A casi tres años del estallido social donde la multitud agitaba que “va a caer la Constitución de Pinochet” y a dos del plebiscito en el que casi el 80% votó tumbarla, el sorpresivo y demoledor rechazo a la nueva Carta Magna trastoca por completo el escenario chileno y -como aquella frase que popularizó Mario Benedetti- nos cambia todas las preguntas cuando creíamos que teníamos algunas respuestas.
Aclaración no menor: el aluvión de votos no fue para bancar el legado pinochetista sino en desacuerdo con este proyecto de Constitución redactado. Sigue ahora una maratón de negociaciones y roscas por arriba para definir el mecanismo de un próximo proceso constituyente, pero ahora con las fuerzas populares debilitadas y desmovilizadas, un gobierno desconcertado y una derecha envalentonada que clavó un nocaut y pasó a la ofensiva luego de tres años de puras derrotas.
Las razones de la paliza electoral y el fracaso de una oportunidad histórica son múltiples y complejas. Van algunas pistas de por dónde pudo haber ido la cosa:
1. Guerra psicológica con artillería pesada
La Convención arrancó a sesionar en julio del año pasado en un clima de respaldo general y halagos internacionales por su composición paritaria y representación indígena. Pero al poco tiempo se empezó a desatar una feroz campaña para deslegitimarla, distorsionando sus propuestas y ridicularizando a sus protagonistas.
Los debates de argumentos quedaron opacados por la necesidad de salir a desmentir constantemente la catarata de noticias falsas diseminadas por el ejército de bots, trolls, dirigentes políticos y operadores mediáticos. El ejemplo más efectivo, por más burdo que parece, es que mucha gente creyó la fake de que la nueva Constitución iba a prohibir la vivienda propia.
2. Impugnación al gobierno
La nueva Constitución quedó, en gran medida, asociada a la gestión de Gabriel Boric, lo que terminó siendo contraproducente por la pronunciada caída de su popularidad. La debacle económica pandémica, la inflación y el alto costo de vida actual, y sus traspiés en el conflicto con el pueblo mapuche hicieron que, en sólo seis meses, Boric ya luzca desgastado. Este martes reaccionó cambiando su gabinete; su estrategia para reencauzar el proceso con una derecha revitalizada seguramente acentúe su moderación.
3. Errores y falencias de la Convención
Más allá de las campañas del miedo y el rol del Ejecutivo, el 62% de rechazo en el plebiscito expresa también las debilidades endógenas de la constituyente. Su dinámica de trabajo no fue acompañada por una movilización social que disputara el sentido de su contenido y los debates quedaron encorsetados puertas adentro, lo que limitó las chances de que las mayorías populares se hicieran carne del proyecto.
El texto final contenía transformaciones raizales y una liturgia de avanzada, como la definición de Estado plurinacional o su impronta feminista y ecologista. Una plataforma tal vez demasiado radical para lo que el actual sistema de partidos tolera y para las complejidades de una sociedad inoculada con 30 años de neoliberalismo cultural.
4. La vuelta del voto obligatorio
Después de 10 años de voto voluntario, con una participación que rara vez superaba el 50%, el plebiscito de salida se hizo con voto obligatorio, una variable que terminó por desequilibrar la balanza y dejó en ridículo a las encuestadoras.
La histórica participación del 85,7% evidenció que el sector más pasivo de la población, que no solía votar, se inclinó masivamente por impugnar la propuesta. Respecto al plebiscito de entrada, el Apruebo perdió un millón de votos y el Rechazo trepó de 1,6 a 7,8 millones.
El escenario que se abrió con este sismo político está marcado por la incertidumbre. Pareciera haber consenso en las principales fuerzas en respetar el mandato del plebiscito de entrada y mantener el horizonte de una nueva Constitución. Este mismo lunes, Boric comenzó las reuniones para activar el plan B y diseñar “un nuevo itinerario constituyente”; el problema para esta vía es la fatiga del electorado si tiene que elegir nuevos constituyentes, lo que seguramente no despierte gran entusiasmo.
La derecha apuesta a que la futura Carta Magna sea elaborada por “un grupo de expertos” designado por el Congreso, lo que decantaría en un texto bajo las lógicas del establishment. Como sea, cualquier camino que se elija tiene que pasar por un Parlamento muy fragmentado, donde ni el oficialismo ni la oposición cuentan con una mayoría suficiente para imponer el suyo.
La historia demuestra que los procesos transformadores no son lineales, hay avances y retrocesos. La crisis de legitimidad de la política tradicional y el cambio de época parido en la revuelta de 2019 sigue latente: el mazazo del domingo confirma la complejidad de estos momentos transicionales, donde lo viejo se resiste a morir y lo nuevo no termina de nacer.