En Brasil, los partidos tradicionales se desplomaron, llevando al sistema político a una profunda crisis de representación. En cambio, fueron sustituidos por aventureros políticos de extrema derecha.

La extrema derecha ha llegado para quedarse. Si bien fue un fenómeno marginal, casi folclórico en Brasil, ahora ocupa un espacio significativo en la política y la sociedad brasileñas. 

  
Cuando las fuerzas políticas fundamentales se constituyeron en Europa, su reflejo en Brasil, del lado de la extrema derecha, fue la dirección de Plinio Salgado y su partido integralista. En el mismo acoso a Getúlio, en su ascensión al poder, junto a la llamada “intención comunista”, hubo una tentativa de irrupción política del integralismo, igualmente derrotada. 
 

En varios momentos surgieron líderes carismáticos de extrema derecha -de los que el propio Janio Quadros fue un intento-, que catalizaron momentáneamente el descontento y luego desaparecieron. En la redemocratización, partidos como el PMDB, PFL, PT, PSDB, dieron relativa consistencia a un sistema político surgido de la antipolítica de la dictadura militar. 

  
Las disputas electorales entre el PSDB y el PT fueron protagonistas de disputas políticas en el espectro institucional establecido por la nueva constitución brasileña. La limitación más profunda de la redemocratización en Brasil residía en que se limitaba al restablecimiento del sistema político liberal, sin democratizar nada más en el país más desigual del continente más desigual. 

  

Los gobiernos del PT avanzaron en la lucha contra las desigualdades sociales y regionales de una manera sin precedentes en el país. Por primera vez, se produjo un proceso de ascensión social de los estratos más pobres de la población y de las regiones más atrasadas del país. De ahí la capacidad del PT, una vez elegido para la presidencia de Brasil, de ser reelegido democráticamente, oponiendo su modelo antineoliberal al neoliberal que los del PSDB se empeñaban en defender, apoyados por otras fuerzas de derecha. 

  

Este movimiento tuvo su primer gran punto de inflexión en las movilizaciones de 2013. Las luchas que comenzaron con las movilizaciones estudiantiles contra el alza de las tarifas del transporte, rápidamente adquirieron otra connotación, debido a la decidida acción de los medios de comunicación, que alentaron y destacaron los reclamos contra la política. 

  

Este tenía consignas que favorecían esa transformación, como las de “El gigante despertó” -como si nada hubiera pasado en el país en los últimos 10 años-, o “Contra todo esto que está ahí” -una forma de oponerse a los gobiernos del PT. La derecha se dio cuenta de que había otra forma de luchar contra los gobiernos del PT, comenzando a ensayar el abandono de la contienda electoral, en la que acumuló derrotas. 

  

Tras la reelección de Dilma, la derecha, con más decisión, buscó un atajo para derrocar al PT, cansada de los reveses electorales. Se retomó la ola de anti-política, de anti-partidos, encauzada contra los gobiernos del PT y contra el gobierno de Dilma Rousseff específicamente. 

  
Hicieron uso de medidas tomadas al inicio del segundo mandato de Dilma, además de intentos de cuestionar el conteo de votos y otras actitudes de los del PSDB -perdedores una vez en las elecciones- para avanzar en el clima de desestabilización del gobierno de Dilma, retomando la continuidad con el movimiento y los lemas de 2013. 

  

También contaban con la falta de una conciencia política democrática en el pueblo, lo que habría llevado a que, aun estando en desacuerdo con el inicio del segundo mandato de Dilma, se hubieran movilizado para defenderla, porque había sido reelecta democráticamente para un segundo mandato. El cuestionamiento de su mandato fue un cuestionamiento a la democracia, un sistema que había permitido gobiernos del PT, por mayoría de votos. 

  

Combinando denuncias promovidas por los medios -contra la corrupción, contra la política, contra una supuesta incompetencia de Dilma para manejar la crisis económica, sumado al giro del MDB a una línea golpista y las agendas bomba que implantaron y la ingobernabilidad-, con movilizaciones de la clase media en varios lugares del país, magnificada por los medios de comunicación, se manejó el clima de golpe, disfrazado de juicio político, sin ningún sustento legal. 

  

El resultado fue la dinámica política que condujo a la elección de un político -hasta entonces marginal- de extrema derecha, que tenía más apoyo que los del PSDB, que habían sido expulsados de las manifestaciones de la Avenida Paulista en São Paulo. El clima agresivo de odio hacia los opositores, asumido en estas manifestaciones, encontró su expresión más abierta en el candidato elegido. Los elogios al golpe, la tortura, su homenaje al mayor torturador votando, en cadena nacional, por el golpe contra Dilma- consolidaron el clima de odio, hostilidad hacia la democracia, el Poder Judicial, los medios de comunicación, los opositores políticos y, particularmente a PT. 

  

El proceso que condujo, desde el golpe contra Dilma hasta la elección de Bolsonaro, pasando por la detención e impedimento de Lula -favorito a ganar en primera vuelta- de ser candidato, las gigantescas irregularidades en la campaña presidencial de ultraderecha, toleradas por el Poder Judicial, resultó en un gobierno extremista en Brasil. 

  
Lula siempre señaló cómo la crítica de la política siempre conducía a algo peor que la política: a alternativas dictatoriales, fascistas, nazis, que fue lo que pasó en Brasil. 

  

Los partidos tradicionales –MDB, PSDB– se desplomaron, llevando al sistema político a una profunda crisis de representación, sustituidos por aventureros políticos de extrema derecha, libres tiradores, que se proyectan en internet, con todos los drones y fake news posibles e imaginables. 

  

El PT sobrevivió, a pesar de ser atacado sistemáticamente durante más de 10 años, por todos los medios, con acusaciones falsas, porque representaba la alternativa democrática, porque tenía en la dirección de Lula la afirmación de que había alternativas para Brasil. Porque había quedado en la memoria del pueblo como una época mucho mejor para todos. 

  

La lucha ahora es por el restablecimiento de la democracia, por el rescate de otro tipo de hacer política, por el prestigio del PT y de Lula como fuerzas renovadoras de un escenario político tan degradado por la extrema derecha y los medios tradicionales. Una tarea ingente, pero de la que depende el futuro de Brasil a lo largo de la primera mitad del siglo XXI.