Los extraños tiempos en que vivimos nos alejan de una simple verdad: las resistencias, rebeldías y revoluciones que la gente más humilde ha hecho a lo largo de la historia no surgen solamente del hartazgo, de no soportar vivir más lo invivible, sino, principalmente, de las tremendas fuerzas que brotan de sueños colectivos. En ese núcleo de fuerzas excepcionales radica el sentido profundo de la palabra libertad y socialismo. Esta última palabra, en un particular desuso y recurrentemente condenada, ha expresado el horizonte común que tienen los sueños de los pobres de la tierra –al menos en los últimos ciento cincuenta años– por construir un mundo libre y justo.
En una isla caribeña de la región del mundo que habitamos, el sentido de lo colectivo ha tenido como centro vivir sabiendo que es posible realizar los sueños. Que en las formas más simples de la vida anidan las potencias capaces de vencer lo que impide a los seres humanos ser felices. Cuba socialista es el nombre de esa utopía realmente existente que, andando por caminos propios, con enormes esfuerzos y límites, demuestra la posibilidad de vivir los auténticos dramas humanos y no los de una dinámica económica que se ha puesto por encima de la humanidad misma.
Y en esa isla han surgido millones de héroes y heroínas que casi siempre de manera anónima han dado luz a grandes creaciones. Uno de ellos es el autor de los textos de esta antología: Fernando Ramón Martínez Heredia. Muchas veces desde el anonimato –ya fuese porque sus tareas así lo demandaban o por la arbitrariedad de alguien más– produjo un pensamiento al servicio de las prácticas que se proponen romper los límites de lo posible.
Fernando nació el 21 de enero de 1939 en Yaguajay. Creció en una familia donde se entretejían los relatos de la guerra de independencia con las ideas del asociacionismo negro. Su formación estuvo marcada por los ideales martianos que circulaban en el ambiente, también por una moral cristiana popular y los planteamientos políticos de Eduardo Chibás. A medida que iba tomando conciencia de las injusticas de su sociedad –la Segunda República neocolonial burguesa– la historia comenzó a apasionarle, pero descubrió también que estaba llena de ocultamientos y silencios. Las escasas referencias que encontraba sobre Julio Antonio Mella y Antonio Guiteras despertaron en él un profundo interés. Desde entonces fue rastreando las pistas de la revolución de los años 30. Descubrió que la dictadura que gobernaba el país se había instalado en contra de los planteamientos dejados en el tintero por ella. Él quería combatirla.
El asalto al cuartel Moncada comandado por Fidel Alejandro Castro Ruz – un joven abogado que había sido parte de las juventudes del Partido del Pueblo Cubano Ortodoxo, fundado por Chibás– sacudió a toda Cuba. Por esos días Fernando estudiaba la secundaria y, desde entonces, le siguió las pistas a eso que poco tiempo después sería llamado Movimiento 26 de Julio (en adelante M26) y que pretendía no sólo acabar con la dictadura de Batista sino con todas las injusticias que vivía el pueblo cubano. En 1956 Fernando se incorpora a sus filas. Tenía 16 años. En noviembre de ese año comenzó la guerra revolucionaria con el desembarco del yate Granma. Como combatiente de la clandestinidad tuvo diversas tareas de acción y propaganda. Eran años en que la vida estaba en juego constantemente y en que sus ideas políticas iban tomando forma combate tras combate. En su municipio, él y sus compañeros soñaban, si la revolución triunfaba, harían la reforma agraria y fundarían una biblioteca en su pueblo. Presenció la toma de Santa Clara bajo la dirección de Ernesto Che Guevara. El Che seguirá siendo para Fernando faro y ejemplo.
El triunfo revolucionario del primero de enero de 1959 abrió nuevos horizontes. A partir de entonces iniciaron los combates más intensos para que la guerra insurreccional garantizara hacerse del poder. En los primeros meses ocurrieron profundos cambios sociales de la mano de la movilización popular armada. Fernando realizó labores de defensa, participó en la lucha contra bandidos, la movilización frente el cambio de poderes en Estados Unidos, la lucha contra la invasión en Girón. También participó en la creación de los Comités de Defensa de la Revolución, en labores pedagógicas como el Plan Fidel y la campaña de Alfabetización. En su natal Yaguajay, él y otros militantes del M26 adelantaron la ejecución de la tercera ley de la sierra Maestra, la Reforma Agraria, entregando títulos de tierras a centenares de pobladores, hazaña que generó grandes tensiones en los débiles entramados que sostenían la unidad del nuevo Estado.
La revolución cubana fue una revolución socialista y de liberación nacional desde un inicio. Públicamente se definió como tal el 16 de abril de 1961, cuando en un acto masivo Fidel declaró el carácter socialista de la revolución. A partir de entonces la gente se volcó con inédito interés a hablar de socialismo. En enero de 1962 se proclamó la Reforma Universitaria, que entre sus planteamientos indicaba como obligatoria la impartición de enseñanza de Filosofía y Economía Política marxista en todas las carreras universitarias. Fernando cursaba ya el cuarto año de la carrera de derecho cuando fue seleccionado para capacitarse en la Escuela Raúl Cepero Bonilla, que formaría a los primeros docentes del recién creado Departamento de Filosofía –siguiendo los lineamientos de la Reforma–. El curso duró de septiembre de 1962 a enero de 1963. En su paso por la escuela destacó por su capacidad de reflexión, pero chocó constantemente con la enseñanza dogmática. Su hazaña mas relevante fue haber desobedecido las órdenes de la dirección que ante la conocida Crisis de los Misiles, les indicaba continuar con sus estudios. Él huyó de la escuela y se fue a combatir.
Ingresó como profesor al Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana en febrero de 1963 (DF en adelante), del que llegaría a ser su director. La Filosofía lo emboscó, le cambió el FAL por un manual de Konstantinov “y eso dio lugar a una década de combates intelectuales”. Su nueva responsabilidad no le impidió seguir con sus responsabilidades militares en defensa de la revolución. Al contrario, se incorporó a nuevas tareas internacionalistas bajo el mando del Comandante Manuel Piñeiro Losada, Barbaroja. Esa faceta de su vida, la menos conocida, fue la que mayormente le permitió profundizar sus conocimientos políticos, históricos y sociales de toda América Latina.
Manuel Piñeiro: “El Che nunca se sintió ni derrotado, ni desmoralizado”
Por aquellos años, la dirección de la revolución se empeñó en unificar las tres fuerzas políticas existentes –el Directorio Revolucionario, el Partido Socialista Popular (PSP) y el M26– de cara a consolidar una instancia organizativa capaz de construir la unidad y resolver las diferencias. Esto era fundamental para profundizar el socialismo, ayudar a desatar procesos revolucionarios en otros países, lograr la soberanía económica y garantizar el predominio de las necesidades del proceso por sobre intereses particulares. No fue fácil. El esfuerzo ocurrió en medio de intensas polémicas. Participaron en ellas amplios sectores de la población y sucedieron en múltiples terrenos –artísticos, económicos, políticos–, algunos de los cuales devinieron en agudos conflictos.
El Departamento fue parte de esa historia. Asumió como propio el desafío de incendiar el océano, que el Presidente Osvaldo Dorticós les había encomendado. Los momentos más ricos y originales del Departamento ocurrieron en un tiempo en el que Fidel visitaba cotidianamente la Universidad de La Habana a media noche para dialogar con los estudiantes. Estos intercambios fueron una especie de laboratorio en que las ideas de Fidel se iban afinando para ser expuestas frente a las masas, días después, en históricos discursos. El momento más prolífico del grupo de la calle K –así se le llamaba al Departamento por tener sus oficinas en el número 507 de dicha calle, muy cerca de la Universidad– fue cuando el rectorado estuvo a cargo del médico José Miyar Barruecos (Chomi) entre 1966 y 1972.
El Departamento desarrolló interesantes intercambios con intelectuales y revolucionarios de distintas partes del mundo. Sus reflexiones sobre la historia de Cuba, el Tercer Mundo, las revoluciones, la transición socialista, el arte, la ciencia y la cultura tuvieron alto impacto en una población que hacía suya de manera masiva la reflexión teórica. Plantearon, a modo propio, poner el marxismo a la altura de la revolución cubana a través de una propuesta original que se expresó en renunciar al uso de los manuales para la enseñanza de la filosofía, así como con otras elaboraciones intelectuales.
Como parte de su trabajo, el Departamento dirigió por un breve tiempo ediciones Revolucionarias, cuyo sello pasó luego a formar parte del Instituto Cubano del Libro. También publicó dos importantes antologías de textos sobre filosofía. Pero su mayor creación en el ámbito editorial fue la revista Pensamiento Crítico (PC). Con doce mil páginas escritas y más de seiscientos textos distribuidos en 53 números, entre enero de 1967 y junio de 1971, la revista circuló por toda Cuba y el mundo, dejando su impronta hasta el día de hoy. La selección de textos, sus editoriales, la investigación, la producción original y su propuesta estética fueron innovadoras y alentaron un nuevo ciclo de publicaciones y de formas de asumir el trabajo intelectual desde la militancia revolucionaria. En la presentación del primer número Fernando escribió una definición del quehacer intelectual que ilustra diáfanamente la concepción que el colectivo tenía sobre ello: “el intelectual revolucionario es, ante todo, un revolucionario a secas, por su posición ante la vida; después, aquel que crea o divulga según su pasión y su comprensión de la especificidad y el poder transformador de la función intelectual”.
Por aquellos años Fernando publicó sus primeros textos teóricos. Estudió a profundidad el pensamiento del Che y de Fidel, y las otras revoluciones que han ocurrido en el mundo, como la rusa y la mexicana. Investigó también sobre la revolución de los años 30, rescató los aportes de Julio Antonio Mella y Antonio Guiteras, y planteó una interpretación nueva sobre aquel proceso y sus conexiones con la revolución en curso. Su acercamiento personal con militantes de aquella época, como Raúl Roa, le marcó por el resto de su vida. Leyó y construyó una interpretación crítica original del pensamiento de Carlos Marx, Federico Engels, Vladimir I. Lenin, Antonio Gramsci y José Carlos Mariátegui que le sirvió como base para su propio pensamiento social y su concepción de transición socialista, desarrollada de modo más preciso en las décadas siguientes. Y mientras realizaba todo eso, construyó su primera familia junto a una integrante del Departamento, Niurka Pérez, con quien tuvo dos hijos, Liliana y Julio Antonio.
“el intelectual revolucionario es, ante todo, un revolucionario a secas, por su posición ante la vida; después, aquel que crea o divulga según su pasión y su comprensión de la especificidad y el poder transformador de la función intelectual”
La revolución cubana atravesó por un momento sumamente complicado a inicios de los años 70. El esfuerzo de abrir otros procesos revolucionarios en el continente se había interrumpido con el asesinato del Che. En materia económica, la apuesta de alcanzar el desarrollo económico socialista acelerado con la producción de 10 millones de toneladas de azúcar en la zafra del 1970 fracasó. Las dificultades económicas y geopolíticas impactaron en el peso que tenía la corriente principal de la revolución, la proveniente del M26. Los militantes que venían del Partido Socialista Popular (PSP) ganaron mayor peso gracias a sus relaciones con la Unión Soviética, especialmente luego de que Cuba se incorporara al Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME) en 1972.
Según relata el propio Fernando, la revolución tuvo que “echar mano de su habilidad, la que tienen todas las revoluciones, de salir de su extrema izquierda, porque no le queda más remedio” para cederle espacio a otras posiciones. “Incluso los que éramos protagonistas de lo que había habido –sigue Fernando– no queríamos ser los enemigos de lo que venía, sino simplemente no ser cómplices de eso ni de nada. A lo cual ayudó que a algunos como a mí nos sacaran de todo”. La dirección de la revolución clausuró la revista PC y posteriormente el Departamento de Filosofía. Fernando sería condenado al ostracismo, como él mismo denominó a esa dura etapa de su vida, que duró más que un quinquenio y que fue algo más duro que un tono gris.
Con el cierre del Departamento, mientras se reubicó a los demás integrantes en otras áreas de la Universidad o en algunos Ministerios, a Fernando se le indicó ir como maestro de primaria a una provincia alejada Chomi Villar, aún Rector de la Universidad, detuvo la orden y lo empleó en la rectoría. Trabajó en el mezanine del rectorado desde fines de 1971 hasta fines de 1972, cuando terminó su mandato. Luego de unos meses de impasse, fue trasladado al Instituto Nacional de Reforma Agraria (INRA) –Chomi había sido transferido de la Universidad a la dirección de ese Instituto– donde trabajó como técnico entre 1973 y 1974. Luego trabajó en el Ministerio del Azúcar entre el 74 y el 76, donde dirigió por un año el Boletín Azúcar, allí logró vencer la censura publicando bajo un pseudónimo o de manera anónima. Posteriormente, de 1976 a 1979, fue investigador y jefe de dos Secciones en el Centro de Estudios sobre Europa Occidental.
Fueron años sumamente difíciles. Sus posibilidades de participar en el escenario académico quedaron canceladas. Sin embargo, por cuenta propia continuó con su labor intelectual y con sus tareas internacionalistas. Él mismo estimó que por aquellos años escribió más de 700 páginas de análisis de países latinoamericanos para ese tipo de tareas. Fueron años en las que cayeron en combate –entre tantos otros– Miguel Enríquez, Roque Dalton y Carlos Fonseca, entrañables compañeros de lucha. Sus muertes le pesaron enormemente y fue a través de su recuperación teórica que logró compartir a otras generaciones el ejemplo de ellos.
Entre los años 1979 y 1984 se trasladó a Nicaragua. Bajo el cargo formal de Secretario de Cultura y Prensa en la Embajada de Cuba emprendió una intensa actividad revolucionaria. Impartió talleres y conferencias, redactó análisis y trabajó con comunidades y combatientes. Su contacto con el sandinismo le ayudó a pulir su reflexión en torno al cristianismo, la religiosidad popular y su crítica del ateísmo. Sobre esto tuvo diálogos con Frei Betto, François Houtart y con el pastor bautista cubano Raúl Suárez, que realizaba tareas de solidaridad en Nicaragua y con quien años después tendría un intensísimo trabajo.
A fines de 1984 regresó a Cuba. Sin dejar sus labores internacionalistas, ingresó al Centro de Estudios sobre América (CEA) hasta 1996. En ese momento las bases teóricas que aprendió durante los años 60 se fundieron con la experiencia en análisis concretos trabajados en el internacionalismo. Su regreso a Cuba coincidió con una nueva ofensiva de la revolución cubana que, desafiando el escenario geopolítico mundial y frente al eminente fin de la Unión Soviética, decidió, desde el liderazgo de Fidel Castro, iniciar un proceso de “rectificación de errores y tendencias negativas” para radicalizar el socialismo, romper con las inercias y errores que habían debilitado su carácter libertario.
En 1987 escribió el ensayo “Rectificación y profundización del socialismo en Cuba”. Un año más tarde se publicó junto a otro ensayo, con el título Desafíos del socialismo cubano en un libro de limitada circulación. En 1989 logró romper el ostracismo al obtener el galardón Casa de las Américas en la categoría de ensayo por su libro Che, el socialismo y el comunismo. Obra que rescató la radicalidad de este revolucionario como totalidad.
Desde fines de los ochenta y hasta el final de su vida, de la mano de su compañera Esther Pérez, participó en el Centro Memorial Martin Luther King Jr., espacio impulsado por Raúl Suárez, su familia y otros revolucionarios ligados a la iglesia bautista Eben Ezer de Marianao. El Centro ha contribuido en importantes debates sobre religiosidad y revolución; organiza labores de solidaridad, propaga la educación popular por la isla y se convirtió en un aglutinador de diversos movimientos populares de toda América Latina. Por esos años inició también su relación con la Agrupación Madres de Plaza de Mayo y otros movimientos de la región, como el Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra de Brasil.
En 1996 fue clausurado el Centro de Estudios de América (CEA) con argumentos y ataques similares a los que sufrió el Departamento en los años 70. No era casualidad, algunos de sus más destacados integrantes como Aurelio Alonso, Hugo Azcuy, Germán Sánchez Otero y Fernando, formaban parte del Centro. Contradictoriamente en ese mismo año, Fernando fue condecorado con la Orden “Por la Cultura Nacional”, otorgada por el Ministerio de Cultura. Tras el cierre del CEA ingresó a trabajar al Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello, dirigido por Pablo Pacheco López. En esa institución laboró hasta el fin de su vida.
Será fundador y miembro del consejo de redacción de la revista América Libre, en la que participaron diversos intelectuales y militantes latinoamericanos. En 1999 publicó En el horno de los noventa a través de la editorial argentina Barbaroja y con el apoyo de Esther Pérez y Claudia Korol. Será su primer libro fuera de Cuba. Sus participaciones en seminarios en toda América Latina comenzaron a hacerse recurrentes. También las entrevista. Para el año 2001 se publica El corrimiento hacia el rojo, material que gozará de una difusión amplía en Cuba y que será la obra clave para que muchos jóvenes descubran a Fernando y comience así una nueva forma de influencia del autor en el proceso cubano.
A partir de la década de los noventa y hasta su muerte, publicará cientos de ensayos vinculados a los desafíos revolucionarios, el pensamiento del Che, la historia, la cultura y la transición socialista. Sumará a su acervo la publicación total de veinte libros como autor y quince como coautor. Participó en diversos encuentros académicos y participó impartiendo cursos y seminarios de posgrado en diversas universidades de América Latina y Europa. También recibirá diversas condecoraciones. La Asamblea Municipal del Poder Popular en Yaguajay lo declaró Hijo Ilustre en 2001. Recibió el Premio Nacional de Ciencias Sociales 2006, la máxima distinción en Cuba para un pensador social. Fue reconocido por la Asociación Hermanos Saíz como “Maestro de Juventudes” en 2010. En 2015 se le concedió el Premio Nacional de Investigación Cultural por la obra de la vida. En marzo de 2017 se le otorgó la distinción Félix Elmuza de la Unión de Periodistas de Cuba.
“Para el año 2001 se publica El corrimiento hacia el rojo, material que gozará de una difusión amplía en Cuba y que será la obra clave para que muchos jóvenes descubran a Fernando y comience así una nueva forma de influencia del autor en el proceso cubano”
Un humilde más entre millones que hace más de 60 años hicieron triunfar a la revolución más radical y duradera en la historia humana, murió la noche del 12 de junio de 2017 mientras trabaja en su casa en la Ciudad de La Habana. Por aquellos días laboraba en materiales que contribuían al debate sobre la necesidad de profundizar la revolución cubana frente al riesgo perene de que el capitalismo se reinstale en Cuba. Preparaba la publicación de un libro sobre Carlos Marx. Peleaba día a día con su agenda llena de actividades para buscarse un tiempo para concluir un sin fin de proyectos intelectuales que, lamentablemente, quedaron en el tintero. Y, fundamentalmente, vivía siendo consecuentemente subversivo, lo que entre otras cosas se expresaba en la intensa alegría con la que disfrutaba de la vida y con la humildad con la que aprendía de todas las personas y enseñaba a los demás, así como con la tremenda energía con la que contagiaba el desafío de que las voluntades humanas en colectividad fueran capaces de hacer saltar por los aires aquellas condiciones objetivas que nos mantienen sujetos a nuestra condición de oprimidos, dominados y explotados.
Fernando, contador de historias y testigo de grandes acontecimientos, repetía, entre tantas anécdotas, una muy simple que vivió a inicios de la década de los noventa. Eran tiempos muy duros, quizás un poco parecidos a los actuales. Las nociones del pensamiento único y del fin de la historia (que en lo fundamental es un argumento para negar que puedan seguir ocurriendo revoluciones) comenzaban a dominar las conciencias, incluso de quienes se enfrentaban al capitalismo. La Unión Soviética había terminado sin haber sufrido ninguna guerra contrarrevolucionaria. Algunos procesos revolucionarios fueron derrotados. Muchos militantes se habían rendido. Otros se abrían camino en una participación política que no buscaba impulsar una agenda reformista, sino simplemente conseguir que sus individualidades fuesen incluidas en el concierto de las clases dominantes, quizás como esperando una especie de indemnización por tanto que habían hecho. Y Cuba enfrentaba la más dura crisis del periodo revolucionario, fuertemente impactada por la caída del bloque y por el incremento de la acción imperialista en su contra, mientras se lanzaban cálculos y apuestas sobre cuántos días de vida le restaban a la revolución. Fernando impartía entonces una charla en Santiago de Chile cuando una señora pobre le preguntó: Bueno, ¿y cómo van a hacer ustedes los cubanos para mantener esa utopía que es lo más importante que ustedes tienen para nosotros? Y él simplemente respondió que no sabía cómo contestar ese planteamiento tan profundo y difícil, pero que podía asegurarle que ella nunca oiría decir que los cubanos se habían rendido.
Contra la burda noción que identifica a las utopías como un ideal regulador, la cubana labra sus propios caminos sabiendo que la realización del paraíso en la tierra –que resulta ser lo mismo que el fin de todas las dominaciones– no será donación de nadie, sino un esfuerzo colectivo que demanda que quienes diariamente luchan por conseguirlo aprendan de sus errores y los corrijan, que violenten los resultados de sus prácticas y encuentren, en medio de la podredumbre del capitalismo, las fuerzas capaces de vencer aquello que aparece como invencible. Fernando trató de sistematizar ese aprendizaje e hizo reflexiones proyectuales. Esta antología se publica a cinco años de su muerte, gracias al apoyo de su compañera Esther Pérez y a una coordinación de editoriales que quieren rendirle homenaje compartiendo sus textos a fin de permitir a los lectores acercarse al pensamiento de este revolucionario comunista cubano, internacionalista, martiano y fidelista o para decirlo más breve, a la obra de un revolucionario a secas.
El texto publicado pertenece al prólogo de Pensamiento crítico y Revolución, recientemente editado en un esfuerzo conjunto de Incendiar el Océano, El Colectivo, IEALC, Rosa Luxemburgo Stiftung, Filosofía Cuba Ediciones.