado el conflicto entre Rusia y Ucrania, no le ha quedado otra que afirmar: “necesitamos aumentar la producción de petróleo y gas de inmediato”, asegurando que, “tiempos extraordinarios exigen medidas extraordinarias”.
Entre otras cosas, reconociendo de forma solapada que las energías “sostenibles o sustentables” no mueven al mundo actual, lo hace y hará por mucho tiempo, el petróleo, el gas y el carbón.
Y, en definitiva, porque la crisis energética está relacionada con la disminución del control sobre los suministros, por parte de los tradicionales países potencias del sistema internacional, quedándose sin abastecimientos suficientes, para mantener su primacía en el mundo, en medio del surgimiento acelerado de la multipolaridad.
Planteamientos finales:
Como el mundo se mueve con energía, incluso para la producción de los alimentos, la localización de los suministros energéticos y alimentarios trascenderá la sensibilidad de los países que los necesitan y de aquellos que los poseen, dándole mayor posicionamiento estratégico a estos últimos, por el aumento del interés en tiempos de escasez.
Por ello, se generarán mayores fricciones entre los principales países del mundo, mientras compiten por la apropiación, el acaparamiento y el control de estos bienes, bien sea, en territorio propio o no, intentando mantener su estatus internacional, y como estamos viendo, sin importar el tipo de acción para acceder a ellos, incluso echándole más leña a la guerra.
Y finalmente, pareciera que ha surgido el pretexto perfecto para apartar disimuladamente los cantos de la ‘transición energética’ al 2030, en medio de la actual crisis de energía.