La experiencia de Ucrania podría tener la virtud -y ojalá fuera el caso- de recomponer los equilibrios estratégicos y restablecer los factores de negociación y diálogo.

En política no hay sorpresas sino sorprendidos, como dijera el general panameño Omar Torrijos, y eso es lo que está ocurriendo en estos momentos en Ucrania tras los primeros contactos en las negociaciones de Estambul, Turquía, en las que se atisba cierto progreso.

 

Algunos analistas dan una interpretación probablemente incorrecta al anuncio ruso de que desacelerará las acciones militares drásticamente y la atribuyen a un desgaste de sus tropas, y otros son más radicales y hablan de admisión de una derrota.

 

Sin embargo, el sujeto principal de ese relativo avance en el diálogo, no puede desconocer en absoluto que si las tropas rusas no hubieran cerrado el anillo en torno a Kiev y otros enclaves, las conversaciones ni siquiera hubieran tenido lugar, y las posibilidades de un encuentro Putin-Zelesnky serían nulas. Si Estados Unidos estuviese ganando, no habría negociación. Es un axioma.

 

Aunque no están en blanco y negro todavía, el “borrador” exigido por Putin acerca del compromiso de una neutralidad de Ucrania en el plano internacional, de no agresión a la región del Donbass ahora repúblicas independientes, y un congelamiento del estatus de Crimea o más, parece estar aceptado de facto por las declaraciones de Zelensky, y mueve el camino hacia una paz que debe frenar también las apetencias territoriales de la OTAN.

 

El anuncio de reducir drásticamente la actividad militar fue formulado por un viceministro, no por los altos mandos militares, y lo circunscribe a los alrededores de Kiev y Chernihiv, lo cual no quiere decir que no tenga validez, pero marca ciertos límites que deben ser bien interpretados tanto por la OTAN y Estados Unidos como por los neonazis de Ucrania.

 

Por las dudas, un misil ruso golpeó un depósito de petróleo en la región noroccidental de Rivne el lunes por la noche, y el martes por la mañana otro ataque destruyó gran parte de un edificio del gobierno regional en la ciudad portuaria sureña de Mykolaiv, como para que no haya equívocos.

 

El mensaje parece que fue bien interpretado por Zelensky, quien declaró en un discurso durante la noche que, si bien el suburbio de Irpin había sido “liberado” y las fuerzas rusas habían sido “alejadas de Kiev”, la batalla por la ciudad estaba lejos de terminar. “Es demasiado pronto para hablar de seguridad en esta parte de nuestra región”, admitió. A confesión de partes, relevo de culpas.

 

Para cualquier observador está claro que si los rusos bajan por voluntad propia sin evidencias de golpes que los obliguen, su presión sobre Kiev y otros enclaves básicos definitorios si el objetivo fuera ocupar el país, es porque son quienes dominan las acciones y pueden negociar desde posiciones más ventajosas.

 

Algo así sucedió con las famosas e históricas negociaciones en la Avenida Kleber, de París, entre vietnamitas y estadounidenses, las cuales avanzaron y llegaron a su final cuando las tropas estadounidenses y saigonesas estuvieron al borde de la derrota y la Casa Blanca fue obligada a desnorteamericanizar la guerra.

 

Vista la evolución de los acontecimientos en Ucrania, y la propia admisión de que los rusos lograron liquidar los principales enclaves militares que se propusieron, se llega a la conclusión de que Putin parece desear cumplir su palabra de que el objetivo de la operación militar especial no era la conquista de Ucrania, sino su neutralidad y desnazificación a fin de obligarla a dejar de ser una amenaza para la integridad territorial de Rusia.

 

Hasta unas pocas horas antes del anuncio ruso, quedaba en las mentes de los militares y estrategas del Kremlin la idea de que el propósito de la Casa Blanca de acicatear a Moscú para que invadiera a Ucrania era la expresada por Joe Biden de buscar un motivo para conquistar a Rusia y amenazar a China.

 

Ese pensamiento quedó expuesto cuando, en un episodio de soberbia, tildó a Putin de criminal de guerra y proclamó al mundo que no debería de seguir siendo el presidente de ese país. Por suerte para la humanidad, parece que esos malos pensamientos tan nocivos para la paz mundial no prosperaron, aun cuando el objetivo de los generales del Pentágono que dirigen la OTAN fue doblegar a Moscú sin llegar al enfrentamiento nuclear utilizando a Ucrania como peón.

 

La lógica indica que la guerra debe cesar ya y que los presidentes Putin y Zelensky deberían sentarse a negociar un nuevo esquema de convivencia en el cual no figuren ni la OTAN ni el Pentágono, y en el que la Unión Europea haga también algún tipo de colaboración que elimine las presiones que generan las sanciones económicas a Rusia.

 

Está más claro que el agua que en esa negociación ruso-ucraniana se estará proyectando la nueva relación europea con un reacomodo de fuerzas y nuevos protagonismos, de allí el interés del Kremlin de que una negociación paralela o como se quiera, debe tener lugar también en Estados Unidos y Rusia.

 

Seguramente el error estratégico de decretar sanciones a Moscú será corregido, pero ahora con el hándicap de que Rusia tendrá un papel protagónico, pues las medidas de castigo impulsadas por Biden han surtido un efecto boomerang, han fortalecido la relación económico-comercial china-rusa, acelerado mecanismos comerciales y financieros que no serán emergentes sino vitalicios los cuales pueden doblegar al dólar y el euro.

 

La experiencia de Ucrania podría tener la virtud -y ojalá fuera el caso- de recomponer los equilibrios estratégicos y restablecer los factores de negociación y diálogo que, más mal que bien, han logrado que el mundo viva en una paz relativa y que los hongos nucleares de Hiroshima y Nagasaki dejen de pender como una Espada de Damocles sobre la cabeza de este convulsionado planeta que ya tiene bastantes problemas de mucha naturaleza.

 

De evolucionar en ese sentido, podría asegurarse que la humanidad ya comenzó a desandar el sendero a una nueva época que, parodiando a Antonio Machado, irá haciendo camino al andar.