A Venezuela y al chavismo pareciera que se le quiere aplicar la damnatio memoriae, esa práctica romana de borramiento adrede y con rigor del recuerdo del condenado. ¿Por qué se condena al chavismo? ¿Quién condena?

Hace 20 años, un 11 de abril, con pocos años de haber sido electo presidente, a Hugo Chávez le hicieron un golpe de Estado, orquestado desde la Casa Blanca y ejecutado por una facción de militares de alto rango, con el rol central de los medios de comunicación propiedad de las familias más poderosas del país. Primera condena.

Durante el 11 y 12 de abril de 2002 asistimos a un montaje sofisticado donde falsas cartas de renuncia, asesinatos con francotiradores infiltrados, falsos ataques de civiles (que eran los verdaderamente atacados), omisiones de delitos cometidos por cuerpos de seguridad alineados con las fuerzas golpistas, y un continuo de dibujos animados y disparates en la parrilla de los principales medios de comunicación, fraguaron la eliminación del chavismo: no había presidente, no había pueblo resistiendo en la calle.

Pero Hugo Chávez no había renunciado, y el pueblo desde las calles de todo el país lo reclamaba, así como los soldados rasos del ejército, quienes finalmente el 13 de abril lograron traer al presidente de nuevo a Miraflores y mostrar al mundo la cara verdadera del drama venezolano.

¿Por qué el golpe? ¿Cuál fue el delito? Unos meses antes, a finales de 2001, el presidente Chávez aprobó la Ley de Tierras y Desarrollo Agrario y la Ley Orgánica de Hidrocarburos, entre otras leyes especiales que significaron una ruptura estructural con el modelo de propiedad latifundista y de extracción y distribución de renta imperante hasta entonces. Los afectados: los históricos dueños de las tierras del país, y los grandes gerentes ‒nacionales y transnacionales‒ del negocio del petróleo.

Culpable. A partir de entonces Chávez fue condenado al exterminio. Y con él también fue condenado el movimiento chavista, y todo lo que lo respaldara.

De hecho, de inmediato (entre 2002 y 2003), y a pesar del llamado al diálogo que hiciera Chávez a los sectores opositores participantes en el golpe de Estado, se aplicó al país una estrategia lo lock out de PDVSA. Se paralizaron absolutamente todas las operaciones de la estatal petrolera del país, demostrando así la paulatina privatización y expatriación que venía sucediendo en la megaempresa petrolera. Las pérdidas fueron incuantificables. Sin embargo, gracias de nuevo a los trabajadores “rasos”, la empresa se pudo volver a poner en marcha.

En 2005 Chávez declaró el rumbo socialista de su gobierno. Culpable. ¿Quién juzga?

Estados Unidos, sí, el imperio, sí, los gringos, los mismos que derrocaron salvajemente a Jacobo Árbenz en Guatemala, bombardearon la Moneda en Chile y al barrio el Chorrillo en Panamá, invadieron Granada y diseñaron y aplicaron el Plan Cóndor, responsable de los más crueles métodos de exterminio ejecutados en países de la región, ellos, los gobernantes de EE. UU., siguieron atacando a Venezuela, como era de esperarse.

En 2005 comenzaron a aplicar una serie de medidas selectivas contra funcionarios y entidades del gobierno venezolano, con la excusa de la guerra al narcotráfico y al terrorismo. Así empieza a funcionar el paquete de Medidas Coercitivas Unilaterales (MCU) contra el chavismo, diseñado para producir asfixia y lograr el cambio de gobierno.

Comienzan también las guarimbas o estrategias de cooptación de grupos, preferiblemente jóvenes, entrenados y financiados para levantar protestas al estilo “primaveras” y generar un ambiente de violencia sostenida que instigue al odio y el enfrenamiento. Esto sucedió en Venezuela con distintas intensidades, desde 2004 hasta 2017, y generó episodios terribles como la quema de personas por “parecer chavistas” o el cierre de vías con alambres y guayas que produjeron muertes de transeúntes.

Culpable. Se elevó al máximo la intensidad de los reflectores para condenar a todo pulmón la contención de estas “manifestaciones”. La noción de derechos humanos vaciada de sentido pero gritada en coro estridente, a cuyos emisores se les caía la cabeza del peso de las gríngolas que no les dejaron ver lo ocurrido en ningún otro país, ni siquiera tan cercano como Colombia, donde los asesinatos, fosas comunes, masacres, etc. pasaron y siguen pasando por debajo de las mesas y sillas de las plenarias de los organismos internacionales.

Culpable. Muere Chávez. “Al fin el fin del chavismo”. Pero no. Es electo Nicolás Maduro presidente, y arrecia todo tipo de ataques: intentos de golpes, amenazas de invasión, asfixia financiera, gobierno paralelo, promoción e instrumentalización de la migración económica. Todo lo que no se haya hecho contra el gobierno de Venezuela para derrocarlo quedará a estas alturas para guiones de ciencia ficción.

A la fecha, se han dictado siete Órdenes Ejecutivas contra Venezuela. La inaugural, la gran sentencia del Premio Nobel de la Paz Barak Obama que declara a Venezuela una “amenaza inusual y extraordinaria para la seguridad nacional y la política exterior de Estados Unidos”. Donald Trump, por supuesto, multiplicó la escalada de ataques y hasta le puso precio a las cabezas de los gobernantes del país, cual western trasnochado y serie B.

En suma, se han emitido más de 540 sanciones contra Venezuela en los últimos 7 años, lo que implica que el país no pueda participar del sistema financiero internacional. El régimen sancionatorio persigue y castiga a cualquier corresponsalía bancaria que preste servicios a Venezuela. Además, le ha incautado activos, oro y divisas en bancos en EE. UU. y Europa, en un claro ejercicio de dominación imperial y colonial.

Pero el ataque más feroz ha sido simbólico: la damnatio memoriae construida e inducida por la industria internacional de propaganda y entretenimiento. Más allá del estrepitoso fracaso de la serie colombiana “El Comandante”, que no pasó de una temporada, por ejemplo, la estrategia comunicacional desarrollada en series y películas (ficción y “documental”), libros, programas académicos etc., ha sido escandalosa. Retrotrae por supuesto a las narrativas de estigmatización y persecución de la Guerra Fría y, más actualmente, a la inverosímil rusofobia desatada tras en conflicto en Ucrania.

Internet viene siendo terreno amplio para el borramiento de esta memoria, sobre todo en lo concerniente a Chávez y su rol como orador, pedagogo y líder de las transformaciones sociales que abrieron el siglo XXI en el Sur Global y en América Latina especialmente. Las biografías, los discursos y la literatura en general sobre Hugo Chávez, el chavismo y la Revolución Bolivariana están plagados de errores u omisiones, y de flagrantes mentiras en aras de inducir una idea negativa y repulsiva acerca del chavismo.

La mayor parte de la academia se ha alineado en la gestación en principio del “horror” al chavismo, y ha pasado paulatinamente a la omisión y el borramiento, a la declaración tácita de zona oscura, ¡cuidado, no entre!, o si entra póngase su casco posmoderno, bien cómodo, eso sí.

Las grandes plataformas productoras de contenido hacen lo propio. En el plano de la literatura, por ejemplo, es patente la promoción y financiamiento de ciertos discursos que atacan todo lo relacionado con la Revolución Bolivariana y del posicionamiento de la “diáspora” como lugar de enunciación victimizable per se. Autores de dudosa calidad son premiados y vanagloriados por confeccionar narrativas antichavistas desde el exterior, y se vetan o censuran a quienes defienden desde las artes y las letras lo avanzado por el chavismo

Con esta operación de exterminio simbólico se ataca no solo a la figura del líder Hugo Chávez, sino también al pueblo que se siente y asume chavista, y con ellos a sus relatos e imaginarios. La perspectiva es suprimir el chavismo a futuro, cortarlo de raíz.

Un indicio alarmante y triste del hecho es el alejamiento que incluso el progresismo y cierta izquierda de la región ha ejercido con el chavismo. Negando no solo al gobierno actual, negando en sus análisis y sentencias las medidas coercitivas unilaterales y el continuo asedio al que ha sido sometido el pueblo venezolano, negando también el rol histórico y fundamental de Hugo Chávez en el diseño y promoción de una nueva arquitectura no alineada a los intereses de una sola potencia, el genio detrás de espacios de autonomía y unidad regional como CELAC, UNASUR y ALBA. Negándose a sí mismos, puesto que son parte de la misma historia y la misma tierra asediada por siglos de colonialismo y opresión económica y cultural.

A 20 años del 11 y 13 de abril, es más que necesario volver a la historia nuestra, abrevar en los hechos sin velos ni subterfugios, analizar con nuevas luces sí, pero sin traicionar la verdad ni la coherencia, sin ceder a la confusión y el silencio. Venezuela ha resistido casi todas las formas de guerra posible. El chavismo y la memoria de Hugo Chávez también, pero es mucho lo que queda por rescatar, recordar y replantear.