La transición energética se encuentra en el centro del debate mundial y de las políticas implementadas a nivel nacional. Los impactos de la pandemia COVID-19, los actuales desastres naturales tales que las inundaciones e incendios, y las previsiones a futuro —no muy prometedoras— de los especialistas han revelado la urgencia de detener el cambio climático.
Su importancia no puede ser minimizada, pues en ella viene implícita la reestructuración de la relación hombre-naturaleza. Por esta razón, en el discurso global se le considera como una transformación socio-ecológica.
Una de las más sustanciosas iniciativas en torno a este tema es avanzada por la Unión Europea y Estados Unidos a través del Green New Deal y el Pacto Verde. No obstante, para aquellos que todavía buscan un mundo más igualitario en donde todos los países del mundo son incluidos en el cambio de paradigma(s) globales, la manera en la que esta nueva visión es aprehendida por el Sur Global resta una inquietud.
Para desarrollar un análisis en torno a la geopolítica de la transición energética, se hace necesario una revisión de la geoeconomía de la transición en sí misma y sus diferencias cualitativas en el Norte y Sur Global.
Geoeconomía de la transición energética
Entender la transición energética requiere un marco teórico que permita hacer sentido de las transformaciones en el capitalismo. En este sentido, vale la pena mencionar las contribuciones hechas por el economista Austriaco Joseph Schumpeter sobre estudio de los ciclos largos.
Retomando la importancia que Marx le dio a las crisis en el capitalismo y los estudios previos de Kondratiev al respecto, Schumpeter argumentaba que es principalmente la innovación que causa un despliegue de nuevas tecnologías en el capitalismo global la causa de crecimiento económico, y a su vez, la creación de nuevos ciclos largos. Del mismo modo, la ausencia de innovación seria la causa de crisis en el sistema mundial.
Es así que la transición energética puede entenderse como un nuevo ciclo tecnológico en el cual hay un cambio cualitativo en los modelos de negocios, y la expansión del mercado mundial.
Y si bien es cierto que la transición energética ha forjado toda una nueva industria energética que ha crecido 9.7% según sus ganancias entre 2015 y 2019, llama la atención la geopolítica de la industria energética renovable. En general, las baterías necesarias para almacenar la energía requieren de metales, tales como el litio y magnesio, que están principalmente presentes en países en desarrollo.
Mientras que el mayor productor actual de litio es Australia, las mayores reservas del metal se encuentran en Bolivia (21 millones de toneladas), Argentina (19.3 millones de toneladas), Chile (9.6 millones de toneladas), Estados Unidos (7.9 millones de toneladas), Australia (6.4 millones de toneladas), China (5.1 millones de toneladas).
Estos datos revelan que las industrias extractivas tendrán una continuación durante este nuevo ciclo tecnológico. Tendencia que no necesariamente implicaría una relación del todo armoniosa con la naturaleza. Por el contrario, llama la atención que los impactos ecológicos de las energías renovables serán aprendidos en el Sur Global, y particularmente en los países del continente americano. Esta situación requerirá necesariamente una revisión de las políticas que se emprenderán a largo plazo en la región, particularmente en los gobiernos de Bolivia, Argentina y Chile para poder sopesar la soberanía de las tierras —particularmente de los grupos autóctonos que en ellas habitan—, el impacto ambiental, y los efectos de la –histórica– dependencia en materias primas en el crecimiento y desarrollo de la región.
Más importante aún, valdrá la pena (re)pensar la manera en la que la transición energética se lleva acabo, para así, asignarle un rol como un nuevo paradigma global que reestructura las relaciones hombre-naturaleza y así abre camino para una transformación sistémica de las relaciones sociales de producción, o simplemente como un nuevo modelo de negocios asociado al capitalismo. En este sentido, discusiones sobre el carácter moderno o transmoderno de la transición energética ya ha sido avanzadas en Nuestramérica.
Con respecto a la producción de energía renovable, a nivel mundial, las energías fósiles siguen siendo la principal fuente de energía eléctrica, siendo el 63% de la producción global en 2019. Dividido respectivamente entre carbón, gas natural, y petróleo. En cambio, las energías renovables cuentan con un 37% de la producción global en el mismo año.
Más específicamente, es relevante observar que la mayor parte de la producción y capacidad instalada de energías renovables corresponde al continente asiático, en la mayor parte por China, seguido de Europa y Norte América. No obstante el crecimiento en la generación de energía renovable, la coyuntura político-económica ha cambiado el curso de la transición energética.
La nueva industria energética muchas veces ha sido mencionada como una de las salidas de la actual crisis COVID-19. Es decir, como un nuevo campo de inversiones el cual podrá tener futura rentabilidad, y reactivar la economía mundial. No obstante, la realidad muestra que la pandemia ha forzado a múltiples Estados a disminuir los esfuerzos destinados a la transición energética.
En particular, se observa una tendencia creciente a la utilización de recursos fósiles para la producción de energía.
En general, a nivel global la mayoría de países han incrementado el consumo de carbón a partir del segundo cuatrimestre de 2020. Si bien esto ha sido un aumentado generalizado el consumo de carbón, en lo particular, China e India han sido los países que han experimentado un aumento más dramático.
Considerando la crisis energética en China que comenzó aproximadamente en septiembre del año en curso, se espera un incremento en el uso de carbón y gas natural que posiblemente abrirá un nuevo ciclo corto de energías fósiles. Las repercusiones geopolíticas se empiezan a ver en Europa donde los precios de los commodities necesarios para generar electricidad están en aumento, produciendo a su vez inflación en la región. En tal caso, la transición energética a energías renovables tendrá un retraso, impactando la posibilidad de cumplir las metas del desarrollo sostenible.