La constatación de la heterogeneidad histórico/estructural de la existencia social de nuestra América impone una relectura o reordenamiento de la historia.

A través de su historia, nuestra América representa un proyecto histórico alternativo, el cual se ha visto enriquecido por los aportes extraídos de luchas y planteamientos teóricos propios y de otras latitudes, centrados en el objetivo de lograr una transformación estructural del modelo civilizatorio impuesto y la liberación de la dependencia tradicional en relación con los centros hegemónicos del capitalismo mundial. Así, la inserción de nuestra América en el mundo como pueblos y comunidades ha estado signada por la búsqueda constante de una identidad autónoma que le permita no solo caracterizarse a sí misma sino también reafirmar su soberanía, como le corresponde hacerlo a cualquier nación del planeta. Esto comprende, a grandes rasgos, la lucha por la inclusión étnico-racial de quienes, desde la época de la dominación colonial abierta, fueran relegados e ignorados por las minorías que controlan el poder; la lucha de los pueblos campesinos e indígenas por la propiedad de la tierra y la defensa de la naturaleza; y el ejercicio participativo y protagónico de la democracia de los sectores populares. Para alcanzar una comprensión y un marco teórico que envuelva todo lo anterior, será necesario echar mano a una evaluación objetiva (sin que sea neutral) de los tiempos y de los proyectos diferentes que se han escenificado en cada nación de este continente o, lo que sería más sencillo decir, una relectura de la historia.

 

La colonialidad existente y la imposición de una historia oficial diseñada para asegurar y glorificar la ideología de los sectores dominantes han impedido que los sectores populares dispongan de los elementos que contribuyan al reconocimiento de su propia fisionomía cultural e histórica como pasos previos para asumir un mayor grado de participación y de protagonismo en las decisiones que afectan, de uno u otro modo, el destino colectivo o nacional. En tal escenario, los pueblos de nuestra América han librado batallas no solo en contra de las clases y sectores que los han subyugado tradicionalmente sino también en lo que se refleja en la asimetría existente entre el Norte desarrollado y el Sur subdesarrollado.

 

En el intervalo que va de la guerra de independencia hasta el comienzo del siglo XX, se vivió en la mayor parte de los países del continente un período casi constante de guerras internas y otras entre países vecinos, en algunas ocasiones en beneficio de los intereses económicos de las grandes potencias, que mermaron tanto sus poblaciones como su capacidad para desarrollarse sin ataduras. Luego será bajo el marco de la polaridad capitalismo-comunismo que la historia latinoamericana se hallará afectada, esta vez, hasta el presente, por la voracidad imperial de la clase gobernante de Estados Unidos, siendo uno de los principales elementos (si no el único) que ha distorsionado la realidad de los fundamentos de las diferentes luchas emprendidas al sur de su frontera; aún cuando deba reconocerse también la existencia simultánea de realidades heterogéneas (contradictorias y antagónicas) en cada uno de nuestros países que contribuyen a mantener ese estado de subdesarrollo, de subordinación colonial y de conflictos políticos cuyo estudio poco se profundiza y, generalmente, permanece oculto o ignorado.

 

La constatación de la heterogeneidad histórico/estructural de la existencia social de nuestra América -a través de variados y reconocidos estudios ajenos al habitual eurocentrismo académico, incluyendo en éste al irradiado desde el norte gringo- impone, en consecuencia, una relectura o reordenamiento de la historia. Refiriéndose al importante aporte hecho por Aníbal Quijano sobre la colonialidad del poder, la antropóloga Rita Laura Segato, en su obra «La crítica de la colonialidad en ocho ensayos. Y una antropología por demanda», expone que «América, el “Nuevo Mundo”, emerge como el espacio de lo nuevo, la novedad americana desplaza la tradición en Europa y funda el espíritu de la modernidad como orientación hacia el futuro. La “edad dorada” migra, con la emergencia de “América”, del pasado para el futuro.

 

Luego, en los siglos XVIII y XIX, el mundo americano participa en la gestación de idearios políticos, filosóficos y científicos. Importante es también percibir que antes de la llegada de los barcos ibéricos a estas costas, no existía Europa, ni tampoco España o Portugal, mucho menos América, ni el “indio”, ni el “negro”, ni el “blanco”, categorías étnicas éstas que unificaron civilizaciones internamente muy diversas, con pueblos que dominaban alta tecnología y ciencia y pueblos de tecnología rudimentaria. De la misma forma, en el momento en que se inicia el proceso de conquista y colonización, la modernidad y el capitalismo también daban sus primeros pasos. Por lo tanto, es posible afirmar que la emergencia de América, su fundación como continente y categoría, reconfigura el mundo y origina, con ese impacto, el único vocabulario con que hoy contamos para narrar esa historia. Toda narrativa de ese proceso necesita de un léxico posterior a sus acontecimientos, dando lugar, por eso mismo, a una nueva época, con un repertorio nuevo de categorías y una nueva grilla para aprehender el mundo». Ésa es la gran tarea que debe emprenderse, enlazando cada aporte en ese proceso de identidad y de reafirmación de nuestra América que comienza a emerger y a orientar las luchas del presente.

 

Francisco Javier González, en el prólogo de la obra «Fragmentos de rebelión», escrita por Pako González, haciendo un recuento de lo hecho por el franquismo en las islas Canarias, habla de una historia donde «el vencido se convierte en oprimido y el vencedor en opresor. Como en toda relación de dominio, el principal objetivo del opresor es desnaturalizar al oprimido, borrar su memoria, su recuerdo. La clave para el mantenimiento y perpetuación del sistema es justamente esa, eliminar la memoria de lo sucedido, sustituyéndola por un nuevo relato a modo y medida del opresor. Se trata, por principio, de un acto antihistórico. Por ello, la preservación y conocimiento de esa historia sumergida es el arma imprescindible en la lucha para erradicar la opresión y que el pueblo recupere su lugar en la historia. Solo el pueblo que guarde y conozca esa memoria volverá de nuevo a ocupar ese lugar».

 

Esa estructura psicológica lograda, que hace que muchas personas crean que no existen más opciones frente a la realidad en que se hallan, debe ser desmantelada mediante una mejor comprensión de lo que ha sido este continente y un mayor compromiso para que ello sea extensivo a las generaciones actuales y futuras, recuperándose la historia negada u ocultada que se pretendió sepultar para siempre.