Alrededor de finales de los años ochenta y principios de los noventa comenzaron a surgir diferentes corrientes de lectura de la obra de Marx. Buscaban renovar las posibilidades teóricas del marxismo. El surgimiento de un nuevo orden social, el llamado periodo neoliberal al que en ese momento se estaba transitando, es la causa de este interés por mostrar la fuerza y validez de la obra de Marx. La estrategia del Grupo Krisis consistió en recuperar la lectura de las obras fundamentales de Marx: El capital y los Grundrisse, y en orientar las posibilidades hermenéuticas de dicha obra hacia una crítica de la forma valor. En cambio, una porción del marxismo eligió una interpretación “a la manera posmoderna” (EXIT, 2007). En contra de la corriente culturalista del marxismo, la teoría crítica del valor opta por volver a la crítica de la economía política; es decir, volver a retomar los elementos fundamentales de la crítica de la sociedad productora de mercancías.
Se trata de un regreso al estudio de la forma en que, en la sociedad capitalista, se intercambia, se produce y se reproduce la riqueza. Así, Moishe Postone, en Canadá, Robert Kurz y el grupo Krisis, en Alemania y Roswitha Scholz, desde una perspectiva feminista, destacan la importancia de la categoría de “forma de valor” del primer capítulo de El capital. Buscaron, con ello, renovar la lectura de Marx y mostrar que en ella era posible comprender con mayor profundidad las contradicciones que en el periodo neoliberal se estaban manifestando. Todos coinciden, también, en que una nueva lectura de El capital tiene que retomar una lectura atenta del primer capítulo y de la contradicción internalizada en la mercancía. Desde el punto de vista de esta corriente del marxismo contemporáneo, la dominación de la sociedad es más profunda que la que propone el marxismo tradicional. Se trata de una dominación de la forma abstracta del valor y del sujeto automático-capital. En última instancia, consideran que en la forma mercantil misma se halla “una contradicción irremediable que conduce inexorablemente, aunque sea al cabo de mucho tiempo, a su crisis final. Esta crisis está comenzando a nuestros ojos” (Jappe, 2014, p. 34). Para la crítica del valor el neoliberalismo es un periodo que no corresponde a una nueva fase del capital, a un nuevo periodo de acumulación, sino, más bien, a su final, a la crisis misma de la lógica de acumulación a la que inevitablemente la forma valor nos ha llevado. De manera que lo que estamos presenciando es el colapso del capitalismo. Para comprender dicha crisis civilizatoria, es necesario volver, entonces, a su origen.
Una de las propuestas más interesantes para pensar la sociedad contemporánea es quizás la de Roswitha Scholz. Pues, si bien recupera la teoría tanto de Robert Kurz y su tesis del colapso, como la de Moishe Postone y su crítica del trabajo, para esta autora la forma valor es una forma andro-céntrica. El capitalismo es así un patriarcado productor de mercancías y, siguiendo a la tradición feminista, para esta autora, la forma valor es además un sistema sexo/género que es condición de la mercantilización. En otras palabras, la reproducción mercantil implica también toda una esfera de reproducción no-mercantil (escindida) que está asociada, en el capitalismo, a identidades de género, y que suponen una división sexual del trabajo. En otras palabras, la forma valor requiere primero que nada de la opresión de género: “la constitución patriarcal de la relación de valor, o sea, el presupuesto sexualmente patriarcal de la producción e intercambio de mercancías, ya se encuentra en la raíz de la socialización del valor” (Scholz, 2019b, p. 32). En resumen, esta corriente propone, primero que nada, que la crítica del capital implica una crítica del valor y una crítica del trabajo y de la forma mercantil, en segundo lugar que actualmente estamos siendo testigos de la crisis final del capital, y por último, que la superación del capitalismo requiere la abolición del trabajo (Krisis, 2018, p. 99; Postone, 1993). Además, para Scholz, la crítica de la sociedad mercantil-capitalista implica también una crítica de su configuración sexo-genérica. Así, para esta corriente, la cuestión central del capitalismo no se halla en el estudio de las relaciones de clases y la confrontación entre la clase burguesa y la clase obrera. En el mismo sentido, para Scholz, la superación del patriarcado productor de mercancías no se halla en la subsunción de la lucha de las mujeres bajo la lucha de clase, ni en la lucha personalista de un género frente al otro. Requiere, en cambio, de la abolición del sistema sexo-género fundacional que es la forma valor-escisión. El texto que a continuación ofrezco pretende ser una introducción breve a la propuesta feminista de la crítica de valor, formulada por Roswitha Scholz.
“La dominación de la sociedad es más profunda que la que propone el marxismo tradicional. Se trata de una dominación de la forma abstracta del valor y del sujeto automático-capital”
La crítica del marxismo tradicional
Ya Gale Rubín (1986), cuando publica su célebre artículo “Tráfico de mujeres”, y acuña el concepto sistema sexo-género, insiste en la necesidad de una crítica de la economía política del sexo. Muchos intentos en el camino se han hecho por vincular el capitalismo con el sistema patriarcal. Por ejemplo, Leopoldina Fortunati (2019), en su libro El arcano de la reproducción, propone la siguiente tesis: si la fuerza de trabajo es la mercancía esencial para el capital, y si esta es producto del trabajo de reproducción, entonces existe un intercambio entre las mujeres y el capital. Por lo cual, el trabajo doméstico es trabajo que produce valor. Esto permite concluir que existe una apropiación y extracción de plusvalor del trabajo doméstico por parte del capital. Vemos en la propuesta de Fortunati un intento claro por establecer una relación de explotación entre las mujeres como trabajadoras domésticas y el capital. Para Scholz una propuesta de este tipo todavía permanece en el marco de la teoría tradicional marxista. Demuestra una necesidad de incluir a las amas de casa como pertenecientes a la clase obrera.
Las teóricas de la reproducción social proponen otra perspectiva. Para ellas, es cierto que el trabajo de reproducción es condición necesaria de la acumulación capitalista. Sin embargo, no existe desde su punto de vista una relación de explotación, en el sentido tradicional, por parte de la clase capitalista. Las mujeres son oprimidas, en parte debido al ocultamiento del espacio de reproducción. La dominación que ejerce el sistema capitalista en contra de las mujeres a través del ocultamiento de la esfera de la reproducción es, así, de otra índole al de la explotación. Y desde su punto de vista es central incluir en la lucha contra el capital, las diferentes violencias que opera en nuestra sociedad.
Sin embargo, para Scholz (2020a), las dos propuestas permanecen en el marco del “marxismo tradicional”. Las dos recurren al concepto de clase, la primera demostrando la existencia de una extracción de plustrabajo, las segundas recurren: “al concepto de clase … estirándolo lo suficiente” para que el tipo de actividad realizada en el espacio doméstico pueda subsumirse bajo dicha categoría (p. 94).
La estrategia de Scholz, como hemos dicho, en el mismo tenor de la crítica del valor, es la de trascender la categoría de clase. Para nuestra autora, se trata de validar al género como categoría económica y de lucha por sí misma, sin la necesidad de vincularla a un principio de clase. Para ello, se vale de la crítica que Moishe Postone hace del “marxismo tradicional”. Ésta permite comprender por qué la categoría de clase no es lo suficientemente radical para enfrentar al modo de reproducción capitalista. A continuación, haremos una revisión de los argumentos que el filósofo canadiense ofrece para mostrar el anacronismo de dicho concepto.
En su obra, Tiempo, trabajo y dominación social (1993), Postone tiene como primera intención, como hemos dicho, renovar el marxismo y los términos de su crítica de la sociedad contemporánea. Al marxismo que le precede, lo llama tradicional, término “que refiere no a una tendencia histórica específica en el marxismo, sino en general, a todas las aproximaciones que analizan el capitalismo desde el punto de vista del trabajo y caracterizan a la sociedad esencialmente en términos de relaciones de clase.” (Esta aproximación, ha demostrado ser una teoría crítica de la emancipación bastante débil. Lukács, por ejemplo, pertenece a dicha tradición desde el punto de vista del filósofo canadiense, pues, en efecto, asume una noción transhistórica del trabajo. (pp. 7-16)
El defecto principal del marxismo tradicional se halla en comprender la sociedad sólo en términos de una relación de dominación, de explotación de una clase (los propietarios de los medios de producción) por otra, la clase desposeída. Este diagnóstico de la sociedad, como una totalidad escindida en dos grupos confrontados debido al principio de propiedad privada de los medios de producción, centra el conflicto mismo en el modo de distribución. Esta propuesta es demasiado débil, pues no ofrece una transformación del modo de producción mismo, con lo cual la lógica del valor que se valoriza, la lógica de la acumulación permanece: “El foco de la crítica histórica de Marx, de acuerdo con esta interpretación es el modo de distribución” (Postone, 1993, p. 8 [la traducción es nuestra]).
El error, como hemos dicho, se halla en la comprensión de la categoría de trabajo. El marxismo tradicional la ha ontologizado. Esto es, ha asumido la categoría de trabajo como un concepto transhistórico, incluso, por momentos, la considera como la esencia misma del ser humano. Sin embargo, el filósofo canadiense considera que el trabajo es una categoría históricamente determinada. Se trata, incluso, del principio coercitivo elemental del capital. Así, a diferencia del marxismo tradicional, la crítica de la economía política de Karl Marx es a la vez, una crítica del trabajo, una crítica contra el trabajo que busca su abolición:
“La teoría de Marx no afirma que el trabajo es el principio transhistórico de estructuración de la vida social; no aprehende la constitución de la vida social en los términos de una dialéctica del sujeto-objeto mediada por el trabajo concreto. En efecto, no proporciona una teoría transhistórica del trabajo, de la clase, de la historia, o de la naturaleza de la vida social misma.” (Postone, 1993, p. 388 [la traducción es nuestra])
El trabajo es pues, un concepto históricamente específico, constitutivo de las relaciones sociales en el capitalismo, y en tanto que tal, es el principio que genera las formas de dominación, opresión y explotación. Por esto mismo, para Marx, la emancipación de la sociedad no es idéntica a la emancipación de la clase obrera, de lo que se trata es de la abolición de la clase obrera. Así: “no es una teoría de las propiedades únicas del trabajo en general, sino un análisis de la especificidad histórica del valor como una forma de la riqueza, y del trabajo que supuestamente lo constituye” (Postone 1993, p. 26).
Así, el trabajo es una estructura compleja de dominación social que enajena y oprime no sólo a la clase obrera sino a la sociedad en su conjunto a través del “sujeto automático” del valor que se valoriza. El trabajo es un principio complejo de valorización (valor) de la riqueza material, en los términos de una relación social que consiste en el intercambio cosificado de tiempos de producción. La contradicción entre el valor y la riqueza material es el núcleo de la crítica de Marx al sistema capitalista, y con ello, también, el núcleo de la estructura de dominación. Por lo tanto, el regreso al análisis de la forma de valor permite así, comprender que “el tiempo de trabajo es aquello de lo que la riqueza y las relaciones sociales están hechas en el capitalismo. Se refiere a una forma de vida social en la que los seres humanos están dominados por su propio trabajo y se ven compelidos a mantener esta dominación”. (Postone, 1993, p. 302). De modo que el principio de la forma valor constituye la socialidad, por lo cual todo aquél que no puede subsumirse bajo esta forma no se constituye como sujeto social. Además, el principio de dominación el capital es doble: por una parte, explota a los trabajadores, pero por la otra y en última instancia los expulsa progresivamente del proceso de trabajo. En tanto que tal, el capitalismo es un sistema que progresivamente degrada y descompone su fundamento: el tiempo de trabajo social. Por ello, los críticos del valor sostienen que en la actualidad estamos presenciando el final del capitalismo.
Esta interpretación abstracta de la forma de dominación del capital es para Postone un punto de partida para comprender las reivindicaciones que trascienden la identidad de clase, siempre y cuando se tome en cuenta el carácter contradictorio del valor: la modernidad-capitalista permite vislumbrar nuevas libertades, pero su naturaleza contradictoria impone límites irrebasables que provocan muchas veces lo contario. Además, para Postone, el análisis del trabajo como principio de dominación permite también entrar en la discusión de la función social de las identidades de género, de manera negativa, haciendo una crítica a la noción de trabajador productivo:
“El análisis de Marx del trabajo mercantilmente determinado y su relación con la noción de sujeto también sugiere una aproximación a asuntos como qué actividades son reconocidas socialmente como trabajo, y qué personas en la sociedad son consideradas como sujetos. Esta interpretación podría contribuir a la discusión de la constitución socio histórica del género, y podría cambiar los términos de muchas de las discusiones recientes respecto de la relación de la crítica marxista con los problemas de la posición social e histórica de la mujer, de las minorías raciales y étnicas, y otra clase de grupos.” (Postone, 1993, pp. 356-357 [la traducción es nuestra])
“La contradicción entre el valor y la riqueza material es el núcleo de la crítica de Marx al sistema capitalista, y con ello, también, el núcleo de la estructura de dominación”
De esta manera, de acuerdo con Postone, para retomar la multiplicidad de luchas sin subsumirlas a la categoría de clase, resulta necesario volver a un análisis de la forma valor-trabajo como un principio de inclusión/exclusión de los individuos en la sociedad.
Es evidente que la crítica fundamental de Scholz a Postone es la ausencia de una perspectiva de género en su análisis de la forma valor. Sin embargo, vemos ya en su obra fundamental una intuición para acercarnos a las relaciones de género. Se trata de constatar cómo o quién está definido como sujeto, y en tanto que tal, puede intercambiar tiempos de producción, y quién, en cambio, es desubjetivado sobre la base de la definición de trabajo y tiempo productivo. Sin embargo, de acuerdo con Scholz, en su teoría es necesaria una vinculación de la dominación capitalista con las “disparidades sociales como el racismo o el sexismo” (Scholz, 2020a, p. 76). Esto es lo que Scholz realiza con su teoría de la forma del valor/escisión patriarcal. A continuación, analizaremos con detalle dicho planteamiento como una respuesta, primero que nada, a la inercia del marxismo por subsumir las luchas al principio de clase, y en segundo momento, para comprender cómo es que, en el capitalismo, la discriminación, la jerarquización de las poblaciones sobre la base de identidades es estructural.
La teoría de la escisión del valor
Roswitha Scholz corrige la teoría del valor de Marx, con el fin de incluir en ella, las relaciones de género. Cambia, con ello, el fundamento teórico de la crítica de la economía política, sobre la base de la división sexual del trabajo. Esto le permite también plantear la existencia de una lógica de la identidad, del individuo abstracto, que opera en la sociedad capitalista y requiere de una identidad que no es neutral en cuanto al género. La tesis central es la siguiente: el capitalismo disocia lo femenino de su lógica del valor. Y este elemento no ha sido considerado por la tradición marxista cuando se analiza al individuo “sin cualidades” de la sociedad moderno-capitalista. Para ella, esta omisión naturaliza la división sexual del trabajo. Como hemos señalado, no es en ningún sentido la primera autora de tradición marxista en proponer una lectura de la opresión de género desde el marco crítico propuesto por Karl Marx. En efecto, su propuesta teórica retoma elemento de otras feministas. Recupera, en particular, la tesis de la “doble socialización de las mujeres” de Regina Becker-Schmidt, y la teoría de las relaciones de género en el capitalismo de Frigga Haug. Esta última autora ya había constatado una disociación entre el espacio doméstico y el espacio mercantil. Pero, como hemos señalado, su principal interés es considerar al género por sí mismo, como un elemento central de la forma valor. Con ello, la propuesta de Haug es para Scholz todavía tradicional. Haug defiende todavía una metafísica del trabajo, y, además, no puede conceptualizar las relaciones de género por sí mismas, sino siempre como relaciones de producción (Scholz, 2019b, 82). Haug reconoce que dos temporalidades contrapuestas prevalecen: la del trabajo capitalista donde determinada por la temporalidad del ahorro del tiempo y la temporalidad del espacio doméstico, donde determinada por el gasto del tiempo. Esta idea es central para Scholz cuando analiza la disociación del valor. Pero, para Haug, el trabajo doméstico está subordinado al trabajo asalariado, y no disociado. Esto la lleva a proponer lo siguiente: el trabajo doméstico debe ser reconocido socialmente como trabajo igualmente productivo y es necesario pactar una nueva división sexual-social del trabajo. Sin embargo, Scholz considera que esta idea permanece en un marco tradicional porque:
“En una sociedad dominada por el trabajo asalariado, el “trabajo doméstico” resulta –según Haug– un “anacronismo”. Esta afirmación olvida totalmente que esta forma de actividades representa una parte estructural del capitalismo. Un objetivo de Haug es la integración de las amas de casa en el trabajo remunerado, defendiendo al mismo tiempo una reducción radical del tiempo de trabajo en el sector laboral, para que haya suficiente tiempo –y en eso se muestra de nuevo la visión ontológica del trabajo– para el “trabajo cultural de la reproducción” y el “trabajo político”. (Scholz, 2019b, p. 84)
La propuesta central de nuestra autora es la siguiente: el valor, en tanto que principio fundamental de la sociedad capitalista, cuando reconoce socialmente ciertas actividades, desconoce otras tantas. De manera que, para Scholz, el error de Haug está en creer que es posible pactar una nueva división del trabajo bajo un principio esencialmente discriminatorio: “Son precisamente los sectores de reproducción y de lo privado, y las actividades de las mujeres en ellos, los que tienen un carácter fundamentalmente diferente del sector remunerado. Más aún, tienen que ser cualitativamente diferentes, ya que de no ser así no tendría sentido separarlos del sector del valor.” (Scholz, 2019b, p. 83). Es decir, todo principio asociativo es al mismo tiempo un principio disociativo. Así, si sólo las actividades encaminadas a producir mercancías son aquellas que producen valor, aquellas asociadas al principio del valor y subsumibles a la lógica del ahorro del tiempo, entonces, todas aquellas actividades que no producen mercancías estarían escindidas del valor. Además, el principio de valor, como principio asociativo-disociativo, es androcéntrico, se funda en relaciones de género específicas que oculta y naturaliza. Esta es la tesis central de Roswitha Scholz. Para ella, la sociedad capitalista no es sólo una sociedad fetichista, sino una sociedad patriarcal fetichista productora de mercancías.
“Valor y disociación se encuentran, así, en una relación dialéctica” (Scholz, 2020a, p. 77). A continuación, presentaremos el núcleo de aquello que Scholz llama la forma patriarcal del valor-escisión.
La división sexual del trabajo
Ya ha sido mostrado por distintas autoras, en particular, por Maria Mies y Silvia Federici la importancia de la persecución de las mujeres (caza de brujas) durante el periodo de transición hacia el capitalismo. Esta violencia tuvo como objetivo la exclusión de las mujeres del espacio público y de su ya reducida función en la vida política. Según Federici (2010) la caza de brujas permitió la “construcción de las diferencias” y del nuevo orden patriarcal (pp. 176-177). Permitió la construcción de una sociedad jerárquica basada en principios de género y de raza. De esta manera, los estudios feministas del periodo de transición al capitalismo han mostrado que se trató de un proceso en el que no sólo la separación de los campesinos y sus tierras provocó la proletarización de la población europea y americana, sino que la separación de las mujeres campesinas de sus tierras y su persecución trajo consigo la disociación de las mujeres del espacio político, una restructuración de la división del trabajo y, con ello, nuevas relaciones de género. Si bien las mujeres formaron parte de la nueva fuerza de trabajo asalariada, su degradación permitió su desubjetivación debido a que las actividades de reproducción se vieron disociadas del espacio mercantil y con ello desvalorizadas. Según R. Scholz (2019), la caza de brujas representó “una campaña de aniquilación de lo ‘femenino’” (p. 878)
Es posible sostener que la así llamada acumulación originaria no sólo impone una nueva división social del trabajo, sino que también funda un nuevo sistema sexo-género basado en un sistema binario de género que impone actividades limitadas a las mujeres y que, además, las despolitiza y subordina a la identidad masculina. Así, las actividades asociadas a la reproducción de la vida, esto es, todas las actividades que se realizan fuera del espacio mercantil y que sin embargo son tan fundamentales para la reproducción de la vida como la producción de valores de uso mercantiles, fueron progresivamente feminizadas.
“La separación de las mujeres campesinas de sus tierras y su persecución trajo consigo la disociación de las mujeres del espacio político, una restructuración de la división del trabajo y, con ello, nuevas relaciones de género”
El proceso histórico de degradación de las mujeres y atribución del trabajo de reproducción como espacio femenino, fue, de acuerdo con Scholz, necesario debido a que el principio de valor sólo puede aplicarse a trabajos cuantificables en términos del tiempo, a la lógica del ahorro del tiempo, de la que habla Haug. Esto requirió que un género, el género femenino, realizará las actividades “privadas”, esto es, no socializables. Así “la contradicción fundamental de la socialización del valor, entre materia y forma está determinada por el género de manera específica” (Scholz, 2019a, p. 872) Es decir, aquello que no puede ser subsumido bajo el principio del trabajo abstracto queda escindido, y además, asociado, proyectado, a lo femenino. La división sexual del trabajo en el patriarcado productor de mercancías atribuye y proyecta en las mujeres las actividades no -mercantiles, donde caben las actividades de reproducción; en contraposición, las actividades con fines mercantiles son atribuidas y proyectadas en los hombres. Por último, y acontinuación entraremos con más detalle en este asunto, todas las actividades de reproducción no-mercantiles se realizan en el espacio privado de la socialidad, mientras que, las actividades mercantiles se despliegan en el espacio público. Esta es pues, de acuerdo con Scholz, la división genérica, la cual tiene como fundamento el principio de valorización/disociación del trabajo humano. En el patriarcado productor de mercancías la disociación material se transforma en una disociación económica del tipo: valor/no valor2.
La construcción del espacio doméstico-privado
Resulta interesante que el análisis de la forma de valor que realiza Roswitha Scholz la lleva incluso a concebir una teoría del ordenamiento espacial bajo la dominación de la forma mercantil. Está asociada al surgimiento de la modernidad, y con ello, a la racionalidad moderna. Primero que nada, para la autora alemana, el principio androcéntrico no se limita la sociedad capitalista. La construcción de un espacio público acompaña siempre a la economía de mercado, y surge en la Antigua Grecia. Ahí se forman las condiciones para el patriarcado de la forma valor. Primero que nada, surge una racionalidad específica, la racionalidad instrumental que es apropiada al intercambio y a la equiparación del valor. En efecto, Sohn-Rethel (2010), sostiene que la constitución geográfica, la organización insular griega, favorece el desarrollo de la economía de mercado y, con ello, la consolidación de la forma dinero junto con las matemáticas. Es en Grecia donde la sociedad patriarcal y la forma de valor se fusionan3:
“La tarea central de la mujer era dar a luz a un hijo varón, si esto no ocurría, su vida no tenía sentido. La hipóstasis de la nueva esfera pública, que exigía un comportamiento abstracto y racional, se vio acompañada con una degradación de la sexualidad en general. El ascenso del pensamiento racional, ya en su nacimiento, tuvo lugar en gran medida bajo la exclusión de las mujeres. La esfera pública, en la que también recaía la formación del saber, necesitaba de un ámbito contrario en la forma de esfera privada, a la que podría mirar desde lo alto de su posición. (…) Hasta en las construcciones conceptuales más abstractas de la filosofía antigua puede comprobarse esta escisión. De esta manera, en Platón la materia es una cosa sin forma, apenas aprehensible para el pensamiento que se determina en términos feminismos como “la que recibe, la nodriza de las Ideas”. (Scholz, 2019a, p. 876)
Así, la mujer es asociada a la materia, a la naturaleza, en contraposición al principio formal, al principio de sentido que lo humano proyecta en la materia amorfa. Si bien Scholz no entra en detalle en el por qué esto ocurre así, parecería que se debe al hecho de que la sociedad griega era una sociedad fuertemente patriarcal donde las mujeres estaban ya limitadas a una función primordial: la de “dar a luz a un varón” (Scholz, 2019a, p. 876). Así: “la relación de valor se corresponde con la formación de una esfera pública y otra privada. Por consiguiente, la esfera privada está ocupada por un tipo ideal ‘femenino’ (familia, sexualidad, etc.) y, por el contrario, la esfera pública … por uno ‘masculino’” (Scholz, 2019a, p. 874). Esta disociación del espacio, entre lo “público” y lo “privado”, no existía en sociedades no-mercantiles, donde la producción tiene como finalidad principal el autoconsumo. En la Edad Media se desmorona el espacio público de tipo griego, y con ello también la penetración del principio patriarcal-mercantil. Ahí, es posible constatar que el trabajo, por ejemplo, no se realizaba necesariamente fuera del espacio doméstico, ni era tampoco condición de socialización. En contraste, el mercado requiere que el trabajo se transforme en el nexo mismo de vinculación social, de estructuración de la totalidad social: “el punto esencial es que el ‘trabajo’ desempeña una función social identificable y normalizada en la producción y reproducción de la totalidad social” (Gorz, 1999, p.16 [la traduc- ción es nuestra]). Este nexo es el trabajo abstracto, el tiempo de trabajo socialmente necesario. No se trata pues del trabajo concreto, el cual está revestido de determinadas peculiaridades, cualidades especificas; se trata de una forma abstracta de manifestación del trabajo, de tal forma que pueda elevarse como principio universal y, en tanto que tal, pueda equipararse. Así, éste toma una forma cuantificable y, con ello, comparable e intercambiable. El trabajo doméstico y en general el trabajo de reproducción no produce con claridad “valores de uso”, es decir, no se cosifica; por ello, no es equiparable y socialmente identificable en términos del tiempo. No es una actividad subsumida de acuerdo con los estándares del valor. Aquí, por ejemplo, Scholz toma una posición distinta a la de Federici.
Para Scholz, entonces, sólo el mercado pudo universalizar al patriarcado, universalizar la opresión de las mujeres (Scholz, 2019a, p. 874). Más adelante, sostiene que la relación entre el principio del valor y la esfera pública es directa; por ello, en las sociedades donde encontramos poco desarrollada la esfera pública, el principio del valor habrá también penetrado poco. El trabajo, en este sentido, en sociedades donde no domina la forma valor, no está disociado del espacio doméstico, pues se trata de una actividad que está encaminada al autoconsumo. El desarrollo y la consolidación del espacio privado- espacio público, y con ello, de la familia heteropatriarcal comienza, de acuerdo con nuestra autora, a partir del siglo XVIII y quizás tuvo su último impulso con el desarrollo fordista en los años cincuenta. Además, la estructura familiar burguesa penetró en las clases trabajadoras a finales del siglo XIX (Scholz, 2019a). Coincide, también, con la segunda revolución tecnológica. Su declive puede tener que ver, entre otras causas, con la caída que ha sufrido el trabajo vivo en el proceso de producción provocado por la revolución tecnológica. El control de la reproducción de la fuerza de trabajo ya no es esencial para el capital. Lo cual, sin duda, ha dado paso a un modelo de género mucho más flexible en los últimos años, pero también, a una precarización del trabajo de las mujeres, desde nuestra perspectiva. Así, la crisis del capitalismo coincide también, con una crisis de la estructura heteropatriarcal moderno-capitalista. Lo que los estudios feministas muestran es que el sistema sexo-género del capitalismo y con ello, la fijeza de las relaciones de género depende, en gran medida, de la necesidad de una fuerza de trabajo “sana” para los fines de la acumulación. En una sociedad en la que las revoluciones industriales han expulsado al trabajo vivo del proceso de producción y han vuelto superflua a una buena parte de la clase trabajadora, el control de la reproducción de la fuerza de trabajo no es hoy en día un factor central para la acumulación.
La difusión de la familia heteropatriarcal coincide con la consolidación del espacio publico y privado, lo que acontece a finales del siglo XIX; momento en que la producción para el autoconsumo se reduce considerablemente y la mayor parte de los bienes de subsistencia pueden encontrarse en el mercado, coincide también con una pequeña subsunción real del trabajo doméstico.
El nivel “psico-social” del capitalismo y las implicaciones del principio de escisión androcéntrico
La forma valor/escisión se despliega en los dos niveles de la socialidad: el material y el “psico-social”. Para Scholz, la tradicional metáfora arquitectónica del marxismo no es adecuada para comprender la forma valor/escisión. Ésta plantea que la superestructura está determinada por la base material, de tal forma que el nivel psico-social se deduce de las relaciones materiales. Desde su punto de vista, en cambio: “no se puede suponer, de acuerdo con el esquema tradicional de base-superestructura, que la división de funciones sexo-específicas representan el nivel primario en la producción de la vida, a lo que los significados culturales se le adhieren externamente.” (Scholz, 2011, p. 112 [la traducción es nuestra]). Para nuestra autora, la relación es una de intercambio recíproco. De modo que la dimensión semiótica y psicológica es tan central para la socialización de los individuos como la dimensión material: “más bien hay que colocar los factores materiales, simbólico-culturales y psicosociales en el mismo nivel de relevancia.” (Scholz, 2013, p. 51). Esto es, avanzando en este argumento, toda producción material es siempre a la vez un proceso de producción de sentido.
De modo que la división sexual del trabajo requiere y produce determinadas identidades de género proyectadas en los sexos. La racionalidad, la competencia, la política, la fuerza, la valentía, etc. son atribuidas a la masculinidad, incluso la definen. En contraposición, la sensualidad, la emotividad, la debilidad, la pasividad y la dependencia son atribuidas a la feminidad. Esto significa que la feminidad engloba todo aquel atributo que no puede ser subsumido bajo el principio de la moral capitalista, y por lo tanto, todo atributo disociado de la masculinidad (Scholz, 2020, p. 78) Por ello, en un nivel semiótico-cultural, la lógica del capital es androcéntrica, es decir, los rasgos propios del capitalismo son atribuidos a la identidad masculina, la inteligencia como raciocinio calculístico, la competencia y agresividad, etc.: “El género del capitalismo es el género masculino” (Scholz, 2013, p. 50). En otras palabras, a la masculinidad se le atribuyen las características del ethos capitalista, del que habla Weber.
El pensamiento “posmoderno”, la teoría crítica culturalista invierte la metáfora del marxismo tradicional y asume una producción cultural de sentido que precede todo despliegue material. En contraste, para la autora alemana, el nivel semiótico no es condición de la división sexual del trabajo. Las identidades de género no se producen primero en la dimensión cultural, para luego provocar una división del trabajo correspondiente. Con todo, es claro que las identidades de género se transforman y no son estructuras fijas. Fue, como hemos señalado, hasta el siglo XVIII que se desarrolló el sistema moderno binario de género junto con el cual surge la familia heteropatriacal. No fue hasta ese momento que se constata un esmero por construir un género antagónico al masculino, por fundamentar una polarización de los géneros, por fundamentar un sistema sexo-género binario4. Así, por ejemplo:
“El “sistema de sexualidad dual” moderno (Carol Hagemann– White) no se formó hasta el siglo XVIII, y sólo entonces se llegó a una “polarización de los caracteres de género” (Karin Hausen); hasta ese momento las mujeres eran consideradas más bien una variante más del ser varón…Si bien las relaciones de género modernas, con las correspondientes atribuciones de género polarizadas, estuvieron limitadas inicialmente a la burguesía, con la generalización de la familia nuclear se fueron extendiendo poco a poco a todas las capas y clases.” (Scholz, 2019a, pp. 44-45)
El despliegue de la forma patriarcal en el capitalismo
De acuerdo con Scholz, esta estructura asociativa/disociativa, basada en las relaciones de género, se despliega en un “meta-nivel”, se trata de la “metalógica” del capital. Trasciende la clásica dicotomía valor-valor de uso de la estructura mercantil. Pues, según la lógica de la escisión, la contradicción valor-valor de uso requiere, primero que nada, de un meta nivel que asocie determinados significados, comportamientos e identidades al principio del valor, y determinadas formas a lo otro, a lo natural. El principio disociativo necesita de principio de socialización y de un principio de naturalidad, el cual inicia primero que nada en la construcción de un sistema sexo/género. Se trata de la contradicción primaria del patriarcado productor de mercancías: capitalismo vs. vida. Por esto la dimensión social-natural, es decir, la lógica de la reproducción de la vida es atribuida a lo femenino, mientras que su contraparte social-abstracta, la del capital, es atribuida a lo masculino.
La forma patriarcal del valor/escisión es un “principio formal de la totalidad social” (Scholz, 2013, p.54) Sobre este principio de constitución social surge la estructura contradictoria de la mercancía, —el trabajo es el padre, la tierra, la madre de la riqueza (Marx, 2011, p. 53)—. Así Scholz (2013), señala: “la escisión del valor poder concebida como una lógica superior, que va más allá de las categorías propias de la forma mer- cancía.” (p.49) Habría, con ello, una represión de lo femenino en los sujetos cuando actúan en el espacio mercantil, en particular, en los hombres, pero también en las mujeres en la medida en que forman parte del proceso de trabajo.
“El principio disociativo necesita de principio de socialización y de un principio de naturalidad, el cual inicia primero que nada en la construcción de un sistema sexo/género. Se trata de la contradicción primaria del patriarcado productor de mercancías: capitalismo vs. vida”
Sin embargo, para nuestra autora, las identidades de género están siempre sometidas a transformaciones. Por lo cual, primero que nada, el sistema sexo-género del patriarcado productor de mercancías no se impone de manera absoluta. No es una forma social rígida. Es , pues, evidente que las mujeres siempre han formado parte de la fuerza de trabajo, que la mayor parte de las mujeres han trabajado por lo menos en algún periodo de su vida y, que, en consecuencia, no estamos hablando de una estructura fija y autoritaria, sino de una forma que, además de ser maleable, atraviesa también el espacio de lo público: impacta también la forma en que el trabajo feminizado es valorado en el espacio mercantil. Se trata entonces de un principio constitutivo de lo social, tanto en un nivel “esencial”, como en lo “fenoménico” (Scholz, 2020a). Por lo tanto, en la sociedad dominada por la forma patriarcal del valor/escisión, las mujeres están “doblemente socializadas”: en tanto que agentes económicos en el espacio de reproducción, y en tanto que agentes económicos en el espacio mercantil. En la actualidad la forma valor/escisión sigue operando: “[este ]hecho se muestra, por ejemplo, también en las menores posibilidades de ascenso y menores ingresos” (Scholz, 2020a, p. 80). El neoliberalismo muestra que las estructuras patriarcales han entrado en crisis, las identidades de género son mucho más flexibles y a pesar de ello la forma valor/escisión permanece y es más violenta. Además, la doble socialización de las mujeres es necesaria por “pura supervivencia” (2020a, p.81), y desde el punto de vista de la división sexual del trabajo, la flexibilidad de las identidades de género no ha transformado la atribución del trabajo doméstico a las mujeres:
“Se produce un descuido del patriarcado cuando las instituciones como la familia y el trabajo remunerado quedan erosionadas por crecientes tendencias a la crisis y la pauperización, sin que hayan desaparecido fundamentalmente las estructuras y jerarquías patriarcales. Hoy en día las mujeres están obligadas a actividades laborales por la pura supervivencia. También son las mujeres quienes, en los slums del así llamado Tercer mundo, inician los grupos autogestionados de ayudas, convirtiéndose en administradoras de las crisis. (Scholz, 2020, p. 81)
***
La crítica de Scholz al marxismo feminista se asienta fundamentalmente en la importancia que éste le otorga a la categoría de clase. Primero que nada, para Scholz, las anteriores interpreta- ciones de las relaciones de género como relacio- nes económicas, como relaciones de producción en los términos de Haug impide una compren- sión de la dimensión psico-social del capitalismo y su importancia para el despliegue del patriar- cado. A su modo de ver una solución reformista sería demasiado limitada, pues no podría atacar el nivel psico-social. Por otra parte, propuestas como las del Manifiesto de un feminismo para el 99%, no sólo no propone una teoría crítica de la emancipación, prioridad del proyecto Krisis, sino que subsume la categoría de género a la de clase, y prioriza la última. De nuevo, este tipo de propuesta como señala Postone es a fin de cuentas reformista, pues enfoca la transformación en la dimensión distributiva y no en la dimensión pro- ductiva. Además, desde la perspectiva de Scholz, no ataca la dimensión psico-social. La propuesta de Scholz busca establecer una relación entre el principio de valor y las relaciones opresivas del capital, desde un punto de vista estructural. Su postura, inevitablemente lleva a la conclusión de que resulta necesaria tanto la abolición del trabajo como la abolición del género en tanto que identidad disociativa. Por ello, el planteamiento de Scholz y en principio, de los teóricos del valor, es el siguiente: la abolición de la socie- dad capitalista —y con ello, de sus formas de opresión— requiere de una abolición del trabajo como estructura de socialización/disociación y de explotación/superexplotación. Por otra parte, la fuerza de la propuesta de Scholz, desde nuestra perspectiva, se halla en que permite comprender bajo qué principios operan los procesos de expul- sión, sobreexplotación y de violencia incluso de genocidio, como señala Echeverría de las y los trabajadores, en el capitalismo.
En un artículo reciente, Scholz plantea con claridad el principio de disociación como un modelo teórico para pensar la etnicidad, la clase y el género, en la sociedad capitalista: “En este contexto, la teoría de la disociación del valor debe ir hasta el punto de registrar e incorporar todo aquello que no entra en su lógica general como principio estructurante” (Scholz, 2020a, 90). Si bien la teoría marxista tradicional nos obligaba a subsumir toda forma de opresión bajo el principio de clase, las nuevas lecturas de El capital, en cambio, han buscado reconfigurar y reinterpretar la teoría de Marx más allá, sin por ello, tener que abandonar la dimensión material y social de la dominación. Como hemos señalado, ya el mismo Postone había caído en cuenta que en el análisis de la forma mercantil era posible encontrar nuevas vías para comprender la opresión de los sujetos sociales contemporáneos sin abandonar la perspectiva de la crítica del capital. A nuestro parecer, la teoría de la blanquitud, propuesta por Echeverría tiene una intención semejante. Se trata de un proyecto para comprender el criterio de disociación capitalista desde una perspectiva racial, para comprender cómo opera el racismo de la modernidad capitalista.