Todo sigue siendo incierto. Las elecciones son también un terreno de lucha de clases. Sin lucha no hay victoria. El miedo no es la mejor brújula. La euforia, tampoco, es la mejor guía. Así mismo, la ira es una mala consejera. En la izquierda estamos todos enfurecidos por las provocaciones que Bolsonaro esta llevando a cabo preparando las movilizaciones del 7 de Septiembre, donde buscan incendiar las mentes de millones. Esa movilización esta motivada por el favoritismo de Lula en las encuestas desde hace más de un año. Nosotros,  indignados por la manipulación electoral del proyecto de ley de “bondades” de la PEC, elaborada por demagogos profesionales. Indignados por el veneno misógino, homófobo y racista que enciende el rencor reaccionario. Pero ni el miedo, ni la euforia, ni la ira deben ser nuestros puntos de referencia. Sangre caliente en nuestras venas, pero una cabeza serena, fría y glacial.

En el debate sobre la táctica político-electoral para enfrentar a Bolsonaro han surgido dos o tres tentaciones peligrosas. El primero es el “giro al centro”. El segundo es el “ya ganamos”. El tercero es la “romantización del pasado”. La semana pasada también tuvimos el momento “que Dios nos ayude” debido a las pequeñas oscilaciones de Bolsonaro. El centro de la táctica sigue siendo la construcción de una campaña de movilización popular en las calles, y la formación de comités para organizar el activismo.

Ahora que comienza oficialmente, más allá de la forma de la campaña, ya sea un movimiento de masas en las calles, o una campaña de marketing “profesional”, hay un debate sobre su contenido ¿La “romantización del pasado” es una apuesta suficiente para confrontar el balance de Bolsonaro con la evaluación de los dos mandatos de Lula? No, no es suficiente, porque Brasil está en transición generacional y decenas de millones de jóvenes no tienen memoria de la experiencia de hace quince años. Hablar bien de nosotros mismos no es la mejor manera de interpelarlos. Es necesario ahondar en la esperanza de que un proyecto de futuro y de vida mejor es posible.

“En el debate sobre la táctica político-electoral para enfrentar a Bolsonaro han surgido dos o tres tentaciones peligrosas. El primero es el “giro al centro”. El segundo es el “ya ganado”. La tercera es la “romantización del pasado””

El “giro al centro” es indivisible de la adaptación electoralista. Su forma es la defensa del republicanismo, o la subordinación de la izquierda al programa del centro para explotar algunas contradicciones de la clase dominante, con la expectativa de construir Frentes aún más amplios, considerando los cálculos de alianzas en la segunda vuelta.

En una palabra, no “provocar”. O disimular las reivindicaciones que pueden entusiasmar a las masas populares pero que asustan a la clase dirigente. El argumento es que al acercarnos, programáticamente, a las demandas de la gran burguesía, retrocediendo de un programa de izquierda, estaríamos ampliando la audiencia de la oposición liderada por Lula más allá de la “burbuja” de la izquierda, y sería más fácil ganar. Pero no lo es. No se puede ganar el apoyo de las clases medias sin correr el riesgo de perder el apoyo de las clases populares.

No tiene nada de malo la unidad en la acción -con quien sea- en torno a una bandera democrática contra las amenazas golpistas de Bolsonaro. Por eso, debemos apoyar las Cartas en defensa de la democracia y los actos del 11 de agosto. Estamos defendiendo las libertades democráticas frente al peligro bonapartista que representa Bolsonaro.

Pero el régimen liberal-democrático tal y como se ha consolidado en Brasil desde el final de la dictadura es una “democracia para los ricos” llena de distorsiones. Se expresan de forma grotesca, por ejemplo, en el dominio de la centro-derecha del Congreso, a través de los partidos que conforman la “biblia, bala y buey”, símbolos de un “secuestro” parlamentario de la representación.

También se equivocan quienes, desde la izquierda revolucionaria, restan importancia a las amenazas bonapartistas, considerándolas sólo faroles retóricos. Bolsonaro aún no ha sido derrotado, ni en las calles ni en las encuestas. Debemos abrazar la unidad de acción democrática contra el ultimátum autoritario de los fascistas que se preparan para denunciar las elecciones como un fraude si pierden. Bolsonaro debe ser investigado, condenado y encarcelado. El peligro reside en la “romantización” electoralista de la unidad en la acción. La izquierda no debe renunciar a su programa. La izquierda no se hará más fuerte defendiendo las ideas del “centro” liberal-burgués.

“Pero el régimen liberal-democrático tal y como se ha consolidado en Brasil desde el final de la dictadura es una “democracia de ricos”, llena de distorsiones”

Un giro hacia la “confrontación” en un terreno en el que hay mucho en juego, como el próximo 7 de septiembre, también sería precipitado. El argumento es que necesitamos una respuesta política simultánea a la marcha de los bolsonaristas, sí o sí. La justificación es que ya podemos medir fuerzas con los fascistas de forma segura. Se trata de una evaluación apresurada de la relación de fuerzas.

Más peligrosa es, sin embargo, la euforia del “ya ganamos”. Es decir, “jugar al despiste” sin capacidad de iniciativa y voluntad de contraataque, cuando la campaña apenas comienza. La disputa por la hegemonía en las calles está todavía por hacerse. Se puede ganar, pero todavía no tenemos una mayoría clara. Depende de una agitación por las reivindicaciones más sentidas de las masas, respetando la conciencia media del pueblo trabajador.

Miles de personas ya gritan Fora Bolsonaro, o VTNC (vete a tomar por culo) en las calles, cuando la militancia reparte panfletos. Pero nuestra agitación sólo puede contagiar a las amplias masas si se establece un diálogo. No será con la defensa del “estado de derecho democrático”. La denuncia del golpe, es decir, de las libertades democráticas debe ser indivisible de los salarios, los empleos, la tierra, la vivienda, la educación y los derechos de las mujeres, de los negros, de los LGBT, de la Amazonía, de los pueblos indígenas, de la cultura y de la unidad latinoamericana contra las presiones imperialistas.

Tampoco lo será con fórmulas como que Brasil necesita una “revolución”; lo cual no es más que una atracción por el poder estético de la “frase revolucionaria”. Es estéril, por desgracia. Nada sustituye el proceso de la experiencia práctica de millones de personas. No hay atajos retóricos en la lucha por crear las condiciones para derrotar a Bolsonaro, en las calles y en las urnas. El mejor eslogan no es el más radical. El mejor eslogan es el que puede poner en marcha a millones de personas con la voluntad de luchar por reivindicaciones en las que creen, porque son suyas.

Atreverse a luchar, atreverse a ganar. Nuestro “equipo” necesita posicionarse, al más alto nivel de concentración, para aprovechar la posibilidad de “robar la pelota”, en los errores de Bolsonaro, y salir en un contraataque fulminante.


Traducción: ALAI