
Ese mismo día, Chávez dio un discurso en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, cuyo contenido y visión estratégica debería estudiarse con mayor interés en nuestras academias y organizaciones políticas, toda vez que en esa intervención delineó el programa ideológico de lo que, años después, se convirtió en la Revolución Bolivariana; y además, anunció el proyecto de integración continental que sentó las bases de la actual Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC).
Chávez se refirió a lo que consideraba “un proyecto estratégico continental de largo plazo”, que en un horizonte de 20 a 40 años permitiera el desarrollo de un modelo económico y político alternativo, soberano y complementario para la región. A lo que aspiraba era a conformar “una asociación de Estados latinoamericanos (…) que fue el sueño original de nuestros libertadores”, a la manera de “un congreso o una liga permanente donde discutiríamos los latinoamericanos sobre nuestra tragedia y sobre nuestro destino”; un proyecto, en definitiva, que pusiera fin a la fragmentación de nuestros pueblos de la que se han valido los imperios durante doscientos años y que hiciera del siglo XXI “el siglo de la esperanza y de la resurrección del sueño bolivariano, del sueño de Martí”.
En 2011, quince años después de aquellas palabras, y gracias a un compromiso y una pasión que consumió la vida del líder venezolano, finalmente fue creada la CELAC: un organismo llamado a impulsar el latinoamericanismo en el contexto complejo de la nueva integración regional y de los nuevos equilibrios de fuerzas políticas, configurados a partir del ascenso de los gobiernos nacional-populares y de la crisis del capitalismo neoliberal. Se buscaba con esto, además, liberar a América Latina de los anclajes impuestos por los Estados Unidos para perpetuar su dominación mediante la ideología del panamericanismo, como eje rector de la política exterior, y de un sistema jurídico-político afín a ese propósito, y que se articuló en torno a la Organización de Estados Americanos (OEA).
En ese marco, Costa Rica asumió en enero de 2014 la presidencia pro témpore de la CELAC, en medio de la incertidumbre de un proceso electoral que, a la postre, puso fin a ocho años de gobiernos neoliberales y, desde el mes de mayo, abrió la puerta de un gobierno que insinuaba posiciones progresistas y, en apariencia, mucho más afines con las tesis de la integración latinoamericana que se han venido consolidando, por ejemplo, en iniciativas como el ALBA o UNASUR.

Costa Rica tuvo todo un año para empujar hacia su concreción el sueño de integración de la CELAC, pero no fuimos capaces de hacerlo. Simplemente, nuestros gobiernos no estuvieron a la altura del tiempo histórico y sus exigencias, porque su mentalidad sigue anclada a las ataduras del pasado y a los esclavizantes temores de clase que los inmovilizan.
Ojalá Ecuador, que asumirá la presidencia a partir del próximo año, pueda revitalizar a la CELAC y darle el protagonismo merecido y necesario a este empeño de unidad y solidaridad nuestroamericano.
Andrés Mora Ramírez /AUNA-Costa Rica