Un 14 de marzo de 1883 fallecía Karl Marx en su casa número 41 de Maitland Park Road, en Londres, a sus 64 años de edad. Este marzo de 2023 se cumplieron 140 años de aquel día. Los aniversarios son propicios a conmemoraciones, y en el caso de un fallecimiento, traen a la memoria momentos de una vida, evocando principalmente su legado. En esta ocasión propongo volver sobre los últimos años de la vida de Marx, a través de la lectura de una biografía intelectual que reconstruye el período que va de 1881 a 1883: el libro de Marcello Musto El último viaje del Moro, editado por Siglo XXI en 2020.
Musto es profesor de Teoría Sociológica en la Universidad de York (Toronto, Canadá) y ha escrito numerosos libros y artículos sobre la vida de Marx, incluyendo diferentes biografías intelectuales y una gran cantidad de textos sobre la actualidad de su pensamiento. Sus trabajos son traducidos a varios idiomas. Además, suele contribuir en periódicos y revistas con análisis y notas de opinión. Sus principales áreas de investigación, además de Marx y los marxismos, incluyen al movimiento obrero, el pensamiento socialista y la política internacional. Para quienes tengan interés en conocer su trayectoria y detalles de su prolífica labor, pueden visitar su página web, un sitio bien nutrido, actualizado y completo.
El último viaje del Moro invita a una hermosa lectura. Es un relato emocionante que, a la vez que atrapa con una reconstrucción íntima de la vida de Marx (abundante en detalles y curiosidades de sus últimos años de vida), está cuidadosamente documentada a partir de los propios textos de Marx, su correspondencia, junto a la de sus familiares y amigos. Cabe preguntarnos por qué volver sobre esos últimos años de Marx. Destaco dos razones, ambas más o menos explicitadas por el autor. La primera, porque básicamente se trata de un período poco visitado. A pesar de que la obra de Marx ha sido abordada desde innumerables aristas, y de que este autor ha contado con institutos enteros dedicados al estudio de su vida y su pensamiento, los últimos años del Moro (uno de los apodos que tenía Marx), no han disfrutado de semejante interés. El propio Musto, en alguna parte, menciona que habría un elemento biográfico que puede resultar relevante para pensar tal descuido: las propias condiciones de escritura de ese período. Entre las décadas de los 40 y los 60, encontramos una infinidad de textos escritos por Marx, libros, artículos, manuscritos y correspondencia (muchos, como sabemos, elaborados junto a Engels). A diferencia de ello, hacia fines de los 70 y primeros años de los 80, encontramos más bien algo muy distinto. Hallamos un Marx sumido en “el fardo de la existencia”, acosado por sus propios problemas de salud y, principalmente, hundido en una profunda preocupación por la enfermedad de su esposa, pasando gran parte del tiempo abocado al cuidado de ella, o atravesando sus propios tratamientos médicos, situaciones que introdujeron en su vida serias dificultades al trabajo de escritura e hicieron imposible la continuidad de su labor intelectual. En efecto, en esa etapa tardía, hallamos manuscritos que no escribía para publicar sino para estudiar, resúmenes de lecturas (con anotaciones en cinco idiomas) y avances que fueron interrumpidos, más o menos dispersos y finalmente inconclusos. Ahora bien, está claro que no por tratarse de un período menos visitado y conocido, por ello resulte menos interesante. Y esta es la segunda razón que motiva el interés por ese período. En torno a esos últimos años de vida del Moro, no solo hallamos un hombre abierto al debate y a nuevos horizontes de interrogación, sino que se trata de una etapa que, para quienes nos inscribimos en la tradición marxista, nos expone a las mismas tensiones, controversias y apuestas teórico-políticas que ha suscitado todo su pensamiento, en cualquiera de sus épocas biográficas, desde los artículos periodísticos de 1842 por el robo de madera, al Programa electoral de los trabajadores socialistas de 1880, redactado junto a Jules Guesde y Paul Lafargue (que aparece publicado como apéndice en la última parte del libro que reseño).
El fardo de la existencia y los nuevos horizontes de investigación
En el primer capítulo, Marcello Musto ofrece una seductora descripción de la vida cotidiana de Marx hacia 1881. En ese tiempo, Marx continuaba trabajando, muy a pesar de ciertos desfavorables sucesos personales. En invierno solía estar enfermo y con frecuencia cansado, débil. La vejez comenzaba a limitar su vigor habitual y la ansiedad por el estado de salud de su mujer lo afligía, cada vez más. Sin embargo, en una habitación ubicada en la periferia de Londres, cada vez que le fuera posible, con la más intensa concentración Marx revisaba libros y anotaba los pasajes que le resultaban más significativos. Musto nos brinda un cuidadoso retrato de aquel espacio de trabajo: un pequeño estudio ubicado en el primer piso, con ventana al jardín, en el que Marx continuaba llevando a cabo “la tarea que había asignado a su existencia: proporcionar al movimiento obrero las bases teóricas para destruir el modo de producción capitalista” (p. 19). Además, “su método era el mismo de siempre, increíblemente riguroso e intransigentemente crítico” (p. 20). La hipótesis de Musto, a contrapelo de lo afirmado sobre esos años por gran parte de los biógrafos de Marx –como una etapa en la que se habría apagado su curiosidad intelectual y su capacidad de elaboración teórica–, es que en este período Marx no solo continuó sus investigaciones, sino que incluso las extendió a nuevas disciplinas (p. 32). Veamos.
Entre diciembre de 1880 y junio de 1881, Marx fue absorbido completamente por la antropología. Comenzaría a profundizar en ella, gracias al libro La sociedad antigua del antropólogo estadounidense Lewis Morgan, publicado en 1877 (libro que Marx recibiera dos años después de su publicación de la mano del etnógrafo Maksim Kovalevski). Su lectura se reveló determinante, al punto de alentarlo a redactar un compendio de cien densas páginas, las cuales componen la parte principal de los conocidos Cuadernos antropológicos. No era la primera vez que se interesaba por la antropología. Rastros de su preocupación por las formas socioeconómicas del pasado habían sido desplegadas, por ejemplo, en la primera parte de La ideología alemana y en los Grundisse, así como en el primer volumen de El capital. Pero ahora, tenía una meta bien precisa. Tal como señala Musto, este renovado interés por la antropología lo hallamos en momentos donde Marx todavía ambicionaba completar el segundo volumen de El capital (p. 34). En efecto, quería reconstruir, sobre la base de un correcto conocimiento histórico, la secuencia con la cual se habían sucedido los diferentes modos de producción. Tras ese objetivo, Marx redactó extensos resúmenes y anotaciones sobre la prehistoria, sobre el desarrollo de los vínculos familiares, sobre la condición de las mujeres, sobre el origen de las relaciones de propiedad, las prácticas comunitarias existentes en las sociedades precapitalistas, sobre la formación y naturaleza del poder estatal, etc. (p. 35). De allí que, cuando Engels publica El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, en 1884, no duda en definir ese trabajo como la “ejecución de un testamento”, un modesto sustituto de lo que Marx, su amigo, no había podido llevar a término en vida (p. 37).
Ahora bien, cabe destacar la reflexión que hace Musto sobre esta incursión en el campo de la antropología. Los autores leídos y compilados por Marx habían sido influidos por las concepciones evolucionistas que imperaban en su tiempo; incluso, había entre ellos algunos convencidos sostenedores de la superioridad burguesa. Sin embargo, un análisis de los Cuadernos antropológicos de Marx muestra que “no sufrió influencia alguna de parte de sus impostaciones ideológicas” (p. 43). De las investigaciones realizadas, Marx recopiló informaciones históricas, pero se resistió a compartir los rígidos esquemas sobre la ineluctable sucesión de determinados estadios de la historia humana. En efecto, rechazó las representaciones que vinculaban los cambios sociales meramente a transformaciones económicas y defendió, en cambio, las especificidades de las condiciones históricas, las múltiples posibilidades que el curso del tiempo ofrecía y la centralidad de la intervención humana en la modificación de sus condiciones materiales de existencia (p. 45). Todas cuestiones que, como veremos más adelante, tendrá oportunidad de poner en práctica.
“En una habitación ubicada en la periferia de Londres, cada vez que le fuera posible, con la más intensa concentración Marx revisaba libros y anotaba los pasajes que le resultaban más significativos”
El otro campo de interés que podemos hallar entre los quehaceres del Moro por eso años serían las matemáticas. Quizás poco se conoce el interés del fundador del materialismo histórico por esa disciplina. En 1858, le comunicaba a Engels haber cometido muchos errores de cálculo durante la redacción de los Grundisse, por ello con desesperación se había metido a estudiar álgebra de manera autodidacta. Pero recién hacia fines de los 60, Marx se dedicaría al estudio de un modo más sistemático, lo que fuera editado con posterioridad como los Manuscritos matemáticos. Y durante 1881, principalmente, se concentró sobre las teorías matemáticas de Isaac Newton y Leibniz, quienes habían inventado separadamente el cálculo diferencial y el cálculo integral, dos componentes del cálculo infinitesimal. Sin embargo, resulta crucial la observación de Musto acerca de la torsión que puede observarse, en sus últimos años de vida, en ese interés de Marx por las matemáticas: “devino fuente de interés cultural per se” (p. 46). En varias oportunidades Marx había confesado el placer que las matemáticas eran capaces de procurarle, a punto tal que se convirtieron para él en casi “un lugar físico; quizás un espacio lúdico donde retirarse en los momentos de mayor dificultad personal” (p. 49).
Por último, a partir de la reconstrucción biográfica de Musto, podemos observar que Marx nunca renunció a interesarse por los principales procesos sociales y eventos económicos de la política internacional, incluso en sus últimos años de vida. Era un lector puntual de los principales diarios «burgueses» y recibía, además, la prensa obrera alemana y francesa. Junto con esas lecturas, otra fuente fundamental de información era su correspondencia con dirigentes e intelectuales de distintos países, quienes le consultaban su opinión. Marx mantenía un intercambio epistolar en importantes debates. Como afirma Musto, “todo el mundo estaba contenido en su habitación” (p. 64). Marx observaba constantemente las señales de los conflictos sociales que se desarrollaban en cada latitud del globo y solía decir: “soy ciudadano del mundo (…) y allí donde me encuentro, allí actúo” (ibid.).
La controversia sobre el desarrollo del capitalismo en Rusia
En torno a los últimos dos años de vida de Marx, Marcello Musto se detiene en un asunto que resulta clave: la controversia sobre el desarrollo del capitalismo en Rusia. Y no es una cuestión menor ya que, alrededor de dicha discusión, se juega gran parte de las polémicas sostenidas durante años sobre el pensamiento marxiano, como las querellas sobre el supuesto reduccionismo economicista de su teoría, su concepción determinista de la historia, etc.
A fines de febrero de 1881, Marx recibió “una breve, pero intensa y apasionante” carta de Vera Zasúlich (1849-1919), una militante de la agrupación populista Reparto Negro. Musto cuenta que la mujer tenía hacia Marx una gran admiración y le escribía para ponerlo al tanto de la influencia que él tenía entre los compañeros rusos, principalmente en relación a los debates sobre la cuestión agraria y la comuna rural rusa (obshina). Según ella, la cuestión se dirimía entre dos grandes puntos de vista: o bien la comuna rural era capaz de desarrollarse por la vía del socialismo, o sea de organizar poco a poco su producción y distribución de los productos sobre bases colectivistas (en cuyo caso el socialismo revolucionario debía acompañar y fortalecer su desarrollo); o bien, por el contrario, si la comuna estaba destinada a perecer, no quedaba al socialista, como tal, más que hacer cálculos para averiguar dentro de cuánto tiempo pasaría la tierra de las manos del campesinado ruso a la burguesía, cuánto más habría de pasar para un desarrollo del capitalismo en Rusia semejante al de Europa occidental, y entonces ocuparse de hacer propaganda obrera entre los trabajadores de las ciudades. En su comunicación, Zasúlich interpelaba a Marx sobre la importancia que su valoración podría tener en ese debate, descripta por ella como una situación de vida o muerte. Pues quienes se llamaban discípulos de Marx –«marxistas» por excelencia–, afirmaban que la comuna rural era una forma arcaica que tanto la historia como el socialismo científico y todo cuanto hay de indiscutible, la condenaban a extinguirse. El argumento más poderoso entre quienes sostenían esa posición solía ser: “lo dice Marx” (p. 68).
El llamado desesperado de Zasúlich llegaba en el momento justo. Como vimos, en aquel período Marx se encontraba totalmente inmerso en investigaciones sobre las relaciones comunitarias en la época precapitalista. En efecto, aquella solicitud lo impulsaba a realizar un análisis concreto de una experiencia determinada. En ese recorrido, es crucial destacar lo siguiente: según Musto, la obra entera de Marx se encuentra atravesada por la convicción de que la expansión del modo de producción capitalista resulta una premisa fundamental para el nacimiento de la sociedad comunista (p. 69). Parte de este capítulo estará dedicado a rastrear la transversalidad de esa idea, en textos de diferentes épocas de Marx. Sin embargo, a la vez, Musto retoma pasajes de la obra de Marx en los que denota el cuidado que éste tenía por evitar fórmulas que pudiesen sugerir aquello que consideraba inútil y políticamente contraproducente: delinear un modelo universal de sociedad socialista. En efecto, si Marx no manifestó voluntad alguna para prefigurar cómo debía ser el socialismo, fue porque no consideró que la sociedad humana estuviese destinada a cumplir, en todas partes, el mismo camino y, por añadidura, a través de las mismas etapas (p. 76).
De cualquier modo, al final de su vida, Marx se encontró con la obligación de ajustar cuentas con la tesis, erróneamente atribuida a él, de la fatalidad histórica del modo de producción burgués. En la respuesta a Zasúlich, Marx ensayó tres borradores, todos escritos en francés; y que tuvieron, invariablemente, el mismo inicio.1 La referencia clave fue una cita tomada de la edición francesa de El Capital, en la que remitía “La llamada acumulación originaria” (esto es, el proceso de separación de los productores de sus medios de producción) al camino singular por el que, en Europa occidental, nació el régimen capitalista del seno del régimen económico feudal. Así, en la carta a Zasúlich, agregó: “He restringido, pues, expresamente la ‘fatalidad histórica’ de ese movimiento a los países de Europa occidental” (p. 81). Los constantes llamados a la experiencia europea, señala Musto, fueron acompañados de un cambio de perspectiva respecto de sus propias observaciones de los años 50. Es decir, en 1881 el tema de una posible transición del capital a las formas comunitarias del pasado fue tratado de una manera distinta. La obshina rusa no estaba inevitablemente destinada a seguir un resultado similar al ya visto en Europa (p. 88). Más allá del rechazo teórico a aplicar los mismos esquemas, Marx se preocupó por poner en evidencia las razones derivadas de un análisis histórico. Cabe destacar que en la respuesta de Marx a Zasúlich no se muestra ninguna rasgadura dramática respecto de sus convicciones anteriores. Muestran en cambio una apertura teórica, gracias a la cual tomó en consideración otras vías posibles para el pasaje al socialismo: para salvar a la comuna rusa se requiere una revolución rusa (p. 89). Con posterioridad, en 1882, Marx vuelve sobre el asunto. Lo hace en el prefacio a la nueva edición rusa del Manifiesto comunista, redactado junto a Engels. Allí, el destino de la comuna rusa fue asociado al de las luchas proletarias de los países europeos.
“Musto retoma pasajes de la obra de Marx en los que denota el cuidado que éste tenía por evitar fórmulas que pudiesen sugerir aquello que consideraba inútil y políticamente contraproducente: delinear un modelo universal de sociedad socialista”
En suma, advierte Musto, las consideraciones desplegadas por Marx sobre el futuro de la obshina son del todo diferentes a la equiparación entre socialismo y desarrollo de fuerzas productivas como muchas veces se le atribuye (p. 92). Las valoraciones de Marx sobre la plausibilidad del desarrollo del socialismo en Rusia no tenían, entonces, como único fundamento la situación económica existente en dicho país. Por esos años, el contacto con los populistas rusos le condujo a madurar una nueva convicción: más allá de la posible sucesión de los modos de producción en la historia, también la irrupción de los eventos revolucionarios y la subjetividad que los determina eran valorados con mayor elasticidad. En su análisis, Marx dedicó más atención a la especificidad histórica y al desarrollo desigual de las condiciones políticas y económicas entre países y contextos (p. 95), considerando posible el estallido de la revolución en condiciones y formas nunca antes consideradas: el futuro estaba en manos de la clase trabajadora.
El último viaje del Moro
En los capítulos finales de El último viaje del Moro, asoma con mayor visibilidad ese perfil del «último Marx» que nos adelantaba Musto en su prefacio: un Marx íntimo, que no esconde su fragilidad frente a la vida, pero continúa, sin embargo, combatiendo (p. 11). En el apartado “Los tormentos del viejo Nick”, podemos observar un Marx contrariado, movilizado por la persistencia de ciertas expectativas que aún guardaba en relación a proyectos intelectuales; a la vez que profundamente afligido por la salud de su esposa, la sorpresiva enfermedad de Tussy –su hija menor– y las complicaciones que comenzaría a mostrar su propia salud, un deterioro que se hacía cada vez más acentuado y frecuente. Todo ello fue limitando enormemente sus relaciones sociales e interrumpiendo en gran medida sus labores intelectuales.
Musto afirma que a comienzos de los 80, Marx había comenzado a ser testigo de un interés en aumento constante por sus obras en varios países europeos, en particular por El Capital. Esa creciente difusión del pensamiento marxiano determinaría reacciones contrastantes (p. 98), que llevaron a Marx a intercambios y debates ideológicos relativos a la interpretación de sus teorías. Por otra parte, Musto relata los problemas de salud que se precipitaron hacia mediados y fines de 1881, y las peripecias por las que debió transitar el viejo Nick –el sobrenombre por el que lo llamaban en su entorno familiar– en relación a los diferentes tratamientos. La enfermedad de Jenny von Westphalen, su esposa, se agravó considerablemente y la terapia no era siempre eficaz. Les aconsejaron alejarse del clima de Londres y decidieron viajar a Eastbourne, una pequeña ciudad de Sussex, a orillas del canal de la Mancha. Pero también la salud del propio Marx se deterioraba: hacía seis meses que sufría tos, enfriamiento y dolores reumáticos que raramente le permitían salir, y que le llevaban al aislamiento (p. 110). En julio, lograrían viajar a Francia, a visitar a su hija Jenny Longuet, en Argenteuil, París. Sin embargo, debieron regresar antes de lo previsto, tras la noticia de que su hija Eleanor se encontraba gravemente enferma. En diciembre de 1881, su esposa Jenny murió de un cáncer de hígado. El delicado estado de salud del propio Marx, con una bronquitis aguda que lo tenía en cama hacía semanas, le impidió hasta concurrir al funeral (p. 117).
Entre el otoño de 1881 y el invierno de 1882, Marx destinó gran parte de sus energías intelectuales a estudios históricos. Preparó una cronología razonada de los principales eventos políticos, sociales y económicos de la historia mundial ocurridos desde el siglo I a.C., resumiendo las causas y características sobresalientes. Su interés era confrontar los fundamentos de sus concepciones con los eventos reales que habían configurado la suerte de la humanidad (p. 119). Marx completó cuatro cuadernos. Sin embargo, una bronquitis que se había vuelto crónica, hacía imperioso que se trasladara a un lugar más cálido y seco. Sus allegados lograron convencerle de viajar a Argel, que por entonces gozaba de buena reputación como refugio para huir de los meses más fríos del año. La motivación por la cual finalmente emprendería Marx ese insólito viaje sería su antigua obsesión: completar El capital (p. 123). Pero las cosas, lamentablemente, no ocurrieron tal como esperaba. El 20 de febrero, después de una travesía de 34 horas, llegó a África congelado hasta la médula, como le confesaría a Engels. Allí, conocía tan solo a una persona, Albert Fermé, un juez de paz seguidor de Charles Fourier. La salud de Marx no mejoró. Contra lo previsto, encontró un clima excepcionalmente frío, lluvioso y húmedo, que favoreció un nuevo ataque de pleuritis (p. 125). Debió dar inicio a dolorosos tratamientos con aplicaciones vesicantes y reducir al mínimo los esfuerzos físicos, sin poder desarrollar ningún tipo de trabajo intelectual. Reducido a condiciones penosas, absolutamente solo, Marx comenzó a arrepentirse de haber viajado a Argel. Sus cartas de la primavera de 1882 muestran lo ansioso que estaba por “volver a estar activo y abandonar aquel estúpido oficio de inválido” (p. 129). Recién después de dos meses de sufrimiento, Marx pudo emprender su regreso a Francia, aunque perseguido por el mal tiempo y el ataque de una nueva pleuritis que lo obligó a permanecer tres semanas en el principado de Mónaco. Marx parangonó su existencia por esos días a la de un “detenido con libertad vigilada”, ya que, como sucede con ese tipo de prisioneros, adonde fuera que fuese, él también debía presentarse ante el médico más cercano. El 11 de enero de 1883, su hija Jenny moría de cáncer de vesícula con 39 años. Según Musto, ese suceso canceló toda esperanza de recuperación para Marx, un hombre ya gravemente enfermo (p. 148). El deterioro final de su cuerpo sería veloz. Falleció tan solo un par de meses después, el 14 de marzo.
Lo único cierto es que no soy marxista
Al comienzo de su libro, Marcello Musto advierte acerca de la renovada vitalidad del pensamiento de Marx, regeneración que tiene lugar a través de una proliferación de estudios y artículos en diarios y revistas que alimentan la actualidad de su pensamiento. Es decir que, en una dirección contraria a las previsiones realizadas alrededor de la caída del Muro hacia fines del siglo XX (que decretaban la muerte y olvido definitivo de Marx), en las últimas décadas más bien hemos asistido a una inusitada revitalización del amplio campo de la tradición marxista, a través de una diversidad de desarrollos sobre un espacio heterogéneo de problemáticas (desde los procesos de financiarización del capitalismo mundializado hasta la crítica feminista, pasando por la cuestión ecológica). Musto lo dice de una manera que resulta elocuente: “se puede afirmar que Marx es, entre los clásicos del pensamiento político y filosófico, el autor cuyo perfil ha cambiado más en los últimos tiempos” (p. 10). Y señala como un factor determinante la publicación, retomada en 1998, de la Marx-Engels-Gesamtausgabe (MEGA2), la edición histórico-crítica de las obras completas de Marx y Engels. Han sido incorporados 26 nuevos textos, y otros tantos se encuentran en elaboración.
Sin dudas, semejante proyecto editorial puede contribuir al trabajo de interpretación del pensamiento marxiano, pero siempre a condición de problematizar lo que entendamos por dicha tarea. Pues, en cierto sentido, podría alimentar una ilusión que ha conducido muchas veces a equívocos, como el obstinado afán por descubrir al «verdadero Marx». Insistente búsqueda que ha llevado a intentar separar sus «verdaderas posturas», frente a diferentes problemas teórico-políticos, respecto de lo que serían «tergiversaciones» de su pensamiento. Así, solemos encontrar una serie de clasificaciones en relación a Marx y su obra, como por ejemplo, aquella que distingue entre el joven Marx (todavía subordinado al idealismo hegeliano) y el Marx maduro (donde habría operado una revolución teórica y científica); entre el Marx político (en el que abundan análisis complejos de una historia que permanece abierta) y el economista (con una mirada reduccionista y determinismos ramplones); o aquel que opone el pensamiento de Marx al de Engels, atribuyendo una perspectiva crítica al primero y adjudicando al segundo rasgos naturalistas y cientificistas. Lo cierto es que ningún descubrimiento de textos inéditos puede zanjar la controversia acerca del verdadero sentido de la obra de Marx, y esto por varias razones.
En primer lugar, porque nos sitúa ante un problema –algo relativo a su propia biografía– que tiene que ver con el motivo por el cual Marx se habría resistido a publicar en vida algunos de los textos que, con posterioridad, revelarían el auténtico sentido de su obra o de ciertas inflexiones clave en la trayectoria de su pensamiento. Por caso, La ideología alemana o los manuscritos conocidos como los Grundisse. El propio Musto, en su libro, advierte que Marx “estaría muy sorprendido y negativamente golpeado” por la difusión de sus manuscritos, ya que nunca publicó “nada que no hubiera reelaborado varias veces, hasta dar con la forma apropiada”, y afirmó que “prefería quemar sus manuscritos antes de dejarlos inconclusos a la posteridad” (p. 24).
En segundo lugar, porque la tarea de recuperación del pensamiento marxiano como tradición teórico-política, la lectura de su obra y eventualmente de textos inéditos, sólo pueden llevarse a cabo desde una perspectiva crítica, una mirada selectiva que permita historizar la lectura de esos textos que han hecho historia y, a su vez, han sido hechos (producidos) por la historia. No existen manuscritos originales porque la misma historia, siempre en tránsito, transforma la orientación general de la interpretación del texto. Pues, si prestamos atención, la producción teórica del mismo Marx contó con sus propios espesores históricos: densidad que quizás, al menos en lo que hace a sus diferentes pliegues teóricos, quedó sintetizada en el clásico título de Lenin, Tres fuentes y tres partes integrantes del marxismo (1913). Al respecto, Edgardo Lander2 señala que esa genealogía de Marx no reenvía a tres corrientes teóricas, sino que en verdad se trata de tres modalidades alternativas de aproximación al conocimiento que conviven al interior del pensamiento marxiano. Esa triple fuente de legitimación estaría en la base del pensamiento teórico de Marx, explicando muchos problemas que ha encontrado el marxismo en su desarrollo, puesto que sus proposiciones se ubican en terrenos que presentan opciones epistemológicas en muchos sentidos enfrentadas.3 Estas tensiones irreductibles, según Lander, ponen de manifiesto que la búsqueda del «verdadero Marx» produce una auténtica distorsión: un ejercicio escolástico que procede siempre a unilateralizar uno de los polos en tensión del pensamiento marxiano.
“Se puede afirmar que Marx es, entre los clásicos del pensamiento político y filosófico, el autor cuyo perfil ha cambiado más en los últimos tiempos”
En suma, las polémicas por las (mal)interpretaciones del pensamiento de Marx han sido, históricamente, una constante. Precisamente, los últimos años de vida que reconstruye Musto fueron el marco en el cual, frente a quienes se declaraban seguidores de sus ideas sin conocerlas, Marx dijo: lo único cierto es que no soy marxista (p. 146). Saber lo que es ser un marxista, es algo que desde el propio Marx resulta controversial, al punto que ni Marx habría sido marxista. Un reconocimiento del conjunto de problemas, tensiones y contradicciones que surcan transversalmente la obra de Marx, pero que sientan las bases de su creatividad y actualidad, es condición imprescindible para una aproximación crítica y un proyecto intelectual que apueste a recrear el marxismo como tradición teórico-política. Esto nos devuelve la pregunta a nosotrxs, como sujetos lectores de Marx. Al decir de Eduardo Grüner,4 dado que no existen lecturas inocentes, cabe preguntarnos más bien ¿de qué lecturas somos culpables? ¿Qué interpretaciones de la obra de Marx habilita –o inhibe– cada época histórica? En tal sentido, El último viaje del Moro nos muestra un Marx que rechaza las definiciones de una identidad más preocupada por sostener la fidelidad dogmática de los marxistas que las condiciones de un pensamiento crítico. La biografía intelectual que nos acerca contribuye a reconstruir una Marx que, incluso hacia el final de su vida, estuvo dispuesto a rever sus propias perspectivas, abierto al debate e interesando en ofrecer consideraciones teóricas que lograran fortalecer, no las categorías científicas y sus propias certezas, sino la crítica de todo lo existente y la elucidación de las posibilidades históricas en los procesos emancipatorios. Así, Musto afirma: “Hoy, al contrario, surge a la luz el Marx que más se necesita: aquel que fue constantemente guiado por el espíritu crítico, aquel de las preguntas y no solo de las respuestas” (p. 12).
NOTAS
1 Se puede acceder a cada uno de esos borradores en el siguiente enlace: https://www.marxists.org/archive/marx/works/1881/zasulich/index.htm.
2 Edgardo Lander, Contribución a la crítica del marxismo realmente existente, El Perro y la Rana, 2008.
3 Las tensiones que suponen esos tres modos de aproximación al conocimiento pueden ser brevemente sintetizados, por ejemplo, en torno a la noción de comunismo, que es para Marx, al mismo tiempo, la sociedad que queremos (como opción ética y construcción del futuro por los seres humanos); el fin y el sentido de la historia, aquello de lo cual los seres humanos son portadores desde siempre (lo sepan o no); y por último, aquello que está inscripto en la dinámica de las contradicciones de la sociedad capitalista, demostrable científicamente y muestra irrefutable de que se están gestando las condiciones para su transformación en una sociedad comunista.
4 Eduardo Grüner, “Lecturas culpables. Marx(ismos) y la praxis del conocimiento”, en La teoría marxista hoy: problemas y perspectivas, CLACSO, 2006.