¿Por qué Brasil dejó plantado a los bolivarianos reunidos en Panamá en 1826?, ¿Qué enrevesados caminos tuvieron que recorrer las actas del Congreso Anfictiónico para llegar a manos de Brasil? Se barajan varias respuestas. Pero antes es importante asomarse a las circunstancias previas a la convocatoria al congreso de Panamá.

Reunión continental de repúblicas

En la Carta de Jamaica (1815) Bolívar ya había prefigurado con audacia que para expulsar de América al reino de España era urgente unir a todo el continente. Allí menciona qué bello sería – como un acto estético de la historia- que Panamá fuera la sede de un congreso de repúblicas independientes para discutir sobre la paz y la guerra. ¿Quién resistirá a la América reunida de corazón, sumisa a una ley y guiada por la antorcha de la libertad? Se pregunta el caraqueño en carta al Director Supremo de Chile, el 8 de enero de 1822. Como muy bien menciona el profesor José Carlos Brandi Aleixo, de la Universidad de Basiliaantes de la reunión de Panamá hubo cruciales pasos preparatorios, como los Tratados de Alianza y Confederación entre Perú y Colombia en 1822 y, a su turno, entre México y Colombia el 3 de octubre de 1823. Estos tratados, en retrospectiva, puede verse como los primeros despegues por la unidad latinoamericana.

El 7 de diciembre de 1824, justo dos días antes de la batalla de Ayacucho, con la que se selló la independencia del Perú y la aniquilación de las fuerzas de ocupación realistas, el Libertador lanzó un llamado continental para convocar el tan anhelado Congreso Anfictiónico. De  este modo redactó en primera persona, quizás sabiendo que esas letras desatarían fuerzas inatajables, la Circular de Lima dirigida a las repúblicas de México, La Gran Colombia, Chile, las provincias de Río de La Plata y la República Federal de Centro América, formada por las actuales países de Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica.

“¿Y la invitación para el Brasil?” Alguien seguramente se lo preguntó. “Brasil es un país gobernado por un monarca de estirpe europea”, respondió posiblemente algún otro guerrero independentista. Pero Francisco de Paula Santander, previendo las relaciones geopolíticas entre las repúblicas nacientes, en su condición de vice-presidente de Colombia, escribió a Bolívar una carta el 6 de febrero de 1825 desde Bogotá en la que afirmó que cree muy conveniente invitar al imperio de Brasil y también a los Estados Unidos.

Invitación al gigante y su desplante
Como todo buen imperio Brasil cargaba en sus entrañas agitadas contradicciones políticas, aun más si percibimos que el clima de su vecindario andaba rodeado de luchas independentistas victoriosas y enérgicas declaraciones de nuevas repúblicas. Las tensiones que estaban haciendo brotar la república en Brasil nacían incluso con una perspectiva panamericanista. Así se pueda confirmar en las ideas de José Bonifácio de Andrada e Silva, llamado “El Patriarca de la independencia”, una criatura sensible, estudioso de la naturaleza, poeta y con pensamientos políticos avanzados para su época. Andrada vislumbró los caminos históricos sin ambigüedad: “El sentido común, la política, la razón que en ella se basa, y la crítica situación de América nos está diciendo y enseñando a quienes tenemos oídos para oír y ojos para ver, que una liga defensiva y ofensiva de cuantos Estados ocupan este vasto continente, es necesaria para que todos y cada uno de ellos pueda conservar intactas su libertad e independencia profundamente amenazadas por las irritantes pretensiones de Europa”.

A su turno, en 1817, tuvo lugar un intrépido levantamiento republicano en el estado brasilero de Pernambuco, aquella tierra festiva del Maracatú, que fue salvajemente aplastado por las autoridades monárquicas ubicadas en Río de Janeiro. El portavoz de aquella insurrección fue Antônio Gonçalves da Cruz, más conocido como Cabugá, quien veía impostergable la colaboración entre los países americanos. Muchos de estos rebeldes pernambucanos, perseguidos y demonizados, veían el ejército libertador de Bolívar como un refugio seguro. Así sucedió con José Ignácio de Abreu en Lima, un brasilero temerario y aguerrido que se vinculó a las tropas bolivarianas, luchando al lado del Libertador en las batallas del Pantano de Vargas y Boyacá en lo que hoy es Colombia, en Carabobo y en la batalla Naval de Maracaibo en la actual Venezuela, incluso fue promovido al honroso cargo de General durante la Gran Colombia. También se le recuerda por ser uno de los fieles acompañantes de Bolívar en su último viaje por el río Magdalena hasta su lecho de muerte en Santa Marta. Esto permite vislumbrar que aun cuando había comunicaciones diplomáticas entre Bolívar y el imperio de Brasil, existían de otro lado vínculos populares y militares con revolucionarios brasileros.

En medio de estos movimientos dentro del propio Brasil y de los preparativos para el Congreso de Panamá, resulta inevitable preguntarse: ¿Cómo hacer llegar la invitación a Brasil a aquella reunión continental si a Bogotá y a Río de Janeiro las separaban, sin comunicación alguna, inconmensurables selvas, ríos desconocidos y mundos indígenas aún incomprendidos por las instituciones estatales que apenas comenzaban a brotar? En aquellos tiempos la diplomacia se ejercía a través de Gran Bretaña, aquel industrioso reino abarrotado de mercachifles que ya tenía acuerdos de libre comercio listos para ofrecer a las repúblicas americanas. De este manera, el 7 de junio de 1825, el ministro colombiano en Londres, Manuel José Hurtado, escribió una invitación al Gobierno Imperial del Brasil a través del representante brasileño Manuel Rodrigues Gameiro Pessoa, Barón de Itabaiana, para participar en el Congreso de Panamá. ¿Qué respondió don Pedro I emperador del Brasil? Que desde luego, sin duda alguna. El monarca de Brasil no se atrevería a desairar la invitación de aquella república en persona llamada Bolívar.

El profesor Brandi Aleixo rescata del “Arquivo diplomático da Independência”, que reposa en el Ministério das Relações Exteriores de Brasil, una correspondencia en la que se advierte a Gameiro Pessoa: Reinaba la mejor inteligencia entre el Imperio del Brasil y aquella República [Colombia], lo que es exacto, pues S. M. I. no es contrario a Colombia, ni a los otros estados Republicanos, con los cuales desea conservar la mejor armonía. Confirmando de esta manera la asistencia de Brasil a Panamá, don Pedro I autoriza el nombramiento del comendador Theodoro José Biancardi como Plenipotenciario de Brasil ante el Congreso Anfictiónico. Biancardi pone sus pasos en marcha hacia el encuentro con aquellos esfuerzos de panamericanismo germinal. Se sabe que salió de Río de Janeiro y llegó a aquel Caribe brasilero llamado Salvador de Bahía. Allí permaneció craneándose una ruta que lo llevara hasta Panamá, pero las selvas eran tan inexpugnables, las rutas náuticas tan inexistentes y los ríos tan bravíos, que tuvo que resignarse a permanecer allí estancado, comiendo caldeirada de peixe y zampándose unos buenos tragos de cachaça.

Biancardi nunca compareció en representación de Brasil al Congreso Anfictiónico. Este puede ser considerado el primer desplante brasilero oficialmente documentado en la historia. Bolívar probablemente no sabía, como bien afirma el escritor Ariano Saussuna, que cuando un brasilero dice “iré con toda certeza”, es porque tal vez no llegue. Y que cuando dice “voy a hacer todo lo posible para ir” es porque no irá de forma alguna. A su turno las repúblicas de Bolivia, Haití, Chile, las Provincias Unidas del Río de la Plata y Estados Unidos tampoco lograron llegar. Paraguay, al parecer, por las dificultades en los contactos diplomáticos y su aislacionismo, no fue invitado, mientras que Gran Bretaña, una arrogante monarquía, envió un observador, así como los Países Bajos que enviaron, de colado, su propio representante.

Las razones para la ausencia de Biancardi, aun siendo inescrutables, permiten conjeturar algunas respuestas. Inicialmente es admisible la idea de que haya sufrido algún percance de salud, aun más si se piensa en un viaje extenuante, lleno de adversidades y sin las mejores condiciones de salubridad e higiene en su travesía. Es factible también que haya recibido la orden del gobierno de Brasil de no llegar a Panamá. Al parecer, como bien menciona el historiador brasilero Argeu Guimarães, en los círculos cortesanos brasileros se filtró el cuento de que en el Congreso Anfictiónico se asumirían posiciones anti-monárquicas y, seguramente, anti-esclavistas. Nada raro si se tiene en cuenta que a Panamá llegaron delgados republicanos poseídos por el ardor político en repudio al poder absolutos de los reyes, enarbolando el derecho a la autodeteminación de los pueblos luego de librar batallas a muerte contra los sanguinarios ejércitos del reino de España. El rumbo de la historia daba un timonazo, emanciparse de los parásitos dinásticos europeos. Era un inapelable jaque al rey. De tal suerte que el imperio de Brasil y su monarca Pedro I, hijo del rey de Portugal Juan VI y de la maquiavélica española Carlota Joaquina, hermana de Fernando VII, tenía razones para desconfiar de un posible ambiente hostil, lugar en el que sería discutida, además, la abolición de la esclavitud en todos los estados confederados. El imperio de Brasil, como país esclavista y el último en abolir la esclavitud en el planeta en 1888, rehuía cobardemente el asunto.

Además el imperio del Brasil andaba envuelto en la llamada Guerra da Cisplatina o guerra rioplantense-brasilera que tuvo lugar entre 1825 y 1828, de manera que temían que el delegado brasilero en Panamá, Theodoro José Biancardi, fuera objeto de interpelaciones y ataques. Fica no Brasil cara! Lá vão nos encher o saco, le habrán advertido a Biancardi. Aun con las ausencias de los invitados, las dificultades logísticas y una geopolítica crispada, el Congreso Anfictiónico se realizó en aquel año de 1826.

Al terminar el Congreso Anfictiónico se firmaron las actas, se distribuyeron copias originales para cada participante, México, La Gran Colombia, Perú y la República Federal de Centro América y luego esos benditos papeles, que atesoraban los esfuerzos formales por engendrar la unidad latinoamericana, se perdieron en manos de cada uno de los representantes de cada país asistente. El extravío de las versiones originales de las Actas no es apenas un síntoma de menosprecio con los logros de la historia, también un memoricidio que nos habla de la incredulidad por las grandes obras. Por suerte antes de la pérdida lograron realizarse algunas copias. Sin el soporte material de las actas todo terminaba parecido a aquellos pasos efímeros engullidos por el olvido, que no dejan trocha marcada. Había copias archivadas y publicadas en algunos libros de historia, pero los llamados “Protocolos” originales del congreso, por lo visto, habían sido corroídos por el paso del tiempo y el imperdonable descuido.

Aparición de las actas

Un buen día de 1941 una de las versiones originales de las actas apareció en Brasil, sana y salva, con su rozagante apariencia de papel antiguo, ajetreada pero políticamente vigorosa, luego de trasegar por las tormentas del pasado. El gran mensajero de la noticia fue el historiador chileno Julio Escudero Guzmán, que en 1944 escribió, en una publicación que se marchitaba en estanterías ignoradas, la Revista Anales de la Facultad de Ciencias Jurídicas, el artículo titulado Las Actas Extraviadas del Congreso de Panamá de 1826. Como bien lo señala el profesor Brandi Aleixo, en aquel artículo de Escudero Guzmán se afirma que la Cancillería brasileña adquirió de alguien desconocido, como si se hablara de un emisario encubierto, las valiosas actas. El texto también indica que el canciller brasilero en Chile, Osvaldo Aranha, en noviembre de 1941 depositó una copia fotostática de las Actas a la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile.

Tiempo después y gracias al trabajo paciente del profesor Brandi Aleixo hurgando en los archivos, aquel personaje enigmático que entregó las actas originales en Brasil está plenamente identificado. Su nombre es Homero Viteri Lafronte (1892-1976), un ecuatoriano riguroso en los estudios de la historia, doctor en Jurisprudencia, pedagogo y político destacado en diferentes cargos públicos. Homero Viteri Lafronte fue funcionario de la Legación de Ecuador en Río de Janeiro, quien conservó, según su propia versión como resultado de una herencia familiar, los originales de las Actas del Congreso de 1826.

Quise verificar esta historia directamente de boca del profesor Brandi Aleixo. Escribí al Instituto de Relaciones Internacionales de la Universidad de Brasilia preguntando por él. Pocos días después me respondió Vanderlei Crisóstomo Valverde, secretario del Instituto advirtiéndome que el profesor Brandi Aleixo está felizmente jubilado, emancipado de la burocracia académica y de la reunionitis compulsiva. Aun así me proporcionó el correo personal y el número telefónico de su residencia. Llamé a aquel teléfono fijo en Brasilia desde mi casa en Campinas, São Paulo. Al otro lado de la línea, celebrando que un colombiano inesperado lo consultara sobre un asunto sepultado por la vocinglería de las plataformas digitales, escuché una voz amable y bondadosa. A partir de su acento pausado pude imaginar a un hombre sentado en una poltrona de una biblioteca de grandes ventanales, rodeado de archivos organizados con minuciosa disciplina. Cuando le pregunté por la versión de Homero Viteri Lafronte, quien entregó las actas originales al Brasil en 1941, me advirtió que disponía de una revelación: “Ese episodio tiene una confidencia aun no contada”. Y como buen historiador dilató hasta el final su secreto, capturando así mi atención y haciéndome despreocupar del costoso valor de la llamada entre teléfonos fijos en Brasil. Luego narró, con un tono de confesión, que los hechos se remontan al venezolano Pedro Gual, ministro de relaciones exteriores y plenipotenciario de la Gran Colombia ante el Congreso Anfictiónico, quien estuvo encargado de cuidar del Archivo del Congreso Anfictiónico. “Pedro Gual, seguramente, fue la persona que entregó copia de las actas originales del Congreso de 1826 al general Florencio O’Leary, edecán y custodio del Archivo del Libertador”.

Gual, como toda aquella generación intrépida que se jugó todas las cartas por la causa de la libertad, en 1817 participó en la toma armada de la costa oriental de La Florida, a donde lograron declarar la república independiente de La Florida durante algunos meses, antes de ser reprimidos por las flotas militares de Estados Unidos. Después de estos hechos estuvo deambulando sin encontrar reposo, siempre con las actas originales del congreso de Panamá bajo el brazo, hasta que terminó asentado en Guayaquil, lugar en el que muere en 1862 en completa miseria, como Bolívar, a la zaga de exilios y huyendo de enemigos insoportables. Las actas originales del congreso de 1826 quedaron entonces al amparo de las personas más cercanas a Pedro Gual, pasando con el tiempo entre baúles y gavetas de una generación a otra hasta llegar, seguramente por algún vínculo de parentesco, a las manos de Homero Viteri Lafronte, quien las lleva en 1941 a Brasil en condición de Plenipotenciario del Ecuador ante el gobierno de Río de Janeiro.

El profesor Brandi Aleixo entonces me comparte, como lo haría un buen inspector de los enigmas del pasado, con arrojo y generosamente, que el ecuatoriano Viteri Lafronte en aquel año de 1941, precisamente en medio de la crisis diplomática por la agresión de Perú a Ecuador, requería una urgente ayuda económica para resolver un asunto personal o familiar. Viteri Lafronte, literato sensible, amantes de la historia, consciente de que preservaba documentos invaluables para América Latina y urgido al mismo tiempo por resolver sus problemas, se dirige entonces al Palacio de Itamaraty, sede del Ministerio de Relaciones Exteriores de Brasil en Rio de Janeiro, y ofrece en venta las actas originales del Congreso Anfictiónico al Brasil. “Este hecho me lo narró un personaje muy importante en esta historia” – enfatiza Brandi Aleixo, “el profesor Luis Camilo de Oliveira Neto, que en su momento oficiaba como director del servicio de documentación de la biblioteca de Itamaraty, y quien fue el encargado de verificar la autenticidad de las actas y recomendar su adquisición con una sentencia inamovible: «son documentos del más alto valor»”.

De este modo se realizó un contrato oficial de compra, bajo procedimientos legales, para que Brasil adquiriera los Protocolos originales de Panamá. Con este acuerdo el ecuatoriano Homero Viteri Lafronte logró hacer brotar del olvido unos viejos papeles que son testigos nada más que de las primeras voluntades públicas por unir repúblicas ensimismadas. Quizás este sea un caso excepcional de como las penurias de un hombre terminan rescatando un patrimonio oculto que se creía perdido. Este acontecimiento habilitó los caminos para el destino final de las actas del congreso de 1826.

Resulta evidente que el futuro (¿la solidaridad inquebrantable entre los pueblos de América Latina?, ¿la unidad de sus ejércitos bajo principios bolivarianos?, ¿la defensa mutua de sus soberanías?, ¿el libre tránsito de latino-americanos con un pasaporte común?) puede venir contenido en papeles antiguos.

Las actas regresan a donde todo comenzó 
Vendrían luego una serie de anuncios y relaciones diplomáticas entre Brasil y Panamá, que llevarían a Brasil a anunciar en 1976, conmemoración del sesquicentenario del Congreso Anfictiónico, la devolución de los únicos originales existentes de los “Protocolos” del Congreso de Panamá. Las Actas fueron expuestas públicamente durante la Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno de América Latina y de Europa, realizada en Río de Janeiro el 28 y 29 de julio de 1999. El espíritu de unidad y solidaridad entre los pueblos que animó la celebración del Congreso de Panamá de 1826, por lo visto, tenía su gloria reservada a la aparición fortuita de unas actas que se creían extraviadas.

En el año 2000, 174º aniversario del Congreso Anfictiónico de Panamá, el mismísimo profesor Brandi Aleixo, que era vice-presidente de la Sociedad Bolivariana de Brasil, junto a otros embajadores y cancilleres, anunció desde la embajada de la República Bolivariana de Venezuela, el traslado de las Actas originales del Congreso desde Río de Janeiro hasta Panamá. Esta promesa se concretó el 18 de noviembre de 2000, durante la X Cumbre Iberoamericana en Panamá.

La llegada de las Actas no tuvieron la misma exaltación popular que se vivió, por ejemplo, cuando se trasladó la estatua de Tláloc, divinidad mesoameriana de la lluvia, una mega-escultura de 65 toneladas y siete metros de altura, desde la localidad de Coatlinchán hasta el museo de Antropología e Historia en Ciudad de México. Los mexicanos salían en cada pueblo a recibir a Tláloc, que dejaba tras su paso torrenciales aguaceros. Las Actas, esta vez, no enardecieron las calles, posiblemente porque el traslado fue realizado desde esferas estatales, rígidas en solemnidad y etiqueta. En definitiva no eran la conquista de la Copa Libertadores, ni Egan Bernal coronándose campeón del Tour de France. Aun así en aquel año 2000 Fernando Henrique Cardoso, quien realizaba su segundo mandato como presidente de Brasil en medio de escándalos de corrupción, depositó oficialmente las Actas originales del Congreso de Panamá. Los llamados “Protocolos” originales actualmente reposan en una urna protegida en el Salón Bolívar, antigua Sala Capitular del convento de San Francisco, donde se celebró el Congreso Anfictiónico de 1826.

En aquella X Cumbre Iberoamericana el presidente Hugo Chavez donó una réplica de la espada del Libertador, según sus propias palabras: símbolo de unidad de los pueblos de América Latina, los mismos que aun siguen a la espera de redimirse de tanto desengaño.