¿La guerra de Ucrania y las acciones de Estados Unidos, la UE y el Reino Unido suponen el fin del dólar como moneda de reserva mundial? Incluso con las conversaciones de paz, celebradas recientemente en Turquía, o la propuesta de quince puntos para un Plan de Paz, informado hace poco por el Financial Times, las consecuencias para el dólar siguen siendo las mismas. Rusia, una gran potencia nuclear y económica, fue tratada por primera vez como un Estado vasallo, cuando los Estados Unidos, la UE y el Reino Unido se apoderaron de sus reservas en divisas (por un valor de 300.000 millones de dólares). ¿En qué posición coloca esto a otros países, que también tienen gran parte de sus reservas de divisas en dólares o euros?
La amenaza a la hegemonía del dólar es sólo una parte de las consecuencias. Las complejas cadenas de suministro, construidas sobre la premisa de un régimen comercial estable – según los principios de la Organización Mundial del Comercio – también amenazan con deshacerse. Estados Unidos está descubriendo que Rusia no es simplemente un Estado petrolero como pensaban, sino que también suministra muchos de los materiales críticos que Estados Unidos necesita para varias industrias, así como para su ejército. A todo esto hay que sumarle el hecho de que Rusia es también un importante proveedor de trigo y fertilizantes.
La confiscación de los fondos de Rusia significa el cuestionamiento de la fe en Estados Unidos como banquero del mundo y en el dólar como moneda de reserva. ¿Por qué deberían los países mantener un superávit comercial y depositarlo en el extranjero si ese superávit puede ser confiscado a voluntad mediante sanciones impuestas por Occidente? La promesa tras el uso del dólar como moneda de reserva mundial era que todos los excedentes estarían a salvo. Con la incautación de los 9.500 millones de dólares del banco central afgano, y la asignación de 7.000 millones de dólares de los mismos, los Estados Unidos demostraron que para ellos, cuando las reservas de dólares de otros países están en poder del banco central de EE. UU., pasan a ser dinero estadounidense. Para los otros países, mantener sus reservas de divisas con el banco central de Estados Unidos es, en teoría, un activo económico. Pero en realidad, es un pasivo político, ya que el Gobierno estadounidense puede confiscar este activo a voluntad. Los Estados Unidos ya han demostrado su capacidad para imponer sanciones a países como Irak, Libia y Venezuela e incautar sus activos, lo que ha traído consecuencias negativas de gran alcance para estos países. La incautación de las reservas de divisas de Rusia por parte de un puñado de países occidentales – Estados coloniales y colonos – demuestra que el llamado “orden basado en normas” se basa ahora en la militarización del dólar y el control, por parte de Occidente, del sistema financiero mundial.
Economistas predicen ahora el nacimiento de un nuevo régimen, en el que otra moneda surgirá como la nueva moneda de reserva del mundo
Economistas como Prabhat Patnaik y Michael Hudson y expertos financieros como Zoltan Pozsar, de Credit Suisse, predicen ahora el nacimiento de un nuevo régimen, en el que otra moneda – u otra variante sistémica – surgirá como la nueva moneda de reserva del mundo. Según Pozsar, “cuando esta crisis (y la guerra) termine, el dólar estadounidense debería ser mucho más débil y, por el contrario, el renminbi mucho más fuerte, respaldado por una cesta de materias primas”.
¿Qué conduce a estas predicciones? Después de la Segunda Guerra Mundial, el acuerdo de Bretton Woods hizo que el dólar se convirtiera en la moneda de reserva del mundo. Sustituyó a la libra esterlina y se vinculó al oro con un valor de conversión de 35 dólares por onza. En 1971, el entonces presidente Richard Nixon puso fin al sistema de Bretton Woods y eliminó la “convertibilidad de los dólares estadounidenses en oro”, lo que significaba que el dólar pasaba a estar respaldado únicamente por las garantías del Gobierno (o del Tesoro) de los Estados Unidos. Durante los años de posguerra, el dólar tenía tres cosas a su favor como moneda de reserva: estaba respaldado por EE. UU. (que era el mayor productor industrial del mundo); los Estados Unidos eran la potencia militar preeminente (incluso si era desafiada por la Unión Soviética); y estaba respaldado por el petróleo de Asia Occidental (la mayor mercancía comercializada, que se cotizaba en dólares).
La dominación del petróleo de Asia Occidental, en particular de Arabia Saudí, era fundamental para Estados Unidos y estaba determinada por su poder militar. Si el mundo entiende la importancia del petróleo para los Estados Unidos, comprenderá más fácilmente el golpe de Estado en Irán contra Mohammad Mosaddegh en 1953, el Golpe en Irak en 1958 y muchos otros acontecimientos políticos en Asia Occidental. Esta fue la base de la Doctrina Carter, que ampliaba el equivalente de la Doctrina Monroe a la región del Golfo Pérsico, y reflejaba el interés de los Estados Unidos en la región y su falta de tolerancia hacia la injerencia de cualquier otra potencia exterior en ella. La política exterior de EE. UU. en Asia Occidental se ha plasmado durante décadas en calcomanías y carteles de protesta contra la guerra, en los que se leen variaciones de la frase “Nuestro petróleo está bajo su arena”. El control de Estados Unidos sobre el petróleo de Asia Occidental, combinado con su poder industrial y militar, garantizó que el dólar siguiera siendo la moneda de reserva del mundo.
La caída de Estados Unidos como potencia industrial mundial ha ido de la mano del ascenso de China. Se puede tener una noción de este ascenso a través de una simple comparación proporcionada por el Instituto Lowy utilizando datos del Fondo Monetario Internacional sobre el comercio mundial. En 2001, más del 80% de los países tenían a EE. UU. como su principal socio comercial en comparación con China. En 2018, esa cifra había descendido a poco más del 30%: 128 de 190 países “[comercializaban] más con China que con Estados Unidos”. Este cambio dramático ha ocurrido en menos de 20 años. La razón es la producción industrial: China superó a Estados Unidos en 2010 para convertirse en el mayor productor industrial del mundo. (India es el quinto productor industrial, pero sólo fabrica el 3,1% de la producción mundial, frente al 28,7% de la producción manufacturera que produce China y el 16,8% que produce EE. UU. sobre el total de la producción industrial mundial.) No es de extrañar que las pautas del comercio mundial sigan la producción industrial.
En este contexto, son importantes dos acontecimientos recientes. China y la Unión Económica Euroasiática (formada por Rusia, Kazajistán, Kirguistán, Bielorrusia y Armenia), parecen estar avanzando hacia un nuevo sistema internacional y monetario. India y Rusia también parecen estar elaborando un intercambio rupia-rublo basado en la necesidad de India de importar armas, fertilizantes y petróleo rusos. India ya había creado antes un sistema similar para comprar petróleo iraní en rupias. Esto también podría impulsar el aumento de las exportaciones indias a Rusia. Arabia Saudí ha indicado recientemente que también podría designar sus ventas de petróleo a China en yuanes y no en dólares. Si esto ocurre, sería la primera vez desde 1974 que Arabia Saudí vende petróleo en una moneda distinta al dólar. Esto daría un impulso inmediato al yuan, ya que más del 25% de todo el petróleo de Arabia Saudí se vende a China.
Estados Unidos domina los mercados de servicios, propiedad intelectual (PI) y tecnologías de la información (TI). Pero los mercados de bienes físicos, a diferencia de los de servicios como la PI y la TI, se basan en un complejo modelo de suministros y, por tanto, tienen complejas cadenas de abastecimiento mundiales. Si la guerra económica de Occidente supone sacar los suministros de Rusia del mercado mundial, muchas cadenas de suministro corren el riesgo de deshacerse. Ya he escrito sobre la guerra de la energía y sobre cómo la Unión Europea depende del gas canalizado desde Rusia a Europa. Pero muchas otras materias primas son fundamentales para quienes sancionan a Rusia y para quienes ahora pueden tener dificultades para comerciar con ella debido a las sanciones de Occidente.
Curiosamente, uno de los elementos claves de la cadena de suministro para la fabricación de chips depende de Rusia. Rusia es un importante proveedor de sustratos de zafiro (con zafiros artificiales) que entran en la fabricación de chips semiconductores. El otro elemento crítico para los fabricantes de chips es el neón, cuyos dos principales proveedores se encuentran en las ciudades de Mariupol y Odessa, en el sur de Ucrania. Juntas producen “entre el 45% y el 54%” del suministro mundial de neón.
Ya he destacado anteriormente el peligro que supone para los planes de la UE en materia de cambio climático el conflicto entre Ucrania y Rusia, que también podría poner en peligro su plan de transitar al gas como combustible puente. El uso de baterías como elemento clave de almacenamiento en la ruta de las energías renovables también tiene una importante debilidad rusa. El níquel es fundamental para las baterías eléctricas, y Rusia es el tercer proveedor mundial de níquel. Con la imposición de sanciones a Rusia por parte de EE. UU. y la UE, esto puede llevar a que China, que ya se perfila como el mayor proveedor de baterías del mundo, adquiera una posición aún más dominante en el mercado mundial de baterías.
Las sanciones son fáciles de imponer, pero mucho más difíciles de levantar.
Los otros problemas de la cadena de suministros que podrían surgir como resultado de la guerra entre Rusia y Ucrania tienen que ver con el paladio, el platino, el titanio y los elementos de tierras raras. Todos estos minerales son necesarios para las industrias avanzadas y es probable que se vean atrapados en los cuellos de botella de la cadena de suministro en todo el mundo. También están en la lista de los 50 minerales estratégicos que necesita Estados Unidos, ya que son fundamentales para su seguridad. Un vistazo a la forma en que las cadenas de suministro mundiales se estancaron durante el COVID-19 debería dar al mundo una idea de cómo podría ser la próxima crisis y por qué podría ser mucho peor que lo que se vio durante la pandemia. Las sanciones son fáciles de imponer, pero mucho más difíciles de levantar. E incluso después del levantamiento de las sanciones, la cadena de suministro no ensamblará sin problemas como antes. Hay que recordar que estas cadenas mundiales se han ido configurando gradualmente durante décadas. Destruirlas utilizando la bola de demolición de las sanciones es fácil; reconstruirlas es mucho más difícil.
El suministro de alimentos al mundo se verá aún más afectado. Rusia, Ucrania y Bielorrusia producen una cantidad importante de fertilizantes que necesitan los agricultores de todo el mundo. Rusia y Ucrania están entre los mayores exportadores de trigo. Si el trigo ruso es sancionado y la cosecha de Ucrania se ve afectada por la guerra, al mundo no le resultará fácil frustrar una grave escasez de alimentos.
No hay duda de que el mundo está en la cúspide de un gran cambio económico. Este punto de inflexión conducirá a la completa destrucción de la economía rusa, incluso si Rusia logra una rápida paz con Ucrania y no hay una guerra OTAN-Rusia. O bien, se configurará un nuevo orden económico que ha estado en ciernes: un orden mundial con soluciones cooperativas en lugar de guerras militares y económicas para su resolución.