Kiev Ciudad Rusa

Generalmente, al abordar una noticia “fresca” se suele incurrir en el error de tratar de simplificar lo más posible, y basar el juicio a tomar respecto a la misma en explicaciones muchas veces apoyadas en la impresión mediática imperante. En este sentido, las siguientes líneas esperan poder ayudar en los elementos del análisis a quienes busquen comprender la situación geopolítica actual en sus dimensiones más amplias.

Primer planteamiento: respecto a los Estados-nación

El Estado en su concepción moderna nace de la Paz de Westfalia de 1648, que puso fin no solo a la Guerra de los 30 años en Europa, sino también ayudó a que exista un criterio imparcial para el reconocimiento de la entidad política conocida como Estado. Al superarse la idea universal heredada por el Sacro Imperio, pasa a asociarse la idea de Estado a sus elementos constituyentes: territorio, población y gobierno. Hasta la revolución francesa los gobiernos basaron su legitimidad en el derecho divino de los gobernantes. Sin embargo, a partir de allí este paradigma dejó de ser general, debiendo entonces buscarse un nuevo elemento de legitimidad. Es en ese contexto en el que ocurren las revoluciones liberales y nacionalistas de 1830 y 1848, e inician los procesos de unificación de Italia y Alemania. Al establecerse la población como germen del Estado a partir del contrato social, el primer elemento de vinculación de la misma pasa a ser étnico-lingüístico (y el segundo, el religioso). De esta manera se buscó definir a una nación como un conjunto de individuos que comparten ciertas características.

El problema con este tipo de definición resulta en que las fronteras étnico-lingüísticas no suelen ser claramente definidas, ya que la historia y las relaciones de poder toman un camino diferente, adquiriendo los Estados más poderosos territorios necesarios desde el punto de vista económico o geoestratégico. Por ejemplo (y para no caer necesariamente en el tema de la expansión nazi), en Francia, desde la Ilustración hasta el siglo XX se trató de definir fronteras “naturales” como el río Rin (fronterizo en la época romana) con la realidad de que en ninguna de sus orillas existía población francófona. Así y todo, ello llevó al irredentismo respecto a Alsacia, región de lengua germánica, pero “sensible” para el interés del nacionalismo francés, sobre cuya población aún hoy en día se mantienen restricciones idiomáticas y políticas de asimilación.

Entonces vemos que, en un abordaje tradicional, se tiene un “ideal” de que el Estado-Nación ocupe una serie de territorios “naturales” para la etnia que representa, limitando al mismo tiempo a la etnia que se encuentre presente, o el hecho de que a través de la historia muchos territorios sean de población mixta. Lamentablemente, este tipo de definiciones ha llevado consigo una serie de injusticias y acciones deshumanizantes de todo tipo, desde discriminación hasta limpieza étnica.

Segundo planteamiento: historia de los límites étnico-lingüísticos, caso de la etnia ucraniana

Es un hecho a destacar que las diferencias entre idiomas eslavos suelen ser mucho menores a las presentes, por ejemplo, entre idiomas romances, situación que se hace aún más evidente entre los idiomas eslavos orientales (ruso, belaruso y ucraniano), mutuamente inteligibles a tal nivel que pueden considerarse dialectos de un mismo idioma. Aun partiendo de esta premisa, se tratará de ubicar al ucraniano como un idioma diferente del ruso. El pueblo de Ucrania tiene el mismo origen del pueblo ruso, en la entidad medieval de población eslava y gobernantes Varegos (vikingos de Suecia, conocidos como Rus) denominada la Rus de Kiev, por ser esta, junto a Novgorod, su ciudad principal. La dominación mongola, junto con la feudalización del territorio debilitó el mismo, pudiendo realizarse la conquista de las regiones occidentales (Rusia Blanca y Rutenia o Galizia) por parte de la Confederación entre el Ducado de Lituania y el Reino de Polonia, de la que resulta el germen de la separación lingüística del occidente de Ucrania, mientras el resto del territorio se unifica bajo el Ducado de Moscovia. Sin embargo, dicha separación política no implicó una separación religiosa, manteniendo los bielorrusos y rutenos (ucranianos) su afiliación a la Iglesia Ortodoxa (Polonia-Lituania era una monarquía católica, si bien más tolerante a nivel religioso que otros Estados).

Ello conlleva a otro hecho muy importante de destacar que implica la herencia, por parte de Iván III, del título de Zar, a partir de su unión con la princesa Sofía Paleóloga, lo que le da a Moscú el liderazgo de la cristiandad ortodoxa, en gran parte sometida al Imperio Otomano (de religión islámica). Ello permite a Rusia servir de protector a pueblos como el rumano, el búlgaro, el serbio, el griego y el armenio, en sus distintas luchas nacionalistas.

Las particiones de Polonia implican la reunificación temporal de rusos y ucranianos, que se mantendrá así hasta la disolución de la URSS, con excepciones que se analizarán posteriormente.

Tercer planteamiento: diferencias entre abordajes de izquierda y derecha

Una vez caída la monarquía, durante los años de implementación de la Revolución Rusa, al redefinir la relación política del Estado, se buscó que las etnias presentes en el territorio pudiesen tener una expresión política, para generar una nueva identidad patria más allá de la etnia. Nace así la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, en la cual las fronteras étnicas “naturales” se diluyen, al provenir de una definición claramente derechista y, por tanto, tendiente a la división. Es en ese contexto que las fronteras se establecen no bajo criterios étnicos, sino principalmente económicos. Así, Ucrania pasa a existir como República Socialista Soviética con un territorio mucho mayor al ocupado por la etnia ucraniana.

Cuarto planteamiento: la redefinición nacional bajo criterios derechistas

La definición de nación bajo criterios étnico-lingüísticos nace en Alemania durante el siglo XIX, a fin de promover con ello la unificación del país. Al nacer el Imperio Alemán, la alianza con Austria-Hungría y la herencia de la expansión militarista prusiana refuerza la visión de las naciones vecinas, sobre todo al este, como subordinadas, cuyos territorios deben servir de proveedores de materias primas a la industria germánica. Para fomentar esta subordinación se debía ante todo debilitar a Rusia como potencia.

El derrumbe ruso durante la Primera Guerra Mundial permite a Alemania controlar brevemente el territorio ucraniano, uno de los más importantes en cuanto a producción alimentaria, lo que ayudó a generar allí fuerzas derechistas que se opusieron más adelante al Ejército Rojo. La llegada de los nazis significó la retoma de estos objetivos, bajo cálculos que llevaron la inhumanidad a límites propuestos, más nunca aplicados con tal meticulosidad. Se habló y escribió claramente en el sentido de eliminar de las sociedades eslavas toda estructura que promoviera el desarrollo intelectual, a fin de perpetuar el predominio alemán, mientras se usó a los colaboradores como personal de servicio (por tanto, siempre últimos en jerarquía) para la ejecución de las tareas más atroces como el mantenimiento de los campos de concentración.

Para la década de los 90, si bien ya no tan abiertamente como en la época nazi, Alemania siguió promoviendo una visión de parte de Europa heredada de la época imperialista. En este sentido, el reconocimiento prematuro de la independencia de Croacia implicó que el resto de la comunidad europea tomase parte en un drama evitable, que conllevó políticas de genocidio como el traslado forzoso de población serbia a consecuencia de la Operación Tormenta de Agosto, o múltiples atrocidades en Bosnia-Herzegovina. El fin de la identidad soviética (y yugoslava, checoslovaca, entre otras), basada en el principio socialista de la igualdad de los pueblos, implicó la necesidad de redefinición de los mismos, lo cual dio paso al apego de irredentismos derechistas que retomaron la simbología nazi, a pesar de que para estos pueblos la premisa establecida por Hitler fue de su destrucción.

Así como a Croacia, Alemania pareció también retomar a Ucrania como uno de los objetivos de esta redefinición claramente ventajosa para un nuevo sometimiento económico de Europa. Así, la clase política ucraniana pasa a definir su país en base a la resistencia contra Rusia, tratando de generar una tradición artificial de enfrentamiento, exacerbada desde occidente. El objetivo final, ya establecido por Zigniew Brezhinski en su libro “El Gran Tablero Mundial” es la balcanización (división en muchas entidades menores) de Rusia y China.

Quinto planteamiento: la división del electorado

La frontera ucraniana reunió dentro de ese país a la comunidad de lengua ucraniana, asentada en las provincias del oeste y norte, y a la comunidad de lengua rusa, que ocupa el este y el sur. Así, las elecciones de 1994, 2004 y 2010 muestran cómo ambas comunidades apoyaron opciones políticas distintas. En 1994, los rusófonos vencieron, logrando Leonid Kuchma acceder a la presidencia (y más adelante ser reelecto). Sin embargo, el trabajo ideológico sobre la población occidental dio sus frutos, cuando la ajustada victoria de Viktor Yanukovich (representante del Partido de las Regiones, expresión política de los rusófonos) dio paso a una serie de acciones de protesta e intimidación violenta denominada la “revolución naranja”, que obligó a repetir las mismas, para dar la victoria al candidato occidental Viktor Yuschenko. La corrupción de la clase política ucraniana implicó la no identificación con el gobierno, a pesar de su compromiso prooccidental, ganando nuevamente Yanukovich en 2010.

La lección de que manifestaciones violentas por parte de los ucranianos occidentales era vista con más valor que la expresión democrática de los rusófonos en las urnas, a pesar de ser mayoritaria, dio pie a una segunda experiencia de protesta política: el Euromaidán. Detrás del mismo, occidente ocultó el hecho de que se denegó hasta la expresión oficial del idioma ruso, reconocimiento hecho por Yanukovich en 2012.

Es entonces cuando ante la evidente discriminación que la clase política hacía de ellos, los rusófonos buscaron conquistar su autodeterminación, ya sea por un referendo, como hizo la República de Crimea, o directamente con un alzamiento armado, como ocurrió en el Donbass (también en otras áreas, pero en las mismas el gobierno ucraniano tomó el control con medidas muy duras, como en Odessa). El enfrentamiento desde entonces no ha cesado y se ha cobrado ya miles de muertos. Realmente la principal razón de la intervención de Rusia implica el evitar el drama que representaría el arribo de desplazados si Ucrania hubiese llegado a imponerse por la fuerza a la población del Donbass.

Sexto planteamiento: el socialismo

La redefinición nacional por parte de varios pueblos de Europa Oriental, junto al fracaso económico que implica mantener este tipo de planteamientos bajo una coherencia que permita la gobernabilidad, implicó que los movimientos socialistas crecieran en varios países, como en Ucrania. Pero los gobiernos de ultraderecha pasaron a ilegalizar el socialismo, por lo que los pueblos quedan atrapados dentro de la lógica liberal o nacionalista, sin cuestionar el proyecto económico dirigido desde Berlín y Washington. Ello recuerda al mantenimiento por parte de Washington de la prohibición al socialismo en la constitución afgana creada durante su ocupación, pues al parecer es más peligroso cuestionar el sistema económico actual que promover el wahabismo islamista de movimientos como los talibanes. Así, esta prohibición, poco publicitada en occidente, puede ser el reflejo de la verdadera campaña ideológica actual, esto es, de la imposición de diferencias exclusivamente en un marco que se basa en definir al “otro” como enemigo natural (islam-occidente, africanos-europeos, ucranianos-rusos) mientras las élites toman una serie de medidas a nivel económico que ya no pueden ser contestadas bajo estos esquemas. 

Cuando Rusia plantea la des-nazificación de Ucrania, cabe plantearse si ello puede ser posible sin el componente ideológico socialista. Fuera del socialismo la reeducación social solo caería nuevamente en la cuestión étnico lingüística, lo cual, junto al poder de la mediática occidental como elemento de educación de las masas, implicaría el entrar en un ciclo de nunca acabar, donde no habría claridad para definir cuándo se cae en el fascismo. El apoyo del ilegalizado Partido Comunista de Ucrania puede resultar fundamental en esta tarea, de la mano con el Partido Comunista de la Federación de Rusia, y bajo premisas que permitan que la población genere proyectos de país coherentes, y no se deje seducir por la propaganda nazi en razón de la situación económica producida por el capitalismo.