Los gestos y palabras en el búnker del PT explicitaban las primeras sensaciones en caliente: sorpresa y preocupación. El tono apagado en el breve discurso de Lula tampoco disimulaba la perplejidad del resultado. Una hora después, la Avenida Paulista ya quedaba desierta tras un festejo corto y no muy masivo, casi de protocolo, una juntada más por necesidad de levantar los ánimos con birra y cachaza que por derrochar algarabía victoriosa. A pesar del gran desempeño del PT con el 48,4% de los votos (casi 20 puntos más que en la primera vuelta de 2018), pareció quedar en foco el medio vaso vacío, el de la desilusión por no haber evitado el balotaje, por el impensado 43,2% de Bolsonaro —muy por encima de lo esperado— y por el amplio éxito bolsonarista en las gobernaciones y en el Congreso.

Es cierto que Lula arranca mejor parado el camino hacia la segunda vuelta, con más de 6 millones de votos de ventaja, pero ya sin la certeza triunfalista que se manejaba hace unos días y con la desconfianza instalada en las encuestadoras que le pifiaron bastante. El líder del PT tendrá que negociar con Simone Tebet, que quedó tercera con el 4%, y ver cuánto puede arañar del electorado de Ciro Gomes (3%) y del 20% que se abstuvo.

Bolsonaro parte de atrás. Tiene un amplio rechazo, principalmente por el crecimiento de la pobreza (hay 33 millones de personas que pasan hambre y 115 millones con inseguridad alimentaria) y por su negacionismo de la pandemia, que dejó en Brasil el 10% de las muertes del mundo teniendo el 3% de la población global. Su imprevisibilidad y su vocación confrontativa le hizo perder el apoyo de los grandes medios, del poder judicial y de buena parte de la élite tradicional, que prefirió apoyar a Lula. Aun así, el fenómeno bolsonarista, tal vez subestimado, demostró que su techo no era tan bajo como se calculaba y logró atraer a sectores más amplios que su núcleo duro incondicional, reaccionario, racista y machista, estimado en el 25% de la población. Su disfraz anti-sistémico le sigue dando resultados.

El otro factor clave de sus 51 millones de votos es el arraigado sentimiento anti-petista y la asociación directa entre Lula y corrupción, algo que se palpa constantemente en las charlas casuales en la calle. Por más que el expresidente fue absuelto en todas las causas y quedó demostrado el montaje judicial impulsado por Sergio Moro, las huellas del lawfare quedaron impregnadas en el inconsciente colectivo. En una triste paradoja, Moro resultó el senador más votado en el estado de Paraná, lo mismo como diputado su principal compinche del Lava Jato, el exprocurador Delton Dalagnoll.

También fue el diputado más votado en Río de Janeiro el general retirado Eduardo Pazuello, el exministro de Salud de Bolsonaro que se negaba a repartir vacunas, y como senadora por Brasilia Damares Alves, la pastora exministra de la Mujer recordada por gritar eufórica que “los niños se visten de azul y las niñas de rosa”.

Un mapa aún más derechoso

Las elecciones regionales y legislativas consolidaron el crecimiento de la extrema derecha. En el Senado, que renovaba un tercio de sus asientos, el partido de Bolsonaro consiguió colocar ocho legisladores más de los que tenía y tendrá la mayor bancada. También será primera minoría en la Cámara de Diputados, con 96 escaños, por encima del PT y aliados que llegarán a 79.

La buena nueva es que la izquierda logró la elección de las primeras diputadas trans, Erika Hilton y Robeyoncé Lima, de las primeras diputadas indígenas, Sonia Guajajara y Celia Xakriaba, y de seis dirigentes del Movimiento Sin Tierra como legisladores. Además, Guillherme Boulos, referente del Movimiento Sin Techo, resultó el diputado más votado de San Pablo.

Pero lo cierto es que el Congreso seguirá siendo mayoritariamente masculino, blanco y conservador. Lo mismo la jefatura de las gobernaciones: de los 27 estados, sólo tres quedaron para el PT y otros 11 para fuerzas de derecha. El resto irá a segunda vuelta. A la izquierda le fue mal en los tres estados más importantes: en San Pablo, el bolsonarista Tarcísio de Freitas superó al petista Fernando Haddad; en Río de Janeiro, Claudio Castro, otro aliado del presidente, arrasó y fue reelecto; y en Minas Gerais, el conservador Romeu Zema también ganó en primera vuelta.

En síntesis, un mapa político en el que se consolida la hegemonía de la derecha y la ultraderecha y que le traerá a Lula muchas dificultades de gobernabilidad en caso de llegar a su tercer mandato.

Democracia vs neofascismo

La gran elección de Bolsonaro dejó ese sinsabor en la victoria de Lula, que quedó a sólo 1,6 puntos de ganar en primera vuelta, algo que nunca logró. Comienza ahora otro partido, una elección distinta, donde las calculadoras no suelen ser eficaces.

Pero si hay alguien con un largo derrotero de resiliencia es Lula, el primer obrero presidente de Brasil, el que sufrió tres derrotas presidenciales antes de ganar en 2002, el que superó un cáncer, el linchamiento mediático y 580 días preso injustamente; y el que este domingo prometió con su voz cada vez más ronca: “La lucha continúa hasta la victoria final. Siempre creí que íbamos a ganar esta elección y quiero decirles que vamos a ganarla”.