Hugo Chávez lo sabía. “La comunicación es la falla tectónica de la revolución”, dijo más de una vez, con esa lucidez y capacidad de anticipación que caracteriza a los líderes. No hay dudas de que el Comandante estaba elaborando un “pensamiento comunicacional” que no alcanzó a desarrollar. Lo mismo sucedió con Fidel Castro, cuando en los años 90, antes de Internet, de las redes sociales, de la nube, de la web semántica y el metaverso, nos advertía acerca de la importancia estratégica que estaba tomando “la batalla de las ideas”.
Aunque para ser históricamente justos, debemos recordar que el propio Lenin libró hace más de 100 años un duro combate para convencer a sus camaradas acerca de la importancia crucial del periódico en la lucha revolucionaria. En “¿Por dónde empezar?” (1901), señalaba que el problema del “carácter de la lucha y sus métodos” no estaba resuelto y afirmaba: “el punto de partida de nuestra actividad, el primer paso práctico hacia la creación de la organización deseada y, por último, el hilo fundamental al que podríamos asirnos para desarrollar, ahondar y ampliar incesantemente esta organización debe ser la fundación de un periódico político”. Es decir que ya por entonces Lenin relacionaba lo comunicacional (en este caso en su expresión mediática, formato papel, textual y registro escrito) con el carácter y los métodos de lucha. Lo planteaba, además, como un punto de partida.
Lenin entendía el periódico como un “organizador colectivo” y usaba la metáfora del andamio para postular que el diario, al igual que este, debía “facilitar las relaciones entre los distintos constructores, ayudar a distribuir la tarea y a observar los resultados generales alcanzados por el trabajo organizado”. Esta analogía la retomó en ¿Qué hacer? (1902), en donde profundizó la reflexión y reafirmó su convicción de que la creación del periódico es un decisivo punto de partida.
1) El diagnóstico como punto de partida
Como izquierda revolucionaria hoy tenemos un punto de partida. Ya nos hemos formado generalizadamente una convicción acerca de la importancia de lo comunicacional en la batalla y, en ese ámbito, nuestros diagnósticos se han mostrado correctos y acertados. Podemos ya caracterizar una serie de maniobras, e incluso protocolos comunicacionales del enemigo. Hoy no miramos con ingenuidad las redes sociales, tenemos claro que la promesa libertaria de internet se quedó tan sólo en promesa, sabemos que los filtrados algorítmicos favorecen a la derecha, que las cámaras de eco digitales en su dinámica de homofilia digital (Boutyline y Willer, 2016) pueden generar ilusión de mayoría (Lerman y otros, 2016) y llamarnos a engaño; detectamos bien las alianzas globales de las corporaciones mediáticas que imponen discursos; sabemos de economía de la atención y de que parte de la batalla se libra en la palma de la mano, soporte habitual de las pantallas inteligentes hacia donde cae la mirada de miles de millones a diario. Hemos acumulado experiencia y sabemos que, a la hora decisiva, pueden apagarnos digitalmente, parcialmente en lo analógico y mucho menos en la dimensión comunitaria. Contamos en la actualidad con cierta (sólida aunque aún insuficiente) batería conceptual para caracterizar la actividad enemiga: manufactura del consentimiento (Chomsky y Herman, 1988); matrices de opinión (Karima Oliva, 2021); guerrilla semiótica (Fernando Buen Abad, 2021); dispositivos del desaliento (Santander, 2021), medios de desinformación (Serrano, 2009).
Se ha avanzado bien en el diagnóstico y en la denuncia de la acción enemiga; tenemos pues “un punto de partida”. Complementemos ese postulado de Lenin de 1901 con uno del Comandante Chávez de 2010 “¡Esto es guerra comunicacional! Al pueblo hay que darle cañones fuertes donde el enemigo es fuerte”. Hay pues que hablar también de nuestros cañones. Tenemos por dónde empezar; veamos cómo proseguir, cómo adquirir poder de fuego y saber qué hacer, para que la denuncia y el diagnóstico, siempre necesarios, “no constituyan la actividad predominante” (Lenin, 1902: 86).
Hay una certeza que se infiere del diagnóstico hasta ahora realizado: tenemos una debilidad superestructural. Esta falla tectónica, sin duda, mucho tiene que ver con la superioridad tecnológica y de recursos del enemigo. Es decir, nuestra debilidad estructural se relaciona con y en parte se deriva de la asimetría estructural en que ocurre la batalla. Pero, aunque densa, esa no es la única variable. Otra es que la discusión en torno a nuestros propios cañones está escasamente desarrollada, es aún incipiente y hay que fortalecerla para hacerla dialogar ricamente con el diagnóstico del enemigo, el cual está más y mejor elaborado.
Eso implica, necesariamente, mirarnos y, por lo mismo, ampliar nuestra heurística. Pasar de fase. Tener dos centralidades en nuestra praxis político-comunicacional: el enemigo y nosotros/as.
2) Levantando categorías operativas propias
Lenín lo decía: “Sin teoría revolucionaria tampoco puede haber movimiento revolucionario. Jamás se insistirá bastante sobre esta idea…” (1902:40). Lo mismo vale para la batalla comunicacional. Ésta es, como nunca antes, parte del combate revolucionario. Desde ese ámbito –de batalla y comunicacional– debemos aportar a la teoría revolucionaria actual. Pero nos faltan conceptos. Creo que no exagero al sostener que desde la época de la Escuela de Fráncfort no hay una actualización teórica crítica en el campo de las comunicaciones que le sirva al movimiento revolucionario anticapitalista. Es cierto que la Escuela Latinoamericana de la Comunicación avanzó en esa línea desde finales de los 60 y a mediados de los 70, pero esa rica labor –que por vez primera propuso Políticas Nacionales de Comunicación, que incluso influyó en el Informe McBrigth– se vio truncada con la cadena de golpes de Estado y dictaduras en nuestro continente. Desde entonces, poco se ha avanzado.
“Como campo revolucionario tenemos un déficit evidente e inocultable: no conocemos ni adecuada ni suficientemente las experiencias comunicacionales exitosas que hemos inventado”.
Avancemos teóricamente, pero con categorías conceptuales “operativas”. Hagamos un acercamiento etimológico a este adjetivo; operativo incluye y provienen del sustantivo opus… trabajo, acción. Es decir, busquemos, elaboremos, inventemos, propongamos y usemos categorías conceptuales que sirvan para “guiar nuestra acción político comunicacional”. Si no guían nuestra práctica de lucha, no nos sirven, menos aún en la actual etapa que, por un lado, tiene una dimensión muy comunicacional y, por otro, tiene al imperialismo en una ofensiva brutal contra un campo revolucionario debilitado. Si no son operativas, se vuelven rizomáticas, gramatológicas, espectrales, en fin, postmodernas, es decir, buenas para nada en la lucha concreta, real y brutal a la que nos enfrentamos los pueblos de Nuestra América.
Hablamos pues de categorías que –en tanto orientan– después de proponerlas no pueden dejarnos sin respuesta, o sea, igual que antes. Ya contamos con algunas que hemos mencionado más arriba: matrices de opinión, dispositivos del desaliento, manufactura del consenso, etc. Sin embargo, hay que reconocer que la mayoría de ellas se generan a partir de nuestro análisis del enemigo, es decir, tienen un origen “enemigo-céntrico”. En tanto tales, son útiles para analizar al adversario y tienen una dimensión fuertemente defensiva. Pasar de fase implica enriquecer eso con categorías que también nos permitan analizar y guiar nuestra acción político-comunicacional ofensiva y contra-ofensivamente.
3) ¿Qué hacer? Un recorrido hacia el punto de llegada
Habiendo definido un punto de partida, así como la necesidad de dotarnos de un armazón conceptual propio cuyo andamiaje está en construcción, llegamos al momento en que, sobre la base de ambos, se requiere proponer algunas acciones político-comunicacionales concretas que fortalezcan nuestras posiciones.
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Estudiar nuestras experiencias comunicacionales exitosas
Puede parecer una propuesta casi obvia, pero no lo es. Como campo revolucionario tenemos un déficit evidente e inocultable: no conocemos ni adecuada ni suficientemente las experiencias comunicacionales exitosas que hemos inventado, creado e implementado en las últimas décadas en esta desigual batalla. ¿Qué hemos hecho bien? ¿Qué hacemos bien? ¿En qué somos fuertes? Son preguntas necesarias y urgentes, porque no hay duda de que la sistematización de sus respuestas, el estudio y la conceptualización de estas experiencias, nos darán luces y pueden servir de guía para elaborar nuestros propios protocolos.
Por ejemplo, ¿cómo ha hecho Venezuela –fetiche trastornado de la prensa mundial– para resistir al ataque mediático-comunicacional más duro, prolongado y global nunca antes visto contra un país? ¿Por qué el canal estatal VTV logra altos niveles de audiencia y compite de igual a igual en rating con los canales privados, incluido los del imperio Cisneros? ¿Cómo ha logrado el chavismo tener tantos comunicadores/as con canales, cuentas, iniciativas info-comunicacionales propias? ¿Cómo se explica el éxito del programa televisivo semanal, “Con el Mazo Dando” que conduce el número dos del gobierno, Diosdado Cabello, y que ya va casi en su emisión número 400?
O para el caso de Cuba, ¿qué pasó entre julio y noviembre de 2021? En esos cuatro meses, luego de un inicial estupor de las filas revolucionarias por las protestas callejeras ocurridas el 11J, azuzadas por todo el aparataje mediático y los dispositivos tecnológicos del imperialismo, se pasó a una contraofensiva comunicacional que dejó mudos a los defensores del imperialismo dentro y fuera de la Isla. Activación de redes sociales, articulación de medios tradicionales (prensa, radio y tv), guerra de memes, actos de afirmación no virtuales (como la “Marcha de la Juventud” que congregó a más de cien mil jóvenes en noviembre), creación de la Plataforma Revolucionaria Sierra Maestra que reúne más de 70 grupos, medios digitales, canales e influencers revolucionarios, nuevos programas de televisión, rejuvenecimiento de la pantalla y un gran etcétera que debe ser sistematizado y estudiado.
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Medios y comunicadores/as columna: reconocer y crear
En toda batalla se requieren columnas vertebrales que, realizando esa función, sostengan la acción combativa en sus diferentes variaciones. ¿Cuáles son nuestros medios columna que ocupan posiciones fijas? ¿Cuáles son nuestros/as comunicadores/as columna, que, como tales, maniobran y generan movilidad comunicacional y reacción informativa rápida y alternativa?
Precisemos conceptualmente. Entendemos como medio-columna a aquellos cuyo funcionamiento cumple un rol central en la construcción de comunidades interpretativas (audiencia), en la propuesta de una visión de mundo propia y contraria a la hegemónica (matrices de opinión), así como en el planteamiento de un modelo informativo autónomo (agenda). Son, por lo mismo, medios cuya presencia y acción comunicacional fortalece al campo popular en su conjunto, y cuyo debilitamiento o desaparición lo mengua, también en su conjunto. Para decirlo en términos bourdianos, su existencia tiene un “efecto de campo”, y debido a ello son objetivos de ataque prioritarios por parte del adversario.
Sin duda hay uno que es inmediatamente identificable: Telesur, canal creado por iniciativa de Chávez y Fidel. Hay otros, en el contexto analógico y en el digital, en planos menores, nacionales, provinciales, vecinales, etc. Hay que sistematizadamente identificarlos y analizar cómo se convirtieron en parte de nuestra columna y qué aporte hacen a la batalla. Hay otros, de alcance nacional, por ejemplo en Nicaragua, en Bolivia, en Argentina, en Chile. Lo mismo con comunicadores/as que son referentes, cuyo talento comunicativo y cuya movilidad individual, generalmente sostenidos en dispositivos tecnológicos, los han convertido en piezas importantes de esta contienda, y cuya presencia y acción tiene un efecto de amplio alcance que nos fortalece.
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(Re)valorizar la comunicación directa
Puede sonar anticuado, ochentero se dirá, pero no debe ser así para el campo revolucionario. Se trata de valorizar la comunicación directa en su justa dimensión, sabiendo que lo hacemos en el marco de un mundo que transita por la Cuarta Revolución Tecnológica (4RI), la misma que ha creado una frontera difusa entre virtualidad y no virtualidad. No se trata de desconocer el alcance de la comunicación social mediática o el potencial de lo digital-global. Se trata de no descartar, debido al contexto tecno-digital, que la comunicación directa sí puede (debe, incluso) formar parte de nuestro arsenal, que en ciertos momentos ésta hasta es imprescindible. Como ocurrió en Cuba recientemente, cuando después del 11J se activó todo un despliegue comunicacional contraofensivo que también incluyó la comunicación directa con el pueblo para enfrentar el llamado reaccionario para el 15 de noviembre que, básicamente, fue una maniobra imperialista sustentada en el calentamiento comunicacional de las redes sociales, apostando a calentarlas lo suficiente para lograr luego saltar de ahí a la acción de calle.
“[…]Considerando la asimetría de recursos, mantener la experticia y las habilidades requeridas para desplegar comunicación directa puede ser un asunto de vital importancia… como cuando nos apagan”.
Hay diversas modalidades de hacerlo: el cara a cara es uno, el contacto en vivo radial es otro (así empezó Chávez su “Aló Presidente”), los live en redes, o iniciativas como la realizada por el grupo cubano de Telegram La Manigua, que luego de meses de exitosa performance virtual como canal de Telegram, saltó de la virtualidad al Primer Encuentro Nacional de La Manigua-Revolución Pa’ Rato, a mediados de diciembre de 2021, dando un paso audaz e interesante en el fortalecimiento material de una iniciativa digital-virtual, mediante la comunicación directa.
No debe olvidarse, además, que considerando la asimetría de recursos, mantener la experticia y las habilidades requeridas para desplegar comunicación directa puede ser un asunto de vital importancia… como cuando nos apagan. Es lo que nos ha ocurrido más de una vez. Durante el golpe de estado en Bolivia en 2019 se silenciaron inmediatamente medios públicos y comunitarios afines a Evo Morales y al Movimiento al Socialismo (MAS). O en noviembre de este año, cuando los gigantes tecnológicos cerraron centenares de cuentas afines al sandinismo en Twitter, Youtube (más de 80 canales) y Facebook (casi mil cuentas), justo una semana antes de las elecciones presidenciales.
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Construir matrices de opinión propias
El punto de inicio ya señalado, basado en el diagnóstico del enemigo, nos ha permitido entender la importancia de detectar y denunciar lo que se ha popularizado con el término “matrices de opinión”. Carecemos aún en el campo revolucionario de una definición consensuada de este concepto. Oliva (2021) propone una que es un buen punto de partida y viene a llenar ese vacío definicional: “Una matriz de opinión es una representación parcial de la realidad de impronta ideológica que responde a los intereses de determinado grupo de poder y se fabrica con la intención de producir o mantener la hegemonía y dominar la opinión pública respecto a un tema. Las matrices de opinión intentan crear condiciones subjetivas favorables para intervenir o administrar los procesos políticos. Se gestionan tomando en cuenta las características de los públicos a los que van destinadas.”
Sobre esa base demos el salto a pensar en nuestras propias capacidades de construir representaciones que, basadas en nuestros legítimos intereses políticos, contribuyan a generar condiciones subjetivas favorables para incidir sobre la opinión pública, en el marco de la batalla comunicacional, donde las matrices exitosas son artillería pesada.
Por ejemplo, ¿qué matrices de opinión contrahegemónicas se consolidaron en Chile, después del estallido social de 2019? ¿Cuáles lo hicieron en la opinión pública colombiana tras meses de movilización popular contra el “régimen uribista” (2019 y 2020)? ¿Qué matrices sedimentó en la audiencia colombiana el éxito del cortometraje digital Matarife: un genocida innombrable? ¿Qué matrices sostuvieron el genial bombardeo de memes cubanos que ridiculizaron y avergonzaron a los pitiyankees el 15N y, a la vez, alentaron y subieron la moral propia?
Al ofrecer marcos interpretativos sintetizados y comprensibles acerca de acontecimientos complejos, las matrices juegan, sin duda, un rol central en la batalla cultural por la hegemonía y en el combate por el sentido común. El enemigo las emplea perversamente, distorsionando con ellas la percepción de la realidad, y lo hace con eficacia. Es nuestra labor generar, con igual eficacia y sencillez, marcos interpretativos no alienantes para nuestras audiencias y más allá de ellas; pero no casual y espontáneamente, sino disciplinada y creativamente. Como decía el Ché, “luchamos contra la miseria, pero luchamos al mismo tiempo contra la alienación”. Esto último es una cuestión fuertemente comunicacional y está relacionada con la cuestión de las matrices de opinión.
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Autoridades de red y tropa digital continental
No es ningún misterio que parte importante de la batalla comunicacional se juega en el contexto digital y, particularmente, en las redes sociales, espacio donde a diario millones de personas opinan acerca de las más diversas cuestiones, libremente, y en un flujo constante. Los y las revolucionarios/as tenemos que estar ahí, pero no basta con eso. Considerando el contexto de la asimetría estructural señalada y el hecho de que la actividad algorítmica beneficia a los movimientos de extrema derecha, hay que saber estar ahí. Hay dos temas mínimos que, en esa dirección, debemos abordar.
En primer lugar, tener nuestras “autoridades de red”. No me refiero a “popularidad en red” que es una cuestión más bien volumétrica y de visibilidad, propia, por ejemplo, de los llamados influencers. La autoridad de red es una cuestión topológica, no de volumen. En ese sentido, los/las usuarios/as o cuentas que ocupan dichas posiciones ejercen una influencia estructural en la conformación, la dinámica y las conexiones que una estructura de red adquiere. En segundo lugar, pensemos en crear una tropa digital (latinoamericana) que le dé visibilidad y potencia volumétrica a nuestras estructuras de red, de modo tal que nuestras autoridades de red (cuestión estructural/topológica) se potencien con nuestra legión digital, y viceversa (cuestión de volumen de actividad).
III) Punto de llegada: construir doctrina comunicacional revolucionaria
Todo lo anterior (y todo lo que aún nos falta por construir en esta etapa), tiene que apuntar en una dirección, a una meta propia de esta fase: construir doctrina comunicacional revolucionaria. El enemigo la tiene y ha optado por el flanco comunicacional para golpearnos fuerte hoy. Su opción es claramente por la Guerra No Convencional (GNC) y la Guerra de Cuarta Generación (G4G). Nosotros/as ya estamos claros que por ahí se arman los Playa Girón 2.0, las invasiones de nuevo tipo.
Para enfrentarlos hay que proponer una doctrina comunicacional acorde a los tiempos, construir un andamio que dote de carácter a la lucha y sea un organizador colectivo de nuevo tipo, pero en continuidad con la tradición internacionalista revolucionaria.
Esto es pues con trabajo colectivo, con discusiones grupales, con intercambios continentales, con estudio, sobre todo estudio y, por supuesto, con Fidel y Chávez en nuestros corazones.
Este artículo fue publicado en la edición #555 de la revista de ALAI, disponible online aquí.
Referencias
Boutyline, A. y Willer, R. (2016). The Social Structure of Political Echo Chambers: Variation in Ideological Homophily in Online Networks. Political Psychology, 38(3): 551-569 https://onlinelibrary.wiley.com/doi/abs/10.1111/pops.12337
Buen Abad, F. Guerrilla Semiótica. Rebelión. Disponible en https://rebelion.org/guerrilla-semiotica/
Chomsky, N. y Herman, S. (1988). Los guardianes de la libertad. Barcelona: Crítica.
Lerman K, Yan X, Wu X-Z (2016) The “Majority Illusion” in Social Networks. PLoS ONE, 11 (2): e0147617. doi:10.1371/journal.pone.0147617.
Oliva, K. (2021). Para pensarnos Cuba hoy. Granma. Disponible en https://www.granma.cu/pensar-en-qr/2021-07-21/para-pensarnos-cuba-hoy-21-07-2021-22-07-30.
Santander, P. (2020). La Batalla Comunicacional. Defensa, ataque y contrataque en América Latina. Caracas: Ed. El Perro y la Rana.
Serrano, P. (2009). Desinformación. España: Península.