Lula Bolsonaro elecciones

Termina la que puede considerarse una de las campañas electorales más largas de Brasil desde el proceso de redemocratización de los años 80. El ambiente de campaña permanente comenzó en 2018, durante el tiempo de prisión que afrontó Luiz Inácio Lula da Silva; atravesó las elecciones presidenciales de aquel año y todo el gobierno de Bolsonaro, iniciado en 2019; y es recién ahora que, felizmente, llega a su fin.

Dentro de una semana, el domingo 30 de octubre, 156 millones de brasileños podrán expresar la conclusión a la que llegaron sobre el futuro de Brasil después de estos casi 60 meses de feroz disputa entre la izquierda, aliada al centro democrático, y la ultraderecha protofascista, que cuenta con el apoyo de la centroderecha. No parece una elección muy difícil entre un lado y otro, pero no hace mucho tiempo que la élite oligárquica incluso reivindicó la equivalencia negativa entre los dos proyectos, jugando un papel decisivo en empujar a Brasil hacia esta impensable dicotomía.

Parte de la respuesta de la población ya se manifestó en la primera vuelta electoral. Lula ganó la primera etapa con 6,2 millones de votos, contra la candidatura de Jair Mesías Bolsonaro. De los votos válidos, Lula obtuvo el 48,43%, Bolsonaro el 43,2%, Simone Tebet el 4,16%, Ciro Gomes el 3,04%. En total, la abstención fue del 20,95%.

El Brasil que emergió de las urnas en la primera vuelta es un país regionalmente dividido. De los 27 estados, incluido el Distrito Federal, Lula ganó 14 y Bolsonaro 13. Lula obtuvo votos concentrados en la región nordeste y una parte significativa del norte; Bolsonaro obtuvo votos concentrados en el centro oeste, en el sur y una parte significativa del sureste, especialmente San Pablo. Este escenario de división regional dio lugar, una vez más, a la agresión xenófoba y regionalista contra el nordeste brasileño, que históricamente ha mantenido su lealtad electoral al PT en las últimas décadas. El Estado de San Pablo es considerado, en esta segunda vuelta, como el campo de batalla neurálgico, debido al gran contingente de electores y al potencial de ampliación del voto de Bolsonaro, que perdió sufragios entre las elecciones de 2018 y las actuales.

Luego de tres largas semanas desde el final de la primera vuelta, la diferencia entre el eventual ganador -muy probablemente Lula- y el segundo lugar -Bolsonaro-, parece ser muy ajustada. Es importante considerar que Lula nunca perdió el liderazgo en ninguna de las encuestas de los principales institutos de investigación a lo largo de una larga campaña que comenzó mucho antes de su oficialización, como mencioné anteriormente, además de haberse impuesto en la primera vuelta.

En las últimas semanas, el número de los que dicen estar indecisos ha ido disminuyendo; por eso uno de los factores más importantes para la victoria de Lula es evitar una alta abstención el domingo electoral. No será tarea fácil, pues la tendencia a la abstención es siempre mayor en la segunda vuelta, reforzada por la desmovilización de parte de la población provocada por el clima de extrema polarización.

Asociado a eso, hay que tener en cuenta los condicionantes sociales y económicos dentro de una fracción del electorado empobrecido y de baja escolaridad, que tiene significativas dificultades para desplazarse por la ciudad y pocas oportunidades para ejercer su derecho al voto cuando debe procurar alimentos para su familia de forma prioritaria. Será necesario, por parte de la campaña de Lula, presionar a los municipios para que garanticen el transporte público gratuito -lo que fue autorizado por el Supremo Tribunal Federal- y para organizar transporte solidario, así como la movilización de vecinos y familiares para auxiliar el traslado de ancianos y de personas con necesidades especiales. Hasta el último momento de la votación todos los esfuerzos pueden ser definitivos.

Del lado de los votantes de Bolsonaro, una mayor abstención puede ser provocada por el hecho de que el día de las elecciones (el 30 de octubre) está ubicado entre dos feriados, el Día del Servidor Público el viernes 28 de octubre y el Día de los Muertos el miércoles 2 de noviembre. Es posible que se utilicen métodos de movilización basados en el odio al PT y a Lula, a través de una de las grandes ventajas del bolsonarismo: una base social conectada a través de grupos de whatsapp y de redes sociales potenciada en los últimos años. Pero, además de actuar para evitar la abstención de sus votantes, lo que Bolsonaro y sus partidarios pretenden es provocar un aumento de la abstención de los votantes de Lula. El bolsonarismo también puede apelar a generar confusión en los colegios electorales que provoquen colas y retrasos en la votación. Todo es esperable en el intento de desbaratar la movilización de los votantes de Lula el día 30. Otros comportamientos a observar en relación al gobierno de Bolsonaro es el uso de la maquinaria pública del Estado para la compra de votos vía transferencia directa de dinero a votantes que se benefician de programas sociales.

Aproximadamente 21 mil millones de reales ya fueron transferidos a la población a través del Auxilio Brasil (R$ 10,9 mil millones); de la extensión del programa a personas antes no incluidas (R$ 4,6 mil millones); de préstamos deducibles de la nómina de Auxílio Brasil (R$ 1,8 mil millones); en asistencia a los camioneros (R$ 1,5 mil millones); en asistencia a los motoristas de taxi (R$ 1,2 mil millones); en el aumento de la Asistencia Gas (R$ 630 millones); y de nuevos beneficiarios de la Asistencia Gas (R$ 34 millones).

Mientras la población de bajos recursos es incluida con ayudas y beneficios de última ahora, ejecutados de forma apresurada, el escenario laboral se vuelve dantesco, con la proliferación de vídeos de denuncias de hostigamiento e intimidación realizadas a los trabajadores por parte de las patronales que apoyan a Bolsonaro. El Ministerio Público del Trabajo ya ha recibido más de 700 denuncias de hostigamiento por parte de empleadores a trabajadores para coaccionar el voto en estas elecciones. Un aumento del 385% en comparación con el período electoral de 2018.

“El escenario laboral se vuelve dantesco, con la proliferación de vídeos de denuncias de hostigamiento e intimidación realizadas a los trabajadores por parte de las patronales que apoyan a Bolsonaro”

Otro ámbito de acoso ha sido el religioso, en especial los templos de las iglesias evangélicas neopentecostales. Los pastores han utilizado sus servicios para obligar a sus fieles a votar por Bolsonaro y sus candidatos a gobiernos estaduales. El uso de la religiosidad y la fe de la gente es una característica del proyecto bolsonarista, que llegó al poder en 2018 también por esta vía. Por un lado se fabrican noticias falsas, manipulando a la opinión pública, y aduciendo que el PT irá en contra de las iglesias, incluso con la intención de cerrarlas, o que haría cosas absurdas como pactos con el diablo. También se atacan los espacios de otras religiones, especialmente las de origen africano, pero también a la Iglesia Católica, como sucedió el 12 de octubre, día de la patrona de Brasil, cuando se profanó la basílica de Aparecida mientras se oficiaba una misa en honor a la santa. La tensión es tan grande que la campaña de Lula adoptó la medida de escribir una carta de compromiso con la comunidad evangélica como una forma de mitigar los impactos de la verdadera guerra santa en que se convirtió la segunda vuelta.

Además de los lugares de trabajo y las prácticas religiosas, otro ámbito donde abundan las denuncias de violencia, agresión y acoso electoral son las escuelas, colegios y universidades: maestros y profesores son humillados o despedidos y los estudiantes amenazados por sus propios compañeros. El ambiente es reflejo de la actuación desmesurada de una aglomeración de personas, invariablemente bolsonaristas, que avanza sobre el derecho de expresión de cualquiera que contradiga las ideas y opiniones de su candidato. Banderas arrancadas de sindicatos docentes, profesores despedidos por tuitear contra Bolsonaro y estudiantes coaccionados por llevar materiales de campaña o ropa alusiva a la campaña de Lula, son algunas de las escenas frecuentes estos días.

Samba de a dos: entre el mito y la esperanza

Otro artificio que todavía puede utilizar la campaña de Bolsonaro y que aumentaría el grado de imprevisibilidad de esta última semana, es la de provocar una conmoción nacional entorno a algún acto de violencia contra el propio candidato o personas cercanas. Durante los últimos días ha habido al menos dos ensayos: uno de ellos fue en Fortaleza, cuando la iglesia que acogía una actividad con la primera dama Michele Bolsonaro fue baleada poco antes de su llegada; y la más reciente fue en San Pablo, en donde ocurrió un tiroteo cerca de una escuela donde se encontraba el candidato a gobernador del bolsonarismo, Tarcísio de Freitas, en un barrio pobre de la capital paulista. En ambos episodios, integrantes de la campaña de Bolsonaro, como el general Heleno y la exministra de la mujer, Damares Alves, intentaron convencer a la población que se trató de amenazas electorales por parte de los seguidores de Lula.

El uso de fondos gubernamentales para beneficios sociales de última hora; el hostigamiento de trabajadores por parte de empleadores; la intimidación de fieles por parte de pastores en templos e iglesias; la expulsión de profesores y alumnos partidario de Lula en escuelas y colegios; restricciones a la movilidad urbana en las jornadas electorales; el intento de adjudicar al lulismo supuestos ataques a Bolsonaro y su familia; son estas las acciones observadas en los últimos días en un intento desesperado por sacar a Lula de la preferencia de la mayoría de los brasileños.

Pero el distintivo de la campaña bolsonarista es la masificación de la desinformación y las fake news. Fue esta estrategia la que en buena medida llevó al éxito del bolsonarismo en 2018, mientras que en la recta final de este 2022 se observa una verdadera avalancha de contenidos falsos y discursos de odio. La fórmula de la mentira, el odio y la masificación de contenidos violentes se está aplicando en todo su potencial. Tanto es así que en los últimos días el Tribunal Supremo Electoral parece haber despertado de su anestesia, intentando por fin reaccionar. El Tribunal votó por unanimidad en favor de medidas para restringir estas prácticas, como el retiro de contenidos dentro de las dos horas siguientes a la notificación judicial; el aumento de multas por incumplimiento de determinaciones dentro del plazo; la suspensión de perfiles y cuentas infractoras; la posibilidad de suspensión de plataformas por un periodo de 24 horas; el bloqueo de anuncios, etcétera. Veremos, en los próximos días, el impacto real de estas medidas sobre lo que el propio tribunal llama el “ecosistema de la desinformación”.

“El distintivo de la campaña bolsonarista es la masificación de la desinformación y las fake news”

En el breve resumen de estas líneas, se puede apreciar que Brasil vive una batalla dramática entre democracia y autoritarismo, soberanía alimentaria y hambre, dignidad y servilismo, libertad religiosa y cruzada moralista, vida o muerte. Todo ciudadano que sea crítico con el actual gobierno y pretenda votar por Lula deberá superar una barrera de obstáculos de odio, mentiras y manipulación en su propio entorno familiar y barrial, en el trabajo, en la iglesia, en el ámbito educativo, en redes sociales, radio y TV. En la mañana del 31 de octubre, Brasil habrá elegido un presidente que heredará un país fragmentado, confuso, violento, dividido y regionalmente conflictivo. Sólo Lula tiene la estatura de estadista y la capacidad para regenerar a este país.